Revista Talentos

La misma calle, el mismo bar...

Publicado el 26 octubre 2015 por Pablogiordano
La misma calle, el mismo bar...   El debut literario de Fito Páez es La puta diabla, un amor suicida, una colección de anécdotas autobiográficas, aunque haya sido negado por el autor en la presentación de la novela, única aparición como escritor que hizo, además de una entrevista en un suplemento porteño. Luego, se encerró a terminar su siguiente CD, después del poco conocido disco negro El sacrificio.   Félix –protagonista y alter ego de Páez– es el sujeto, junto a la novela que estamos leyendo. Un juego de espejos no del todo claro donde el personaje es el autor y el espejo la obra, y de allí todas las combinaciones que derivan de estos cuatro elementos: un crisol que transmite lo que define claramente Martín Rodríguez en la contratapa: “...el cuerpo de Rodolfo Páez”.   La trama acompaña a un artista multidisciplinario narcisista-histriónico por una pérdida absoluta que lo convierte en vagabundo. El epígrafe apunta alto. Se cita un experimento psicológico peligroso y se asegura a través de una cita a Lezama Lima: “Deseoso es el que escapa de su madre.” Precisamente una madre atraviesa la novela como espina dorsal de la trama, una médula que evidencia, con prosa descarnada y confesional, el fantasma de la propia madre de Fito.   La puta diabla comienza con una anécdota aparentemente real (narrada al autor por Roberto Goyeneche) que involucra a una viuda, a Aníbal Troilo y un canario en una situación escatológica hilarante que Páez se demora en narrar. Lo que sigue no le hace honor a la propuesta. Es muy difícil seguir leyendo después de las primeras 30 páginas, donde ya estamos hasta el cuello del sedimento que se acumula cada vez que el texto excede la cantidad (abrumadora, créanme) de nombres de películas, restaurantes, libros, músicos, discos, rosarinos, drogas, calles y ciudades, detalles de drogas, canciones... Un despliegue de erudición mundana que molesta a cada instante porque sólo está allí para pavonearse, al igual que cierto barroquismo innecesario y lleno de redundancias, errores que cualquier editor no dejaría pasar; por ejemplo, en la descripción que hace del personaje Casimira:
“...era una mujer menuda de grandes ojos negros, nariz recta con la punta levantada de chanchita, lo que le daba un toque de niña traviesa, una boca japonesa pequeña formada por labios carnosos y comestibles, dos pechos voluptuosos y unas piernas duras que portaban un culo cubano nacido en la zona sur del gran Buenos Aires que cuando se veía subido a un par de tacos agujas (¿el Gran Buenos Aires se subía?) de doce centímetros (¿los midió?) lograban despertar a los muertos del cementerio de Bernal, la localidad donde había nacido.”
   Este ejemplo, con las correcciones que me atreví a practicar, sirven de muestra para hacernos una idea del ritmo y contenido de una novela muy cruda, casi un borrador, con dificultades de avance debido a tediosas citas y descripciones circulares, redundantes y ociosas.   Fito utiliza el sarcasmo para caricaturizar a uno de sus personajes, la crítica de cine que, sin embargo, es de lo más atinada a la hora de describir sus películas y que bien podrían aplicarse a La puta diabla: “El autor no podrá determinar si el filme es una recopilación de escenas de una antropología personal sobre Buenos Aires (...) u otro de sus delirios pasionales en forma de melodrama (...) en todo caso pierde efectividad, sobre todo cuando intenta descontextualizar la época de una manera tan demodé”.
2013

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