Revista Literatura

La prueba final

Publicado el 31 diciembre 2015 por Netomancia @netomancia
Con paso vacilante, el hombre - entrado en años, según delataban sus arrugas, las canas, el temblequeo de las manos - entró al banco y se colocó en la cola.
Sus piernas, cansadas, comenzaron a flaquear. Solo una persona - una joven - se acercó a preguntarle si estaba bien, si necesitaba ayuda y con esfuerzo lo acompañó hasta una de las sillas.
- ¿Señora,  le guarda el lugar a este hombre? - preguntó la muchacha a quién se encontraba detrás del anciano en la fila. La única respuesta fue una mirada evasiva hacia otra parte.
Pero el hombre jadeaba, falto de aire y el lugar en la cola le pareció lo último en importancia.
- Ahora voy a avisar a la gente del banco así llama a un médico, ellos tienen cobertura... - el anciano la detuvo, sosteniendo sin fuerza su brazo.
- No se vaya...
- Ya vuelvo, solo quiero dar aviso...
Al tiempo que suspiraba, el hombre negó con la cabeza.
- Quédese - le pidió.
Ella no sabía qué hacer, miraba hacia todos lados y nadie miraba hacia donde ellos estaban. Tal indiferencia provocaba un ardor en su estómago, el deseo frenético de gritar y expulsar esa rabia que nacía en su interior.
- Mire, si tiene miedo a que me aleje para ya no volver, se equivoca, a diferencia de esta gente de mierda - elevó la voz en esas tres palabras - yo soy humana, tengo sentimientos, y me preocupan los demás. Solo iré a buscar ayuda para volver a su lado.
- Sé que de irse, volvería, querida. No tengo dudas de eso. Pero no es necesario que vaya, porque en realidad he venido por usted.
La joven notó que la respiración del anciano había mejorado, que las manos ya no temblaban, que incluso lucía radiante con esa sonrisa que le cruzaba de oreja a oreja.
- ¿Qué quiere decir con...? - no pudo completar la frase, porque la luz la cegó. Y mientras cerraba los ojos, casi de manera instintiva, escuchó la voz del hombre susurrada a su oído: "De todos los seres vivos, la indiferencia, en cambio de ti, pequeña, que el infortunio te arrebató la vida en plena calle, la esperanza... y por eso, el que te lleva soy yo".
Al abrir los ojos, desde muy alto, mientras parecía elevarse de manera extraña pero repleta de placer, vio un auto destrozado contra una columna y un cuerpo sangrando a su lado. En la puerta del banco, la mujer que estaba en la cola parecía ser la única de todas las personas allá abajo que miraba para arriba y agitando el puño al aire algo les gritaba... pero a nadie - al menos en la Tierra y en el Cielo - le importaba.

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