Revista Talentos

La servilleta de papel (segunda parte)

Publicado el 25 septiembre 2015 por Aidadelpozo

La cafetería se llena en un momento. Los pedidos se amontonan. La camarera no da más de sí y sus compañeros tampoco. Una pareja en la mesa de al lado del caballero poeta reclama su atención. Cuando atiende su pedido, mira al hombre y este, que continúa dibujando en su servilleta (toda ella está ahora garabateada y apenas queda un trozo en blanco por usar), alza la vista y sus miradas se cruzan. Sonríe y la mujer también lo hace, esta vez sin rubor.

Cuando regresa para llevar las consumiciones de la pareja, el hombre se ha marchado ya, dejando encima de la mesa la servilleta garabateada. La mujer recoge la mesa y la guarda cuidadosamente en el bolsillo de su uniforme. El deseo por que la larga jornada finalice se acrecienta en esta ocasión, pues quiere llegar a casa para descubrir lo que el hombre escribió.

Ya de vuelta a su domicilio, recuerda los rasgos de aquel desconocido. No es un cliente habitual de la cafetería, nunca lo había visto antes por allí. Es uno de tantos clientes de paso que entran para tomar algo y nunca más vuelven. Los habituales tienen su mesa habitual, su consumición habitual, su horario habitual. Cuando piensa en el hombre, recuerda sus rasgos. Atractivo, maduro, elegante. Trabaja en una oficina, seguro, se dice, pero esa tarde ha entrado en la cafetería. ¿Por qué motivo?, se pregunta. Una cita, tal vez, una cita para despedirse pero no ha habido despedida porque la mujer cuyo rostro ha dibujado en la servilleta, no ha sido capaz de decir adiós mirando sus ojos. Decir adiós, comenta en un susurro, como si lo contara a una persona imaginaria, a un hombre como ese... Recuerda entonces la última vez que sufrió la derrota de un adiós y suspira. Se desnuda, saca la servilleta del bolsillo del uniforme y la deja encima de la mesilla. Aunque tiene ganas de leer ese trozo de papel, también tiene miedo de hacerlo, pues siente que si lo lee, estará desnudando el alma de aquel hombre al que ha visto esa tarde por primera y, tal vez, última vez. Se ducha, busca en la nevera algo para cenar y se sienta cómodamente en el sofá, dispuesta al fin a descubrir algo más de ese extraño que ha llamado poderosamente su atención. Hacía tanto tiempo que eso no sucedía, que no mostraba interés en los hombres, que no dejaba que nadie entrara en mi burbuja. Este desconocido..., habrá sido esa servilleta, su sonrisa, la palabra olvido, amor, el dibujo del corazón, el de esa mujer, imaginar una historia, hacerme soñar... Necesito definitivamente eso, soñar, se dice, con la servilleta en la mano. Deja la servilleta en la mesita del salón y coge el sándwich que se ha preparado y comienza a leer.

No era la luna que descubrimos, no era esa noche en que hicimos el amor, no era nada de eso que todos dicen que se siente cuando se ama a alguien. Tal vez fue el olvido de los malos recuerdos, las máscaras que mutuamente nos quitamos, los ríos salados que dejamos aparcados en un lugar remoto de nuestro corazón. Te recuerdo, te añoro aún sin haberte ido, Te extraño, te pienso, te amo aún sabiendo que hoy te marcharás, inevitablemente. No veo el momento de decirte que te quise, que desespero por no habértelo dicho, que me queman las lágrimas en el pecho, esas que no verteré pero que devoré para no lastimarte más. ¿Qué sentido tiene ahora reprocharme, qué sentido tiene malgastar el tiempo en pensar qué debí decir y no dije? Hoy me lamento pero pasará. Te irás hoy aunque sé que ya hace tiempo que Y sabiendo que esto es amar, y sabiendo que de nada sirve ahora descubrirlo, lo grito sin palabras, ahora... te fuiste.

La mujer mira el retrato difuminado de la mujer en la servilleta. Ha sido enmarcado entre líneas que el hombre ha trazado apretando tanto el bolígrafo sobre el papel, que esta se ha rasgado ligeramente. Relee el poema, mira el corazón que sangra y descubre que, en el extremo derecho de la servilleta, casi milimétrico, el hombre ha escrito un nombre de mujer: Ana. Se queda inmóvil, deja el sándwich sobre la mesa y al cabo de un minuto, acierta a hacer una mueca, a modo de sonrisa. Casualmente, ella también se llama Ana.

(Continuará...)


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