Revista Diario

La última vez que hablamos

Publicado el 26 octubre 2015 por Virginia Sanz @Vir_Sanz

La última vez que hablamos

Desde que se cumplió el sueño de separarnos de él, hubo periodos en los que logré hacer valer mi deseo de no tener más contacto ni trato. Cada vez que lo tenía delante de mí, todos los recuerdos dolorosos se me presentaban y me daban ganas de gritarle, insultarlo y hasta pegarle.Ahora que no está, me doy cuenta que lo que me causaba rechazo, más allá de su persona en sí, era lo que él me hacía sentir con su presencia.Luché, y sigo luchando, contra esos genes violentos y esos modos y formas que aprendí. No quiero ser como él. Pero aun así, eso se convertía en una olla a presión cuando lo veía.Pero también estaba ese lado mío, el que tenía miedo. Miedo a decir lo que realmente sentía. No quería verlo más. ¿Pero cómo se lo digo? Y también estaban los otros. Los que juzgaban mi deseo. -   “¿Cómo podes no querer a tu padre como tal?” escuchaba.Tengo una lista enorme de ejemplos que justificaban mis verdaderos sentimientos hacia esa persona que coopero en que hoy exista en este mundo y posea tanta mierda que limpiar.Hubo momentos en que extrañé, o mejor dicho, deseé tener un padre. Veía a otros tenerlo y me preguntaba por qué yo no pude ni podía tener lo mismo. Creo que esa es la semilla que germinó y se convirtió en envidia y resentimiento en mí. El no haber tenido un buen padre, que me amara y me lo demostrara con algo más que golpes, insultos y humillaciones.Los de afuera, que en verdad son parte de la familia pero solo cuando les convenía decirlo, después nunca los vi actuar a favor nuestro o defendernos o aceptar lo que realmente queríamos (no verlo nunca mas).Los de afuera me atormentaban con discursos éticos y morales. ¡Qué hipócritas! Y lo peor, como yo quería tener una familia como los demás, me dejaba pisotear y aceptaba cualquier condición, incluso la violencia psicológica a la cual quería escapar.Nadie me entendía. No veían mi lucha interna. Por un lado, una parte de mi quería empezar a sonreír y veía esa posibilidad lejos del Capitán y sus silenciosos cómplices. Por otro lado, todo lo que giraba en torno a mi decisión y hasta la culpa que me hacían sentir por tener ese deseo.“¿Cómo no vas a querer ver a tu padre, a tu abuela, a tus tíos?”También estaba esa necesidad mía de cuidar a mis hermanos. Tenía que ir para poder estar presente en caso de que alguna frase de esas que solo los abusadores y psicópatas saben decir, los lastime.También me herían a mí. Pero no me importaba. Quería y quise evitar que mis hermanos vivan el infierno en el cual me hundieron. Perdón, no lo hice bien y hoy se que ellos tienen el alma herida.Recuerdo que el detonante fue un almuerzo “familiar”. Esos que no quería ir pero que me daba miedo decirlo e iba a pesar de toda la angustia que me provocaba, antes, durante y después. Angustia que no sabía manejar, que solo acumulaba.El tema de conversación era el si estaba bien o no pegarle a un hijo. ¡Qué linda charla! Siempre tan hipócritas… En un momento él me miró, sonrió y dijo: “Tan mal no hace la mano dura, ¿no?”.Sentí como una espada me partía al medio. Yo intentando tener algo de relación con ese tipo para ver si existía la posibilidad de que cambie y que podamos tener una reciprocidad de padre-hija y él se estaba… ¿riendo? ¿Sintiéndose orgulloso? de todo lo que nos hizo.Y a mí alrededor en silencio. Como siempre. ¡Cagones! Su miedo y lealtad los convierte en la misma miseria humana que él. Con el silencio se defiende y justifica las peores atrocidades. Y ustedes así lo eligieron.Empecé a evitarlo. A no hablarle. A cortar relación con todo lo que me haga mal, lo que me haga llorar. La última vez que hablamosPero no podía simplemente borrarme. Había una pregunta sin responder que merecía escuchar sus motivos. Iba a dolerme sus excusas, pero era necesario terminar de romperme para empezar a sanarme y armarme.Mi hermana también quería estar presente. Ella necesitaba que alguien la acompañe y le sirva de apoyo. Noviembre de 2011. Nos juntamos en un café. Él parecía contento de vernos y que aceptáramos compartir una gaseosa. Las lágrimas parecían que me iban a impedir poder hacer lo que me había propuesto. Pero no. Tenía que ser valiente, tener fuerzas.Respiré. Lo miré a los ojos y le pregunté: “¿Por qué tanta violencia de todo tipo hacia nosotros?”.Siempre creí que no había respuesta para algo así. No importaba la respuesta, no existe justificación para lo que él hizo con nosotros. Pero él parecía tener una y creer que eso sería sanaría y lo liberaría de toda culpa.

-   “Porque quería hacerle daño a tu madre.”
No lo podía creer. El tenía un motivo y parecía que sentía que era válido.Le dije que esperaba un “no se” como respuesta. Le agradecí por habérmelo dicho. Le dije que lo iba a perdonar, que yo no iba a dejar que el resentimiento y el rencor reinen en mi vida, que a pesar de todo, sabía que él era mi padre, que me hubiera gustado que fuera distinto pero que ya había aceptaba que era así. Pero que, por todo lo que sucedido, no me hacía bien tener contacto con él y que era momento de preservarme y empezar a curar las heridas de tantos años.Él lo acepto. Creo que por fin entendió, o comenzó a dimensionar de todo el mal que hizo. Que por querer dañar a la persona que una vez eligió para pasar el resto de su vida, termino hiriendo gravemente a sus hijos. La última vez que hablamosYo no tenía nada más para decir. Todo lo demás eran reproches. Ponerme a enumerarle todos los recuerdos dolorosos que me provocó, era en vano. Ya tenía su respuesta. No había, ni hay nada que cambie el pasado.

Esa fue la última vez que hablamos. Seis meses después, murió.
Fuente de las imágenes: Pinterest

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