Revista Talentos

Lágrimas, solo del jabalón

Publicado el 30 agosto 2017 por Aidadelpozo

Es de suponer que los humanos somos, con diferencia, los seres más tontos del planeta ya que, mientras las demás criaturas que lo habitan aprenden de sus errores, nosotros no. Por más palos que nos den, tropezamos con la misma piedra una y otra vez. Qué digo piedra, que nos plantan delante un iceberg, nos lo merendamos y nos dejamos los piños y el careto en él, cual calcomanía. Mira que la vida nos avisa y nos va dando coces y dentelladas, pero no, que no aprendemos y no tenemos enmienda. Así de cabreada me he levantado hoy, amigos lectores, al recordar la conversación que mantuve hace semanas con una buena amiga a quien los hombres le toman el pelo. Siempre hay listillos que se tronchan de las buenas personas. Pero, como suele decirse, si hay listillos es porque hay tontillos.

Os pongo en situación: Mi amiga ha conocido a un hombre y se ha ilusionado con él. En mi opinión, cuando decides complicarte la vida, deberías elegir a alguien que te haga reír y no sufrir, pero veo que muchas personas se la lían para llorar y convertir en drama su existencia y eso es inaceptable. ¿Por qué digo esto? Os sigo contando...

Él, de mediana edad y sumido en la rutina, ha decidido hacerse la vida más llevadera viviendo una paralela con el beneplácito con su mujer, que ha hecho lo propio. Viven juntos bajo el mismo techo y cada cual hace lo que le viene en gana. Para este, ella es un mueble más de la casa, que no hace servicio alguno pero que, si no lo ve, lo echa en falta. Y es de suponer que para su parienta, él es esa cómoda que hace su servicio y ni estorba ni pide pan, que para eso es una cómoda. Esta situación consensuada permite a ambos conservar su modo de vida sin renunciar a ningún lujo. Ese pacto no escrito es para muchas parejas algo habitual tras años de relación y/o matrimonio, pero nunca lo será para mí, ya que ahora gozo de una libertad que no cambio por un puñado de euros, tras decidir divorciarme. Que no todo es pasta, que no. Así pues, respeto su forma de vida, aunque no la comparto, ya que considero que uno debe mojarse el trasero si quiere peces y no debería pescarse en secano, que es de muy mal gusto. Rebobino, que me estoy liando.

A lo que iba, amigos lectores, mucho me temo que esta situación es la ideal para muchos, pero letal para muchos otros, que caen en las redes de quienes tienen muebles en casa con forma de compañeros de viaje. Compañeros que podrían estorbar y coartar la libertad, de no haber tomado la decisión de convertirse en muebles y adornos de mutuo acuerdo, eso sí, para gozar de libertad total también. Nada habría de malo en su postura, pues el consenso es lo mejor que el hombre ha inventado, si no fuera porque las personas que se topan con ellos tienen una enorme posibilidad de sufrir, esto es, les ha tocado la lotería primitiva del fracaso si osan enamorarse. Lástima que no sea la estatal...

Y así llego al caso del amante de mi amiga que goza de aventuras extraconyugales a mansalva, por lo que no se divorciaría ni con una pistola apuntando a su sesera, pues eso sería decir bye bye a sus pertenencias materiales. No lo necesita, el tácito acuerdo bilateral es la bicoca. Porque vender el coche, la casita en la sierra, decidir quién se queda con la tele y el perro, hacer muchos números y vivir en un pisito de soltero de cuarenta metros (se vive muy bien sin renunciar a nada), cuesta mucho, pero mucho. Jugar a la lotería de hacer daño, no cuesta más que ponerse a ello. Y lo mismo lo aplicamos a su pareja, claro está. Que comenzar una nueva vida desde cero por apostar a un caballo (nuev@ amor) que no se sabe si es o no ganador, da bastante "yuyu", para qué engañarnos.

Y así las cosas, este hombre y su señora esposa-mueble viven felices, comen perdices (y lo que no son perdices) y, como elefante en una cacharrería, destrozan lámparas-corazones ajenos, a diestro y siniestro y sin pestañear. Han aprendido la amena lección de pasarlo bien y vivir la vida loca. Pero ese living la vida loca hace pupa a otros. Y es aquí donde entra mi amiga, ya que ha topado, para su desgracia, con ese madurito que tiene un mueble-mujer-consenso como compañera de piso y toda la vida que le resta para campear a sus anchas por los corazones ajenos. Ha dejado que mi amiga se cuele por sus huesos y él, tan fresco, la usa y reusa como los filtros permanentes de las melitas.

Llegado a este punto, mi amiga ha llorado y no ha entendido que dijese que la quería cuando tan sencillo y elegante para él hubiera sido decir, "nena, ¿te apetece echar un polvo?". Mi amiga, por lo que me contó, hubiera dicho, "sí, quiero", pero sin bodorrio ni nada, que no iban por ahí los tiros, y sin equívocos, comeduras de tarro ni lágrimas posteriores. Añadió que, tras un tiempo de luto emocional, al fin ha dejado de creer que lo que ese hombre sentía por ella era amor. Visto desde fuera, debo hacer el inciso de que mi amiga parece tonta de baba porque por las visibles señales que el maromo la enviaba, cualquier mujer lo hubiera visto tras la primera cita. Pero no, no es tonta, simplemente se ilusiona con facilidad. "Si tenemos en cuenta", le dije con una cañita en la mano y mis pensamientos puestos en el hombre en cuestión y en lo que me había relatado mi amiga, "que el amor es entrega, y él no te ha entregado absolutamente nada, deja de llorar, criatura, y vive. Vive como él hace, estrujando corazones". Es broma, eso no se lo dije porque no me hubiera salido, ya que no soy de esas personas que comen corazoncitos con patatas, por la sencilla razón de que estoy en contra del destrozo de órganos palpitantes. Me sabe mal. Así que a mi amiga solo pude darle un consejo: a otra cosa, mariposa. Le pedí que viera a ese hombre como lo que es, alguien que solo quiere disfrutar y que no añada sentimientos a lo que tienen. Que lo vea como amante y no como posible "compartidor de sofá y mantita". Y ya que nada le ha prometido y, por tanto, tampoco está en condiciones de exigir nada, que se lo pase bien. Que si se toma una caña, que se la tome; que si echa un polvo, que lo eche; que si se va al cine con él, que se vaya. Que viva, que nada prometa tampoco, que se guarde el corazoncito para quien llegue y lo cuide con amor (que llegará) y que si decide seguir con el madurito, allá ella, oye, pero sin remordimientos y con la sonrisa por delante. Añadí a nuestra conversación lo que siente mi corazón respecto a esta gran amiga y que no es otra cosa que hacerle ver lo que vale con dos palabras: MU-CHO.

No se llora por personas que no lo merecen; se llora, si la vida así nos obliga, por quienes valen la pena. En este caso, el consejo que le he dado es que se divierta, que haga a este amante, armario o mesa o sillón, o mejor aún, cama king size. Que le dé alegría a su cuerpo, Macarena y nada de lágrimas. Y si llora, que sea por un orgasmo de narices, que supongo que igual que te da por carcajearte cuando llegas al cielo, es de suponer que a algunos les dará la llorera orgásmica. Quiero que mi amiga llore de gusto, no de disgusto.

Aplicaros el cuento, amigos lectores, que la vida es breve y debería ser bella. Y si alguna vez os topáis con amantes así, una sonrisa y a disfrutar, que son dos días. Ah, y lágrimas, solo del Jabalón.

LÁGRIMAS, SOLO DEL JABALÓN

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