Revista Talentos

(Leo) Hipócrita y misógino.

Publicado el 29 agosto 2015 por Isabel Topham
Estaba tumbado en la cama, con la mirada perdida en el techo y aires de preocupación. Tenía los brazos recogidos en su pecho, y el móvil entre ambas manos, parecía estar esperando una respuesta. La poca luz que entraba en su cuarto le daba de refilón en los ojos, cegándolo. La habitación no era muy oscura, ancha, y con todos sus dibujos, bocetos y el lienzo que tenía repartidos entre el suelo y el escritorio. Ni la inspiración ni las musas llamaban le visitaban. La puerta, en cambio, estaba entreabierta y por la que se podía escuchar un murmullo de voces que provenía del salón.
De repente, una sombra femenina llamó a la puerta. Era su madre, quien entró a su habitación para tenderle el teléfono en la mano que cogió al instante de sonar. Tras la línea se podía escuchar una voz ridículamente femenina, quien aceptaba el juego que le había propuesto horas antes, sin ni siquiera preguntar las reglas. Ni nada. Pactaron la hora y el lugar en aquel mismo momento para verse. Era Beatrix, una chica risueña, rubia, atractiva y extremadamente delgada. Tenía los ojos azules, y compartía pupitre de clase y afición con él. En cambio, no le atraía. Simplemente, se la quería llevar a la cama. Ya había perdido la cuenta de cuánto tiempo llevaba sin hacerlo.
Siempre hacía lo mismo, estuviera con quien estuviese. En cuanto se corrían, Leo tenía la manía de acariciarle el pelo y quitarle uno de los tirabuzones que le venía a la cara, fingiendo algo de dulzura y cariño. Mientras tanto, la besaba suavemente y repetidas veces la mejilla al instante de mirarla a los ojos y susurrar un "te quiero" en voz baja, sacándole una sonrisa, y le hiciese creer lo cierto que serían sus palabras. 
No sólo se veían una vez, sino tantas veces como se cansase. A veces quedaban en el parque para charlas, solamente. Pero, tan sólo eran un mínimo de veces, pues otras tantas sin ni siquiera intenciones acababan haciéndolo igualmente. La mayoría de los casos, no tenían sexo consentido, solía ser por la presión social que ejercía sobre ellas. Simplemente, les daba mil vueltas hasta que se perdieran y le tendiese la solución con el fin de aparentar ser un caballero, y que ellas pensasen que les debía un favor. Y se viesen obligadas a ello. Todo terminaba cuando ellas encontraban pareja, rollo o cualquier otro roce que les sirviese como excusa para dejarse de ver. 
Beatrix sentada en la cama, con las piernas cruzadas entre sí, y a la espera de que llegase Leo a su propio cuarto de haber tenido que ir a abrir la puerta a alguien tras haber tocado con bastante insistencia el timbre; se puso a echar un vistazo a los pósters que había colgado en las paredes de su cuarto, mientras chasqueaba los dedos contra la funda de su móvil. La manera tan ágil en que tenía de juguetear con ella, decía mucho del nerviosismo que le invadió por segundos, sin ni siquiera saber por qué. No sabía de qué podía estar nerviosa, si ya lo había hecho antes y, por tanto, aquella no era su primera vez. En cambio, tenía malos presentimientos, su instinto le decía que se fuera. Que lo dejasen. 
Leo, en cambio, una vez que terminó de atender a quien hubiese llamado a la puerta se fue directo a su cuarto sin entender muy bien que le estaba ocurriendo. No hacía más que pensar en alguien que, ni siquiera le importaba. Repetía una y otra vez su nombre en voz baja… y, hasta se corría con todas pensando en ella. Sin embargo, no se lo decía a ninguna. Se limitaba a fingir enamorarse de todas y cada una de ellas. Al menos, disfruto. Qué importa con quién ── Se decía a sí mismo, para auto-convencerse de que no hacía malo a nadie ── Tú, déjate llevar. Tú, déjate llevar, y no pienses… en nadie. Mientras ellas sigan enamoradas de mí, yo tendré sexo. ── Prosiguió. Y, desde hacía tiempo la buscaba por sus redes sociales, e intentaba descubrir más sobre ella, hasta que un día pensó en la idea de crearse un perfil falso y poder charlar con ella anónimamente, sin ni siquiera saber quien se encontraba detrás de aquella cuenta. Pero, con la esperanza, de que supiese quién era y así evitar el mal trago de declararse. Ya le había dicho en varias ocasiones que la quería, y lo muy enamorado que estaba de ella. Sin embargo, ni siquiera se paró a pensar en si estaba haciendo lo correcto en decirle todo lo que sentía mientras se tiraba a otras tantas. ── No estás con nadie ── Se repetía una y otra vez ── Eres libre de hacer lo que quieras.

Pero, por un momento, se quiso olvidar del tema, había quedado con una chica a quien tenido esperándolo encima de su cama y a la que no iba a rechazar. En cambio, aquella tarde no sabía qué había podido ocurrir. Veía a Bea como a una chica encantadora, y con unas ganas tremendas de follárselo increíble o eso, le dijo su sonrisa nada más quedar con ella y darle dos besos como saludo, al tiempo que iba de camino hacia su casa; pero, en cuanto entró por la puerta y lo vio de reojo se echó las manos a la cara, y rompió a llorar. Leo buscó por la mesa de su escritorio hasta dar con la caja de pañuelos que tenía por allí encima, y se la tendió para que se limpiara dándole a su vez un par de palmaditas en la espalda para consolarla. Pero, no hubo manera de callarla. Y el llanto le estaba poniendo cada vez más nervioso, con lo que su única solución fue invitarla a marcharse.

Beatrix, incrédula de sus palabras, paró de llorar en seco y aún con el pañuelo en la mano, se levantó sin mediar palabra dejándose escuchar entre el leve y estúpido portazo que dio una vez que ya se encontraba fuera de su casa. Por una vez, se alegró de no haber hecho nada y dudó por unos instantes, en si le convenía volver a verle. 

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Sobre el autor


Isabel Topham ver su blog

El autor no ha compartido todavía su cuenta El autor no ha compartido todavía su cuenta

Sus últimos artículos

Revista