Revista Literatura

Libres

Publicado el 19 diciembre 2015 por Alsegar

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LIBRES.

Domingo al mediodía.
Resguardado del sol veraniego
bajo una sombrilla,
saboreando una birra bien fría
y unas bravas en la terraza de un bar,
cerca del puerto,
Colón y la Rambla a dos pasos,
y gente, mucha gente disfrutando del radiante día;
familias enteras paseando su artificiosa felicidad.
Enfrente, sobre la mesa metálica,
junto al servilletero y el innecesario cenicero
papel en blanco,
bolígrafo a punto,
y la mirada atenta
sobre todos esos cuerpos en movimiento,
mi verdadera fuente de inspiración.
Pero hoy no veo nada sobresaliente en ellos,
aunque tal vez no sea su culpa
sino de mi propia actitud 

que hace que tan solo vea seres insignificantes,
mudados con sus mejores prendas,
pero con una velada infelicidad
reflejada en sus rostros.
Exhiben orgullosos a sus malcriados cachorros
a los que gritan y azotan en el trasero
por comportarse como niños.
¿Qué pretenden?
¿Qué durante la infancia ya se comporten como patéticos
adultos?

Tan solo les veo sonreír
al encontrarse con conocidos
que también pasean
a sus propios descendientes.
Con ellos se muestran felices, alegres,
ultra fingidos extraordinarios progenitores,
o portentosos educadores
que ensalzan las virtudes de sus herederos.
El caso es que les veo tan prisioneros de sus propias
apariencias,

tan banales,
tan atrapados en su inconforme círculo familiar,
tan esclavizados en sus superficiales vidas
que no me apetece escribir nada sobre ellos.
Narrar una historia es para mí
como proyectar el plan de un elaborado coito
cuyo orgasmo es culminarlo
con algún tipo de reflexión
más o menos filosófica.
Pero hoy, por las atiborradas calles de Barcelona
no transitan mis musas.
Acabo mi cerveza
y cuando estoy a punto de marcharme
es cuando me fijo en ellas.
Me pido otra y me pongo a escribir.
Todo este tiempo lidiando
con las sentenciadas vidas
de toda esa gente fútil y anodina
y resulta que las tenía enfrente,
sobrevolando las aguas con su inmaculado plumaje,
con su exhibición de majestuoso vuelo
con su desagradable graznido,
con su autenticidad,
haciendo de lo que realmente son,
consiguiendo que encuentre el orgasmo literario
en ese puñado de gaviotas que vuelan tan despreocupadas
y tan libres… libres…libres…

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