Revista Literatura

Llega la feria

Publicado el 24 agosto 2011 por Gasolinero

El verano era el éxodo por el desierto necesario para llegar a la Sión prometida: la feria. Toda la canícula se basaba en la preparación y espera de esos días. Las fiestas patronales eran el fin último del estío y todos los actos de ese periodo buscaban la perfección feriante, en una suerte de ejercicio espiritual y, sobre todo, material: la ropa, los ahorros y los anhelos. Las familiares propinas comenzaban con un «Toma, para la feria», aunque fuese San Juan y faltaran dos meses para la pólvora, inicio de la orgía ferial. Cualquier trabajo efectuado en las semanas previas iba encaminado a reforzar la siempre escasa asignación familiar, tareas propias de imberbes zagales, recados y pequeñas faenas agrícolas, sobre todo. Un eterno amigo, con trece años, estuvo trabajando todos los fines de semana del verano de camarero en una terraza del parque, nadie le preguntó la edad, le pagaron treinta mil pesetas, de las que dio buena cuenta en la mágica semana. Durante siete días tendríamos a nuestra disposición y en un recinto ad-hoc, todas las maravillas de la Tierra.

La semana previa era un ir y venir al real para comprobar las atracciones que iban montando, con comentarios posteriores, sobre lo que traerían o no y las ciertas novedades vistas por los que habían ido a otras ferias.

Hoy comienza.

Cucuruchos de camarones, saladísimos; cocos remojados. De mayores, un pollo asado el último día, comido en un banco.

Por la tarde arreglados, con la ropa nueva comprada para la feria. De noche con vaqueros; los coches eléctricos era lo último que cerraba.

Al tirar los tres muñecos con las bolas te daban una botella de sidra. No importaba la edad, los niños podían beber lo que fuese, era la feria.

Los zapatos llenos de polvo.

La mujer vieja de la caseta de tiro de los cigarrillos (todos apuntábamos al More), mirando simpática tras las gafas, con moño, parecía una de nuestras abuelas; las de los patos, que eran la sensación de aquellos años y aún siguen impertérritas, con los mismos patos, con el mismo maquillaje y treinta y cinco años mayores.

Había que clavar un clavo de tres martillazos y te regalaban una tableta de turrón, siempre los doblaba gracias a mi proverbial habilidad.

Manzanas de caramelo.

Circos truculentos con los animales llenos de verdugones; el que vendía las palomitas metía la cabeza en la boca de un león mellado. Casetas de fenómenos, todo mentira.

Manolita Chen.

Las tascas de zarzos de los cucos. Churrerías llenas de viejos. El moro de los pinchos morunos tocado con un grasiento fez.

Siete días, los mejores del año.

La feria.

www.youtube.com/watch?v=PowGcY9wnfs


Volver a la Portada de Logo Paperblog

Dossier Paperblog

Revistas