Revista Literatura

Los habitantes de la Soledad

Publicado el 21 junio 2010 por Alguien @algundia_alguna

Solo. Texto: José Antonio Garriga Vela. Diario Sur – 20.06.2010.

Los habitantes de la Soledad.

“De pronto, los amigos dejaron de llamarme por teléfono. Tampoco nadie me visitaba. A mí no me gusta molestar y raras veces descuelgo el teléfono ni me presento por sorpresa en la casa de nadie, así que me dediqué a sobrevivir en soledad. Cuando salía a la calle, en vez de ir pensando en mis cosas me mostraba atento a todo lo que me rodeaba. Buscaba entre los transeúntes una cara conocida, una sensación familiar, pero no encontré más que la mirada huidiza de los desconocidos. Al llegar la noche, me tumbaba en la cama y miraba el techo con los ojos abiertos. Me preguntaba qué error había cometido para que me hicieran el vacío de esa manera, pero no encontraba respuesta.

No soy un hombre obsesivo ni paranoico, al contrario, la experiencia me ha enseñado a que no hay que preocuparse demasiado por las reacciones de las personas, porque cada una de ellas es un mundo repleto de pensamientos y yo no puedo colarme en la cabeza de nadie. Pero en este caso, el aislamiento al que me estaban sometiendo era tan absurdo como cruel. Por las noches revisaba mi conducta de las últimas semanas, hasta que las semanas se convirtieron en meses y los meses en años y yo seguía paseando solo por las calles buscando en vano una mirada cómplice.

Al cabo de cinco años, yo continuaba encerrado en un calvario plagado de sospechas. Durante ese largo periodo de tiempo no me había desahogado con nadie. Entonces se me ocurrió pensar que los demás podían opinar de mí lo mismo que yo de ellos. Creer que los había abandonado, que algún detalle me había molestado enormemente y que no deseaba volver a reanudar las relaciones amistosas. Tal vez me respetaban tanto que no se atrevían a interrumpir mi querida soledad. Esa soledad que yo me había forjado y que me estaba devorando por dentro como una termita. Pensé que la actitud de los demás no era fruto del resentimiento, ni tenía nada que ver con ningún castigo ni venganza. No era olvido ni desdén sino respeto. Nada más y nada menos. Como si supieran algo de mí mismo que yo aún ignoraba. Que necesitaba estar solo, descansar o no descansar, pero estar solo, tan solo como un muerto.

Desde entonces han pasado, como digo, más de cinco años. Ahora me trato con otras personas que he ido conociendo en las calles de las ciudades vacías. Sé que llegará el día en que también ellos desaparecerán como pasa con todo: que brota, vive y se extingue. Y yo no haré nada por remediarlo. Me quedaré mirando el horizonte por el que huyen los fantasmas. Luego volverán otros que ocuparán el espacio que aquellos dejaron. Así es la vida. Una sucesión de días y fantasmas que al final se acaban difuminando en la soledad. De vez en cuando suena el teléfono. Suena el timbre de la puerta. Sonrío, como suelo hacer al cruzarme por el pasillo con los habitantes de la soledad”.

En Algún Día│ José Antonio Garriga Vela.


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