Revista Literatura

Malaparte o la mentira como arte

Publicado el 24 julio 2017 por Kirdzhali @ovejabiennegra

Oscar Wilde se quejaba de que durante la era victoriana se había perdido la buena costumbre de decir mentiras. Tal vez si hubiera tenido la decencia de no morirse antes de atravesar las puertas del siglo veinte, habría pensado de manera distinta.

Así como el siglo veintiuno será el de los indiferentes, el veinte fue el de los mentirosos.

Los hubo de toda especie - demagogos, tiranos, artistas, ladrones - y de todo color - comunistas, fascistas ...

Kurt Erich Suckert fue uno de ellos. Escritor y artista de la propia vida, capaz de convertir la cotidianidad en una pintura a veces goyesca, a veces renacentista.

Muy pronto se percató de que su nombre, demasiado alemán para Italia, debía sacrificarse, optando por uno que satirizaba al más famoso de los corsos: Bonaparte. Así, en 1925, a sus veintisiete años, dio a luz a su primera gran mentira: Curzio Malaparte.

Sin embargo, un nombre no era suficiente. El siglo veinte estaba ávido de artistas que no solo escribieran o pintaran, sino de aquellos que fuesen capaces de hacer de su vida una leyenda. Héroes o villanos que bailaran alocados al ritmo del jaz z.

Malaparte fue un bailarín de la política.

Amaba el poder y cuando en Italia fue necesario ser fascista, sin titubeos le ofreció su pluma a Mussolini, lo alabó y se entregó a él.

Luego, cuando el imperio de "Il Duce" naufragó, no tuvo reparo en convertirse en oficial de enlace con el ejército estadounidense y, más tarde, en comunista. Fue a la Unión Soviética y a la China maoísta, sin embargo, el secreto de su verdadero credo se fue con él a la tumba.

También bailó al ritmo del arte. Era principalmente escritor. No dudó en pasar del ensayo al periodismo, de este a la novela y al cuento, pero también se atrevió a diseñar junto con Adalberto Libera, arquitecto del movimiento moderno italiano, su casa. Una edificación que plasmaba su alma en piedra.

" Kaputt" y " La piel " son acaso las obras más brillantes del italiano, pero son también mentiras contadas con lirismo.

"Kaputt" - que recoge capítulos de sus viajes a través de los diferentes escenarios del Frente Oriental durante la Segunda Guerra Mundial - es una novela que se cruza con la crónica y el relato de viaje.

Malaparte, corresponsal italiano del Corriere della Sera, nos habla con una mezcla de estupor, cinismo y tristeza de las atrocidades del frente, al tiempo que despliega una galería de personajes reales, aunque mejorados o empeorados con su cincel.

Algunos, como Agustín de Foxá, no le perdonaron la veracidad de su mentira. Otros, como Max Schmeling, admitieron que su mentira era una verdad.

Lo cierto es que Malaparte nunca se propuso hacer una crónica impoluta. Comprendió que la literatura es más apropiada para mostrar el color del alma que la estampa costumbrista.

Igual que en "Kaputt", en "La piel", Malparte aumenta, disminuye, se burla de los humanos y los convierte en sus marionetas. Novela la realidad, la poetiza. Hace del horror una broma macabra. Se ríe, mas no como un cínico o un cretino, sino como un desencantado.

El italiano prefiere la mentira al absurdo del mundo. Se crea una identidad que termina siendo más humana que él mismo y la historia no lo recordará a él, sino a Malaparte porque la "Verdad" prefiere travestirse de novela.

Wilde despreciaba a la realidad por su mal gusto, pero Malaparte lo hacía por ser enemiga de la grandeza, de cualquier clase de grandeza: de la que Napoleón o Bolívar llamaban "gloria" o de aquella que él llamaba "piedad".

Escribir para ser fidedigno no necesariamente obtiene los resultados esperados, usualmente la mentira del literato encierra más verdad porque no él ve con los ojos de la cara, sino con los del alma. Ese es el logro de este y otros grandes mentirosos.


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