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Me cuento veinte y como dos

Publicado el 15 mayo 2013 por Rubencosmo

Es verdad que, cuando llegan nuestros hijos, no traen un manual de instrucciones bajo el brazo e, instintivamente, incorporamos los juegos en su vida como algo que sentimos imprescindible y, desde muy temprano, nos implicamos con ellos en fantasías, carreras, adivinanzas…actividades con las cuales, también nos vemos beneficiados disfrutándolo tanto o más que los pequeños.
Qué regalar a los niños?
Cuando tienen capacidad para razonar, debemos empezar a introducir otros tipos de esparcimiento, como los juegos de mesa que van a ser de gran ayuda en su desarrollo físico, cognitivo y social, facilitando, además, el aprendizaje de sólidos valores, esenciales para su futuro.

Poderoso instrumento, también, para evitar la discriminación infantil, ya que este tipo de juego establece las mismas oportunidades para todos los jugadores; no importa su nivel de habilidad.
Seguro, que muchos de nosotros, seguimos recordando con nostalgia un juego ancestral y de tenencia obligada en cada casa. Tan socorrido como media docena de huevos en el frigorífico. Un juego que deberíamos seguir compartiendo con nuestros pequeños, tal y como hicieron nuestros padres con nosotros. Hablo del inmortal Parchís y sus no menos inmortales colores: rojo, amarillo, verde y azul. Esos colores básicos que los varones no tienen problema en distinguir:

Es inevitable que recuerde ahora, esas tardes de domingo, cuando el tiempo era inclemente y no nos permitía jugar en la calle. Esto creaba una fraternal complicidad y no había lugar para el aburrimiento porque la familia preparaba con ilusión la partida de por la tarde. Picatostes y chocolate y un buen brasero bajo la mesa camilla.

dado“Txac-txac-txac”, sonaban los dados dentro del cubilete y empezaba la partida. “Cinco y salgo”. Pero cada partida creaba polémica porque nadie tenía claro cuántas fichas había que sacar de una vez: dos o una. La eterna duda. La regla la imponía el afortunado que había conseguido el cinco que, como ya supondréis, implantaba las dos fichas. Risas y discusiones que daban buen sabor y alargaban la partida.

Una partida de parchís sin la abuela, no era lo mismo. Su presencia se hacía imprescindible por que, los más pequeños sabíamos que nos perdonaba con disimulo las fichas que claramente nos podía comer. Sin embargo, mi madre, que siempre elegía “las rojas”, arrasaba sin compasión a todo el que se ponía por delante, sin estremecerse siquiera al ver mis ojitos suplicándole el perdón. Aún sigo creyendo que no perdía ninguna partida porque siempre se cogía el dado de “los cincos”.

Cuánto bien nos hicieron a muchos, esas tardes de domingo con los nuestros, en torno a una mesa camilla.

Así es que, nunca dudes en qué regalar a tu hijo. Yo siempre opté por libros y juegos y jamás me equivoqué.

Y tú, si ya eres “grande”, date la oportunidad de aprender nuevos juegos de cartas, juegos de estrategia, de rol…

¿Hace un poker?


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