Me lo dijo el mar

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Sí. Era yo.

Esa noche cargué combustible y manejé hasta la playa.

Tal vez era miércoles. Digo. Porque los miércoles eran nuestros días. Días de encuentros y desencuentros. De amarnos profundamente o de escapar uno del otro; mentira: de escapar vos de mí.

Tal vez fue en una primavera de hace siete años. Tal vez ya era verano, pero lejos estábamos de los días festivos y fatídicos de final de año. Fin de año fue otra historia.

Neil Young cantaba Harvest Moon repetitivamente, y yo con él.

Me hubiera encantado tirarme de cabeza al mar. Pero no lo hice. Tan sólo desnudé mis pies, lloré en la orilla, y acabé sentada en una escalera de madera barata cerca de  la rambla. El llanto era una tormenta que no paraba.

Hay momentos en que el corazón se parece a una gelatina cósmica. Algo blando, que no se puede contener, pero sí disolver y separar. Mi corazón se estaba separando de mi cuerpo. O estaba estallando en mil pedazos y me estaba destruyendo.

Algo se partía en mí. Un dolor que era una pelota en el estómago y aprisionaba los pulmones impidiendoles cualquier tarea de tracción. Ese día pensé que nunca iba a recuperarme, nunca de los nunca jamás, y que siempre volvería a temer los atardeceres plagados de gaviotas sobre el horizonte.

Le exigí al mar las mismas respuestas de años anteriores. Le exigí al mar las mismas respuestas que te exigía a vos. Como si yo pudiese exigirle algo a alguien.

Primero pensé que no se podía  amar tanto y recibir tan poco.

Luego supe que se puede mal amar y recibir lo peor.

Al final, todo me lo dijo el mar esa noche.

Patricia Lohin

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