Revista Diario

Medallón

Publicado el 16 diciembre 2016 por Kaktus

Llego a la oficina y me encuentro a M. Es una Señora Vulnerable, sólo que no es una señora, porque tiene dieciséis años. A su lado, otra de las señoras, bastante más mayor (al menos treinta años) le está, aparentemente, echando la bronca “díle, díle a Kaktus lo que le ha pasado a la niña”. La niña de M. tiene nueve meses.

“Es que… es que ayer se quemó la niña”, me dice M. bastante compungida. “¿Y qué se ha hecho?”, le pregunto. “Enséñale, enséñale”, le dice la señora. Obviamente, le indico a la señora que salga de la oficina que para echar broncas ya estoy yo. M. me enseña una quemadura más aparatosa que grave en el cuello de su peque.

“Mi madre se despistó, y tiró el agua hirviendo de la col sin darse cuenta de que C. estaba al lado en el suelo, y le salpicó. No fue culpa mía. Yo estaba en el baño. Lo siento, Kaktus, de verdad”.

“¿Qué hicisteis?”

“Fuimos corriendo al hospital, a urgencias, le han dado antibiótico y una pomada. La cura se le ha caído durante la noche. Ahora la llevo a que se la cambien”

“No te preocupes, con la pomada se la puedo volver a poner yo. ¿Ya le has dado el antibiótico?”

“Sí, me dijeron que empezara ayer noche. Pero, de verdad, Kaktus, que no volverá a pasar, que fue un despiste”, repite.

A M. y a su madre, la abuela de treinta años de la niña, las conocí el año pasado. La niña tenía una semana de vida, pesaba un kilo y trescientos gramos, y querían abandonarla porque no podían alimentarla. M., en aquel momento, parecía bastante indiferente en su relación con la criatura. La abuela estaba firmemente convencida de que no quería más críos en casa.

_ M., deja de decir que no volverá a pasar– le digo- claro que volverá a pasar. Los niños se caen, se queman, se hacen cosas.

_ A ella no le volverá a pasar. Te lo prometo-, me dice

_ No me tienes que prometer nada. Además, -completo- estoy muy, muy orgullosa de ti

_ ¿Por haber quemado a la niña?

_ Por supuesto que no. Porque habéis tenido una emergencia, y la habéis resuelto bien. Tenías dinero para pagar el hospital y le estás dando las medicinas. Y todo sin perder los nervios.

_ Bueno… en el hospital me eché a llorar… pero así nos hicieron pasar antes

_ Bien hecho, M. Todo muy bien hecho.

Y, mientras ella piensa en lo que le estoy diciendo, me acuerdo de toda la gente que nos ha ayudado a que C. viviera, desde los doctores de Meki, hasta el voluntario que, cada día, la pesaba en una ensaladera en la báscula de la cocina, pasando por mis padres, que nos trajeron vestidos preciosos para niños minúsculamente preciosos. Y de todas las señoras vulnerables, que han ayudado a que C. sea, a día de hoy, una niña querida y cuidada.

A media mañana pasa la abuela, esa que hace nueve meses no dejaba de preguntar dónde tenía que firmar el abandono, a ver cómo está la peque. “Nos llevamos un susto…”, me cuenta, “qué agobio, por Dios, como se le quede marca, me muero, ¿le habéis puesto la pomada?”. Afirmo con una sonrisa.

Yo no soy muy de colgarme medallas, pero esta, con el permiso de las tres generaciones de chicas, me la voy a poner bien vistosa.


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