Revista Diario

Mi cápsula del tiempo

Publicado el 04 octubre 2011 por Maricari

Introducción... Y Akasha me hainspirado al comentar  el microrrelato deeste jueves que, iba sobre una cápsula del tiempo con cartas con besosexagerados  y todo, y comentaba quesiempre ha querido hacer una cápsula, y entonces recordé que el Jardín habíarealizado una allá por los 8 años de vida, más o menos, aunque ella aún no sabía que era el tiempo ni la cápsula, y fue tal que así…
Una tarde de verano me aventuré a subir un poquito más arribade las acostumbradas  4 primeras gradasque emergían hacia el pajar, no eran las gradas de granito lo que me asustaba,no, porque una vez subí hasta doblar el primer tramo de escalera y oteé ya elpajar de frente en casi su total amplitud. Esa vez, tardó un tiempo mi vista enacostumbrarse a su falta de luz, era un rectángulo más alto a mi izquierda, puesarrancaba su tejado desde la pared medianera en caída declinada hasta el otro extremo alo ancho de 5 metros más o menos, pero que para mí era como si fuera el doble,y toda esa parte se veían casi tapando las vigas unas enormes pacas de paja que iban como colocadas a hileras melladas, pues muchas habían desaparecido yacomidas en el pesebre por las caballerías y otras habían sido esparcidas porlas gallinas empeñadas en querer anidar fuera de su gallinero. Y todoestaba a oscuras, solo la luz que podía entrar por donde yo estaba de pie obstruyéndola y en esos momentos consumiéndola con la vista todo aquél lugar y, una cierta claridad procedente, a cada momento más nítidos, de varios agujeros en el suelo, que dejaban subir algo de luz desde la cuadra. Me quedé petrificada, mi carrera desubida hacia el pajar quedaba cuestionada, necesitaría más tiempo parareconocer el terreno pues el miedo a caer por los 4 ó 5 agujeros me habíaparalizado las piernas y no podía avanzar más.
Estaba cerca, a solo unos pocos escalones finales para serel ama del pajar esa tarde, pero no iba a poder ser, porque solo en la entrada había un boquete por el que podíaescurrirme con los brazos y las piernas abiertas, caería a la cuadra sinremedio y recordaba que la altura podía ser de unas 4 MariCaris puestas en castell, meentró aún más miedo y me mordí una uña al azar. Y además me vino un enfado monumental, no entendía cómo mipadre con su buen hacer podía tener el pajar sembrado con esos agujeros como si de un queso gruyer se tratara, pero ¿Por qué?*
Me disponía a bajar vencida cuando vi, dos escalones másarriba, un pequeño agujero. Era un agujero para jugar porque me daba multitudde posibilidades de uso, así que estiré mis brazos y comencé a escarbarlo para ver su totalamplitud, ¡Oh! Cabía dos veces mi puño cerrado, y en ese momento una idea majestuosacruzó mi mente. Como sabía que no merecía la pena subir hasta allí otra vezporque la idea de andar sobre el suelo del pajar estaba, cómo dijo la zorra conlas uvas, muy verde, podía usar aquel misterioso agujero para guardar misobjetos más preciados de ese verano, y así me alegraría desenterrarlos otro día que quizás me envalentonara y pudiera dar el paso de entrar en el queso gruyer.
Bajé corriendo las escaleras ya sin miedo alguno y busqué alos elegidos. Volví a subir como en una misión espacial acalorada hasta lo altodel pajar amigo, en total unas 10 gradas, y estiré mi cuerpo hacia el escalón13 más o menos, hasta tocar la cápsula y fui depositando objeto tras objeto, no sin antes haberle dado a cada uno un beso (no muy exagerado, entonces no sabía que existían así) y deposité allí mi tiempo cero.

Mi cápsula del tiempo

Gracias, amigo Alfonso Galán

El botín consistía en variascanicas de cristal que tenían en su interior hilos de colores formando unasfiguras preciosas, canicas que había estado a punto de cambiar por más de 10 deotras no tan bonitas con mi vecinas, pero… eran objetos de deseo y su valor notenía precio. También coloqué un pistolerode plástico de color verde que creo que había robado a mi vecino que era unpelín pánfilo y estaba decidida a que ese muñeco tenía que pasar la prueba delenterramiento, pues además ya no correría el riesgo de que si lo veía él, me lo reclamara y así acallaba parte de mi mala conciencia y, por quéno, de mi satisfacción por el robo. Una horquilladel pelo preciosísima pero que no podía ponerme porque por fin habíaconseguido que mi padre accediera a que me cortasen las trenzas, y  una tarde mi madrelas vendió a un señor que  le dijo, señora sus dos trenzas son solo una de su hija, le doy 50 pesetas porlas suyas y el doble por las de su hija, ¡Cuánto pelo tiene y qué fuerte! Aquello me tuvo todo el tiempo con lasensación de que por fin había ganado a mi madre en algo, porque enel parchís no había forma. Tambiénguardé un pintalabios rojo de hacer comedias, porque ahora que comenzabaya el curso se acababa la turné veraniega, donde se me daba muy bien ser laactriz principal, eso sí, si conseguía controlar mi risa; aquel verano habíamossacado suficiente dinero para comer muchas chucherías. Y un santo de cartón (un cromo) correspondiente a un futbolista del Betis por elque había recibido varios tortazos de mi segundo hermano, le destrocé pintándole bigotes, patillas, lazos en el pelo, varias verrugas, gafas, cuernos, etc., y todo en represalia porque no me dejaba jugar con la  colección completa y, se descuidó una siesta y todos pasaron por el salón de belleza,pero parece ser según los cachetes recibidos por cada uno, que ese cromo en especial, era muy difícil de conseguir, porello, merecía estar en mi cápsula del tiempo.
Para terminar la operación tapé todo con varios viajes quedi acarreando tierra, y luego lancé por encima algo de paja de por allí, de tal modo quetodo quedó perfectamente normal, como si el hombre no hubiese puesto nunca un pie en la luna.
Pasaron los años, no sé cuántos, hubo que recorrer el tejadodel pajar para quitar las goteras y ya de paso, mi padre acordó arreglar las gradas pues en algunos sitios se había estropeado la pared por la filtración de las lluvias. Y como yo andabasiempre curioseando desde el corral las faenas de los albañiles y de mi padre yhermanos, observé que se reían allá arriba y mi hermano mayor bajaba con lamano abierta riéndose y llamándome… ¡MariCari, toma tus cachivaches! Extendí la mano, y contemplé unos objetos totalmente ajenos a mi persona,estaba segura que no eran míos, y tuve que volver a jugar con ellos varias tardes para volver a cogerles cariño…
*Los agujeros, años después cuando subí al pajar, comprendíque estaban colocados estratégicamente para lanzar la paja directamente alpesebre y otros para cama de los caballos (por aquel entonces teníamos unayegua –mi Careta-, una potra –mi Jessica, sí de aquí viene mi amiga Jess, je,je- una mula y una burra –ni idea de cómo se llamaban porque no me gustaban,eran tontas, no se hacían caso mío cuando las montaba- en lugar de tener queestar bregando con las pacas escaleras abajo a diario. ¡Qué listo mi padre!
Mi cápsula del tiempo
P.D.: "Parece que necesitamos jugar constantemente con las cosas para no perderles el cariño y que terminen olvidadas "


{¡B U E N A_____S U E R T E!}
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