Revista Diario

Mi ex amiga Salustiana

Publicado el 12 noviembre 2010 por 4nthony192
Mi ex amiga Salustiana Salustiana, así se llama. Salustiana a secas, sin segundo nombre, con dos apellidos repetitivos que, en tales circunstancias, podríamos decir que se trata de uno solo. Salustiana Montes (Montes) y nada más, para los amigos Susita. Para mí, sin embargo, a pesar que soy su amigo, Salustiana nomás, porque soy medio raro, y a veces doy miedo. Y no es que sienta repulsión, ni enajenamiento, aunque hay que aceptar que causo impresión; qué se puede hacer, ella es así conmigo. ¿Por qué eres me menosprecias? Porque sí, Sebastián, ya no friegues, para ti Salustiana ya sabes, ni te atrevas a llamarme de otra forma que me enfado y no te hablo jamás.
- Ya, Susita.
- ¿Y sigues? –me dice abriendo los ojos presa de la furia que le provoca mi obstinación.
- Lo siento, Susita. Pero no entiendo tus razones.
- Pero ya te dije: porque sí –sonríe apenas.
- Por eso mismo no entiendo, Susita. Me queda corta tu respuesta.
- La que aquí no entiende soy yo, Sebastián. Pero te pondré un ejemplo…
- No muy largo, por favor –la interrumpo porque hoy tengo ganas de ser grosero y malvado y de caerle mal a medio mundo; añado–: que me quedaré dormido.
- ¿Te aburro, Sebastián? –Me pregunta con voz de recelo y desdén, con el ceño apenas fruncido.
- A veces, a decir verdad –respondo sosegado.
Salustiana Montes, mi amiga, se enfada mientras coge su bolso y se levanta con prontitud. No creo que se atreva a irse, sabe muy bien que no intentaré ir tras ella.
- Me voy, Sebastián. Eres un desconsiderado. Y también un egoísta. Y algo más que no me acuerdo –se contiene unos instantes, mientras evoca, supongo, sus clases de psicología o los consejos de algún profesor, y busca las palabras certeras que saldrán de sus labios para golpearme en lo intangible de mi cuerpo y, con toda seguridad, mi única virtud: mi exasperante apacibilidad–. Listo –dice y entiendo que lo ha conseguido–. Eres un narcisista, por eso estás depresivo, por eso te quieres matar.
- Otra vez con tus cosas, Susita. Ya basta que (de psicología), por hoy, he tenido suficiente.
- Terminarás solo, Sebastián, por tu terquedad y egocentrismo. No aprecias el aprecio que tienen por ti, lo cual es bastante paradójico y muy incomprensible para una persona inteligente como tú.
- Me halagas demasiado, Susita. Ni soy tan inteligente ni me quieren tanto como dices.
- Sí, sí, no quiero volver a oírte, Sebastián. Tu voz me provoca resignación, confusión, pánico y tristeza; eres todo un caso, ¿lo sabías?
- Lo sigo sabiendo, Susita.
- Ya no me digas Susita que ahora sí me voy, te lo advierto.
- Está bien, pero me resisto a llamarte por tu nombre, Susita. Mejor te pondré otro sobrenombre, mucho más lindo incluso. Prometo esforzarme por conseguirte uno que te dejará encantada –le digo con ternura, cerrando un poquito los ojos, intentando mostrarme risueño.
- ¿Acaso mi nombre es feo, Sebastián? –me pregunta, Salustiana Montes, impertubable
- Lo es, ciertamente, Susita. ¿Quién se llama así en estos tiempos? ¿Te conté que mi abuelo se llama Aniceto?
- ¿Qué tiene de malo mi nombre, Sebastián? –me preguntó con verdadera curiosidad.
- Todo, Susita, absolutamente. Y no quiero ser malo ni cruel, pero te mereces un nombre mejor. Salustiana suena a odalisca, con tu perdón. Pero la culpa no lo tienes tú, Susita, sino tus malvados padres.
- ¿Quién te ha dado derecho de llamar malvados a mis padres? –Se enfurece Salustiana Montes, frunciendo el ceño sobremanera figurando una mueca espantosa.
- El gobierno, Susita. La libertad de expresión, bien sa…
- ¡Estás idiota! –gritó y todos los comensales nos miraron divertidos.
- Desde mi niñez, Susita, cuando mi padre me lo decía con repeticiones inacabables. Pero, te pido disculpas por lo de tus padres, ha sido un exceso, pero, de alguna manera, Susita, y tú no me puedes dejar mentir, ellos se ganaron mis epítetos nocivos poniéndote ese nombre. Porque el tema eres tú y tu nombre, Susita. Lo sabes bien.
- No, idiota, el tema eres tú y tu depresión que me tienen harta. Y, aunque no lo creas, Sebastián, me afecta. Me considero tu amiga, pero nuestra amistad no ha sido muy productiva que digamos.
- ¿Me estás terminando Susita?
- Algo así, Sebastián. Y es mejor para ambos. Quizá en algún momento nos volvamos a encontrar.
- A reencontrar, dirás, Susita.
- Sí, sí, Sebas, como gustes.
- Voy a escribir de ti, Susita, y te voy a matar de la forma más abyecta.
- Favor que me harías, Sebastián. Mátame de una vez.
- No, aquí hay mucha gente y los asesinatos se ocasionan en la soledad, sin testigos y, en mi caso, con una computadora o un lapicero.
- Eres un loco. Te quiero mucho aunque seas un tonto.
- Tú eres más loca por quererme. Loca de remate, qué duda cabe. A lo mejor, tú deberías ir al psicólogo, Susita, que falta te hace. En lo que respecta a mí, pues, me cuesta quererme siquiera.
- ¡No me digas Susita!
- Cómo entonces.
- Llámame Salus –dice Salustiana Montes forzando una sonrisa.
- Jaja… qué buena, Susita. ¿Por qué no quieres que te llame Susita, a ver, explícame?
- Porque no, ya te dije.
- Si me dices el por qué, intentaré quererte.
- ¿Lo prometes?
- Ya siento que te estoy queriendo, Susita.
- Chistoso. Yo no mendigo cariño, Sebastián. Y menos de un amigo.
- Yo, en cambio, Susita, mendigo cariño, ternura y aprecio. Todo junto, fíjate. Pero no es que me falte, tampoco me sobra, por si acaso. ¿Qué mendigo mendiga, valga la redundancia, Susita, por que le falte plata? Ninguno, o casi ninguno. Mendigan porque es una forma de vida y sólo por eso, por pura mediocridad, Susita. Así que yo me autoproclamo un mediocre sentimental.
- Canalla sentimental dirás, así como Jaime Bayly.
- Como Borges, Susita. Como Borges, por favor. Borges dijo esas palabras.
- Si estuvieras sano estaría enamorada de ti, Sebastián.
- Qué afortunado soy de estar enfermo, Susita –respondo verdaderamente contento.
- Bueno, vamos a otro lado y te cuento todo, Sebastián.
Salustiana Montes, como la llamo a partir de entonces, me rebeló su secreto. Susita se llamaba la bruja que le quitó a su padre. Y yo, en un acto de brutalidad incontenible, la volví a llamar Susita, esta vez, sin querer queriendo. No me creyó mi linda amiga y se fue echando humo. Iba a ir tras ella, pero recordé que yo era un egocéntrico narcisista que quería morirse.

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