Revista Literatura

Mi Navidad

Publicado el 22 diciembre 2011 por Siempreenmedio @Siempreblog
Mi Navidad

Imagen procedente de la Gran Enciclopedia Virtual Islas Canarias

Deseaba siempre que llegara ese ansiado momento en que mi padre nos hacía madrugar un sábado a mi hermana y a mí  -y eso que a mí siempre se me pegaban las sábanas- para irnos al monte cargadas de bolsas, palas y cubos. Aquella mañana solía ser soleada aunque con un aire frío que te helaba las manos y la punta de la nariz pero no la ilusión contenida de estar meses esperando llevar a cabo tan importante empresa. Nosotras, niñas de ciudad, he de confesarlo, nos bajábamos del coche y comenzábamos a respirar profundamente para inhalar aquel olor a pino, a hierbas aromáticas, a pinocha y al sol quemando el musgo de las piedras que se acurrucaban en los extremos del camino. Luego nos sorprendía aquel silencio atronador de la mañana sólo interrumpido por los pajarillos que se alborotaban en los árboles y que no sabíamos identificar.

Entonces mi padre comenzaba a organizar la operación y nos distribuía las tareas:  “Tú te encargas de recoger las piñas que se hayan caído de los árboles y de guardarlas en la bolsa, tú de ir reuniendo la pinocha suficiente, ten cuidado no se te cuele algún bichito,  y yo voy a ir recogiendo algo de tierra fresca para meterla en el cubo.”

Nosotras nos dedicábamos en cuerpo y alma a la labor, recogiendo con sumo cuidado aquello que la naturaleza nos estaba regalando para que pudiéramos emular sus montañas, sus caminos, sus pródigos frutos en aquel portal de Belén cuya estructura ya había quedado levantada la noche anterior gracias a la fuerza y la maña de mi padre, nuestras manos temblorosas para tratar de sostener aquello que fuera necesario y, sobre todo,  el empuje de nuestros ojos ávidos de ver levantarse aquel peculiar pueblito que cada Navidad se fundaba en el interior de nuestra casa.

 “Deberíamos también coger algo de arena de la playa para hacer el caminito del desierto”, decíamos nosotras. “Eso toca mañana, paso a paso”, respondía mi padre. Él, fiel a su riguroso orden, nos hacía colocar todo en el maletero de su vehículo con “mucho cuidado para que no se estropee nada y sin ensuciarme el coche que lo tengo impecable…” decía.

Al llegar a casa, con las manos llenas de tierra y deseosas de empezar a colocar todo en el portal de Belén, mi madre nos recibía con un plato de potaje bien caliente. “Lávense muy bien las manos y siéntense en la mesa para que coman y entren en calor”, nos aconsejaba. Y aquel calor, sin duda, entraba en nuestras vidas para perdurar a lo largo de estos años.

 Es verdad que, en estos días, parece que la Navidad está desprestigiada, con un tinte cada vez más mercantilista y deshumanizado pero, aunque sea por evocar estos recuerdos, creo que merece la pena su existencia y que cada uno la celebre o la viva como le apetezca. Desde aquí mi más calurosa felicitación a todos.


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