Revista Diario

Mi tía Carmen

Publicado el 09 abril 2012 por Pirfa @paloma_pirfa
Mi tía Carmen
Ayer enterramos a mi tía-abuela Carmen. Su muerte deja a mi abuela Maruja como única superviviente del clan Cerero-Hidalgo, esa familia de postguerra que siempre ha presumido de ser de la Fuente Vieja aunque, en Cortegana, se les conozca como "Los Calañeses". Carmen, que era la más pequeña de los seis hermanos, y Diego, con el que se llevaba poco más de un año, fueron separados de sus hermanos y criados por dos hermanas de su madre que no tenían hijos. De aquellos años, Carmen no guardaba un buen recuerdo. Cuando se recordaba a sí misma de pequeña, se veía fregando, subida en una caja porque ni siquiera llegaba al fregadero de la casa de su tía. 
La mayor de los hermanos, Juana, se casó pronto, tuvo muchos hijos, nietos y bisnietos y murió de vieja. Andrés, del que mi abuela guarda un bellísimo retrato en su habitación, falleció sin descendencia cuando no tenía los veinte años y dejó de herencia un gracioso nombre compuesto a un hermano de mi madre. Pedro, que se pasó la primera parte de su vida ayudando con el contrabando a su madre por las sierras que unen Cortegana con Portugal, acabó sus días en Cataluña, donde emigró, como tantos andaluces, en los años 70. Allí siguen sus hijos y nietos. Diego ha sido el penúltimo en fallecer, también ya mayor, y acompañado de sus hijos y nietos.  
Carmen ha llevado una vida literaria, como casi todas las vidas. Los que la han conocido en estos años finales, consumiéndose al mismo ritmo con el que fumaba tabaco negro, no saben que fue una mujer fuerte y preciosa. Trabajó desde joven en uno de los mataderos de Cortegana y esperó, durante doce o trece años, el día de su boda con su novio de toda la vida. Cuando ya no le cabía más ajuar en los cajones, conoció la noticia de que, en su viaje a Mallorca para buscarse una nueva vida que compartir, su prometido había encontrado, de camino, una nueva mujer. Mi madre, que además de llevar su nombre es lo más parecido a una hija que ha tenido mi tía Carmen,  recuerda cómo lloraba mientras le peinaba las trenzas. 
Poco tiempo después llegó a Cortegana Pedro, un joven ciego, delegado de la ONCE. En tres meses contrajeron matrimonio. Vivieron en diferentes pueblos por los que pasearon ella delante y el detrás, agarrado a su hombro. Cuando Pedro murió, cuarenta años después, Carmen volvió a su pueblo sin ser ya ni la sombra de aquella mujer enérgica y bajita que fue en su día.
No tuvo más hijos que los sobrinos de su hermana Maruja, a los que ayer el resto de sobrinos daban el pésame, reconociendo su condición diferente a los ojos de mi tía Carmen. No quiso mucho a los seres humanos, pero adoró a los animales, sobre todo a los perros. Sus últimos afectos los reservó para mi hija y para Elena, la mujer que la ha cuidado estos últimos meses y que logró la hazaña de que dejara el tabaco y volviera a comer a pocas semanas de su muerte. Ahora parece una macabra broma. Lo que nunca perdió fue su amor por mi madre, que la tuvo siempre cerca, por más lejos que viviera, y que estuvo a su lado hasta el último minuto cuando ya no era más que un viejo-bebé, de cincuenta kilos de peso y movilidad nula, al que había que cambiar el pañal.
Mi tía Carmen siempre ha tenido malas pulgas y ha sido una mujer discreta. Lo ha sido hasta para morirse de puro desgaste, de puro aburrimiento, de algo que se escapa a la medicina clínica. El médico internista que certificó su fallecimiento le confesó a mi madre que se "inventaba" la causa de una muerte  que no había sido capaz de diagnosticar después de 10 horas de estudios, pruebas y diferentes reanimaciones. Escribió en el acta una palabra esdrújula, justo en el recuadro destinado a la causa. Lo hizo para evitarnos a la familia las horas de espera de una autopsia que hubiera sido inútil, creo, cuando la muerte no es más que un deseo conseguido.

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Sobre el autor


Pirfa 118 veces
compartido
ver su blog

El autor no ha compartido todavía su cuenta

Dossiers Paperblog