Revista Literatura

MiniCuento XXV: La espera

Publicado el 21 abril 2014 por Anilibro @anilibro

En días lluviosos como hoy salen historias tristes. Pero después de la lluvia siempre vuelve a salir el sol. Y si no, nos lo inventamos. Espero que os guste este nuevo MiniCuento.

MiniCuento XXV: La espera

Esperaba. No sabía a quién o a qué, pero esperaba. Mientras, miraba a través del cristal de la ventana de la cafetería. La ligera cortina de agua caía sin ganas sobre los negros paraguas de la gente. Las frías manos sobre la taza humeante, en un intento de entrar en calor. Sobre la mesa, dos papelillos de azúcar abiertos. Uno vacío, el otro con uno de los terrones intacto sobre el papel. No era golosa, pero el amargor del café era demasiado cercano al que sentía en su interior en ese momento.

Las gotas hacían quiebros sobre el cristal, creando trazos nerviosos. En su caída se agrupaban con otras ganando velocidad, generando líneas más gruesas que de pronto, perdían la vitalidad y esperaban la llegada de otra que les ayudara en su camino. Ella encontró cierto paralelismo con su vida en esas gotas. Las personas se acercaban o se alejaban, nunca en un camino recto. Le ayudaban a pasar una temporada, pero llegado un momento la relación se colapsaba. Hasta que no llegaba alguien más, no sentía que avanzase hacia adelante.

La farola que había junto a la ventana se encendió, haciendo pasar el trazado de las gotas, a la horizontal de la vieja mesa redonda, sobre la que estaba apoyada. Ahora el interior del local era más oscuro que el exterior. Fijó su mirada en las correteantes sombras de la madera. Las trayectorias de las gotas se marcaban como si fuesen unas inusitadas vetas grises, que se yustaponían a las del roble de la mesa. Vetas vivas. Como venas de una vieja mano. Como la suya.

Separó una mano de la taza. La observó con curiosidad, como si fuese la de otra persona y no la suya. El paso del tiempo era inexorable. Lo sabía, pero nunca había pensado en él hasta ahora. En la mesa, además de su café, había un periódico, un cenicero y un paquete de cigarrillos. Sacó uno y lo encendió, aspirando con fuerza el humo que desprendía al encenderse. Hojeó el periódico. Era del día anterior, 21 de febrero de 1964. En una esquina una foto del Malcolm X. Había muerto a los 39 años. Los mismos que tenía ella.

Sobre la foto se deslizó la sombra de una gota. Su descenso había terminado en el cristal y en el pecho del activista. Se sintió terriblemente triste. En ese momento las sombras desaparecieron de golpe. Habían encendido las luces en la cafetería. Parpadeó varias veces antes de poder enfocar de nuevo la foto. Iba a dejar de ser una gota que espera para ser como él, una que arrastra a las que esperan. Dejó sobre la mesa, el dinero para pagar el café y una buena propina. Se levantó y salió resuelta a la calle. No se molestó en abrir el paraguas. No lo iba a necesitar más.

FIN

Nos leemos en el siguiente capítulo.

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