Revista Diario

Mis palabras no dicen nada. Por: Alfredo Abrisqueta

Publicado el 28 octubre 2011 por Alfredo
Mis palabras no dicen nada. Por: Alfredo Abrisqueta
Con los máximos respetos que debe uno tener, y no por deber, sino por placer y desgana, desinterés en general, motivación aunada con la naturaleza especial del Ser Humano. Hoy debo mis respetos al deportista Marco Simoncelli, y ayer, y mañana también...Sin embargo, parece que la humanidad ha sufrido una gran pérdida. ¿Quién soy yo para juzgar y valorar una muerte? Antes que responderme y responder a ustedes, preguntaré quiénes sois para juzgar y valorar tanto una muerte en comparación con las demás. Entiendo que esta reflexión acaba de empezar con un tono cínico, pero, ¿son cínicas estas palabras? Dejaré esta cuestión para el final, cuando haya dicho todo lo que tenga que decir.
Todos sabemos que hace unos días un terrible accidente acabó con la vida de un piloto, un deportista en el mundo del motor. Todos nos disgutamos ante tal desgracia, quizá por una parte porque somos humanos y como tales, poseemos cierta simpatía hacia los nuestros, y por otro lado, quizá una explicación científica tenga que ver por las llamadas neuronas "espejo". Tanto uno como otro, o quizá aún muchas más explicaciones que involucren otras facetas psíquicas de la mujer y del hombre, podrían dar sentido a los sentimientos que mostramos continuamente hacia la muerte de una persona.
Sin embargo, y no todos los sabemos, cierto cinismo interior y oculto, disfrazado por la hipocresía nos conduce día a día a ser quienes somos, a pensar como pensamos, a sentir como nos sentimos. Hablo de la falta de vergüenza que mostramos la mayoría de nosotros hacia el mundo y hacia nosotros mismos. Pero, ¿por qué dices esto? ¿qué quieres decirnos? Responderé con la mayor fidelidad de mi indignación escogiendo las mejores palabras que puedo elegir, para que entiendan lo que quiero decir.
Vivimos en un mundo donde las apariencias no nos engañan, sino se hacen patentes en la realidad, porque son éstas lo que fundamenta nuestra realidad, nuestro mundo cotidiano, nuestra mundana condición humana. Nos dejamos llevar por esas imágenes falsas de la que todos estamos muy certeros de su existencia, sin cuestionarse nada. Depositamos nuestra confianza en la falsedad y nos olvidamos de todo esfuerzo que implica la vida, los problemas y la verdad. No debéis entenderme como que hay una verdad universal por la cual todos debemos contemplar y seguir, sino al contrario, intento definir o explicar que las apariencias nos esclavizan la mente y el cuerpo, no nos dejan participar de la libertad, y sin ésta, nunca entenderemos nuestro ser y nuestra condición, nunca entenderemos al otro y en fin, nunca comprenderemos nada.
En este mundo de las apariencias legislan las leyes propias, leyes que imponen formas de pensar, opinar, vivir y sentir. Bajo este mundo llamo yo cínicas dichas leyes que poseen una total desvergüenza en nuestra forma de ser con el otro. Hoy sentimos y lloramos aún la perdida de un hombre, pero, ¿quién llora o siente la pérdida de miles de niños y niñas del tercer mundo? ¿quién llora o siente pena alguna de aquellos hombres y mujeres que mueren a diario y que puede haber sido evitado con una vacuna, una medicina, un trozo de pan, un litro de agua?
Parece que toco techo planteando este problema, esta visión tan etiquetada, tan usada y nombrada, tan ignorada, tan altruista. Pero parece que no será la primera vez ni la última que un hombre de a pie como puedo considerarme o como puede hacerlo otro cualquiera, mencione con rabia a través de las palabras el cinismo social de la cultura occidental de nuestros días. No paramos de ver en las noticias las desgracias del mundo sentados en la tribuna de nuestro salón, sin mover ni el índice para apagar la televisión. La caja tonta que nos dice siempre día a día a quién hay que llorar, a quién votar, cómo debemos vestir, cómo debemos ser, cómo debemos triunfar en el mundo de la apariencia, cómo debemos pensar y opinar. ¡Basta ya! ¿Quiénes somos para decirle al otro lo que debe o no debe pensar o hacer, vestir o comer, sentir o escuchar? ¿Por qué siempre miramos a nuestro ombligo para ver si todo esta en su lugar? ¿Por qué miramos hacia otro lado cuando el otro sufre y padece la injusticia que ni debe ni merece? ¿Por qué no podemos pensar que tenemos que evitar un mundo donde el cinismo impera a sus anchas? ¿Por qué no queremos cambiar, señalar al injusto, abominar su injusticia y desterrar las ideas que construyen esquemas que perjudican a la humanidad?
Por una sencilla y única razón, porque no queremos. Es más cómodo acatar y ser como nos dicen que acatemos y seamos, que pensar por uno mismo y ser como uno mismo quiere ser. Es más cómodo tomar por ley universal la propia supervivencia, que ayudar y cooperar con el otro para que sobreviva también. Es más comodo protestar por nuestras injusticias que protestar por las injusticias que hunden el interés global. Es más cómodo satisfacer las necesidades de nuestro cuerpo y mente, que ayudar a otros a que tengan la misma oportunidad. Es más fácil criticar siempre las acciones del otro que ayudarle a entender lo que es mejor para él y lo que es mejor para los demás. Es más cómodo estar sentado en la tribuna que actuar, es más cómo compadecerse de uno mismo que compadecerse de los demás.
Hemos llegado a un punto en el cual, lo más básico de nuestra vida esta siendo cuestionado, el trabajo, la familia, la felicidad, el bienestar. Un padre o una madre luchan día a día para alimentar a la familia y así proteger su vida. Hemos llegado hasta tal punto de mediocridad, necedad y cinismo, que estamos siendo amenzados por nosotros mismos. ¿Estamos obrando bien? ¿Estamos seguros de lo que hacemos? ¿Somos conscientes de lo que hacemos? Parece que no, y así es como me inclino a pensar. Tengo esta profunda tristeza, no sólo por mí, sino por la humanidad en general, tanto la parte que comete injusticias como la parte que la padecen.
Esto nos pasa por permitirnos a nosotros mismos, vivir en este mundo de realidades ficticias, en este mundo donde impera las apariencias, en este mundo donde todo vale y nada importa. Este mundo carece de valor porque lo hemos desvalorizado entre todos, este mundo que ve el sol girar día tras día, gira y gira sin saber por qué girar. Caminamos ciegos porque queremos, no somos capaces de quitarnos las gafas de sol en plena noche, no queremos ver que hay más allá de nuestras narices, porque no nos gusta. Preferimos una vida de ignorancia, huyendo de los problemas como huyen las cebras cuando ven al león. Preferimos ser cobardes y despreciar aquello que queda lejos de nuestra imaginación. Preferimos vivir aislados en una cueva.
Para finalizar y no de forma gratuita, la muerte de Marco Simoncelli, que en paz descanse tanto él como su familia, ha significado para el mundo occidental una de las mayores pérdidas, sin embargo, he aquí el cinismo de mis palabras y de mis reflexiones, he aquí el desconsuelo de un hombre, de un humano como vosotros, que siente la muerte tan cerca como vosotros. He aquí mi cinismo, ¿dónde queda el de ustedes?
Mis palabras no dicen nada. Por: Alfredo Abrisqueta

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