Revista Talentos

Monumentos, y... Sirenas

Publicado el 26 diciembre 2020 por Jamely @SirSturio

Dice la leyenda...

Hay un dolmen que aún no ha sido descubierto pero que existen registros de él, en el que se sabe que era muy grande, de dimensiones exageradas donde según los escritos estaba situado en las inmediaciones del El Buraco y servía para dejar a resguardo a los animales que guardaban el ganado y así vigilaran las reses y al propio poblado de seres salvajes. Esos escritos dicen que esconde no solo huesos de esos sagrados animales protectores sino que se intuye que pueda albergar un tesoro de cuantía inmensurable, pues, las reliquias según algunos historiadores basándose en otros Dólmenes de Europa pueden contener imágenes dibujadas en cerámicas de animales que convivían con éstos humanos y nos darían una idea de animales extintos y sagrados para esta clase de homínidos.

Algunos historiadores menos convencionales dicen que pueda haber en la ornamenta fúnebre adoraciones en forma de imágenes con otras civilizaciones no presentes o ni que sepamos de su existencia.

Recuerdo que mi abuelo, un ser con el secreto mejor guardado de Cáceres, me decía siempre “No cuentes nunca, de veras, nunca nunca, porque si descubren ese Dolmen en Cáceres, por muy alejado que esté, hará tal sombra que el Templo de Buda, ese que casi se hace en otro lugar, no será tan prolífico”.

Esa leyenda acortada, la recuerdo con claridad pasmante, ya que, mi abuelo, dejaba muchos mensajes en los libros que leía en verano, de su biblioteca, sabía cuáles iba al leer porque me los dejaba recomendados en una estantería especial que teníamos para comunicarnos cosas importantes. Y esa era una de ellas, tenía infinidad de escritos hacia mi, otros para que los mandara a mi abuela, en plan mensajero; y un día encontré algo creí importante, en su mesa, esa de negro tizón, enorme, y llena siempre de papeles, que si preguntabas por uno, sabía en que lugar se encontraba, ese “don”, creo lo heredé. Aunque vayamos al meollo del lugar de ese Dolmen gigantesco, que presumía de saber donde estaba.

Era verano, y pospuse una lectura al ver un papel amarillento sobre la mesa, en plan pergamino y quebradizo. Me llamó mucho la atención por eso.

Pareció que estaba allí por algo, quizás lo dejó a la vista por saber de mi curiosidad.

Y un día, un buen día, de mañana alegre, con color en el amanecer, uno explosivamente rojo, apareció un amigo de mi abuelo, era científico, y estaba muy interesado en todo lo relativo a la cultura y los escritos que me dejaba como muy importantes. Yo en un principio no rehusaba a darle información, pero días después pareció que quisiera saber el lugar exacto de ese Dolmen que creí estaba en el plano. Ese plano era el papel amarillento, estilo pergamino y del que nunca jamás dije nada a mi abuelo por no saber si me regañaría por no saber si fue casual el hallazgo o no, así, la cautela fue la dama en aquella casa campechana. Entonces, igual de cauto que fui con mi abuelo, lo fui con su amigo, que nunca supe el interés que tenía como científico por ganarse unos dineros por lo tesoros de ese monumental Dolmen.

Era jueves, y hacía una semana que no veía al amigo de mi abuelo, raro era, porque eran asiduas las visitas. Hasta que dije un día que no quería hablar más del Dolmen de Cáceres, porque al final llegaría a la conclusión que sabía donde estaba exactamente. Y era cierto, lo notó creo, al decirle que estaba marcado en algún lugar. Más claro, agua; aunque las conversaciones eran espaciadas, no supe contener toda la información. Lo sabía todo, hasta tal punto que me invitó a ir juntos a ver en el mapa, in situ lo que había y hacer el descubrimiento juntos. Fue el jueves al llegar por la noche y dijo que fuéramos, yo acepté un poco reacio, pero accedí.

Fuimos a Santa Clara, entrando por la calle Pintores a la Plaza, donde había botellón, esos que ya no hay y en los que recuerdo que los estudiantes ansiaban conocerse unos a otros como si fuera una red social.

Sin gafas me pareció ver la Luna Llena a baja altura, sin embargo era el reloj de la Torre Bujaco, en el corazón cacereño. Y sonreí.

Nadie nos esperaba, eso pareció, pues a cien metros antes de llegar al Dolmen, salieron infinidad de sirenas, de todos los colores y sonidos para llevarnos a un lugar del que hoy no se su nombre.

Y llegué aturdido, nos separaron nada mas llegar para encontrarnos de nuevo dentro, en una sala extraña. En ella él y yo solos. Él me preguntó que había pasado a lo que respondí que me había traicionado por unas piedras y por el oro que allí habría.

Lo negó todo.

Hoy soy yo quien le visita a él, por prescripción médica, una rara situación en la que me dicen él y los demás científicos que tome unas pastillas, yo empecé a tomarlas cuando dudé de lo escrito en el prospecto. Ideas equivocadas y demás...

Al amigo de mi abuelo le digo que no será para tanto equivocarse de ubicación respecto al Dolmen de Cáceres.

Él me dice que mi abuelo no está con nosotros desde mis diez años, y tengo 42. Siempre le digo que vaya a ver los libros que me deja para los lea y los mensajes que deja en ellos, a modo de citas.

Nunca nos ponemos de acuerdo, él dice que no está, yo, que se ciña a las pruebas como científico, y si duda, que pregunte a mi abuela, que es la que hace la comida y la deja hecha en la mesa, con su mantel favorito pues lo lava y no falta ese mantel nunca a la mesa.

Dice que el Buraco está en Santiago de Alcántara y nada tiene que ver con el reloj de Cáceres, que son invenciones mías; creo que todo se lo quedaron ellos, los científicos, el oro, las cerámicas y el secreto de otras civilizaciones. Estoy seguro.

Ahora no vivo en la casa con mis abuelos, vivo con personas que pareciera que saben lo que me pasó, porque al contarles todo, me dan un abrazo de esos que sabes que te acompañarán pase lo que pase.

Y ellos, sus historias, son también muy duras, si yo estuviera en su lugar, creo me hubieran encerrado en algún sitio de esos que nadie quiere estar, porque no las hubiera soportado.

El amigo de mi abuelo me dice que soy muy listo, porque tomo las pastillas, y la verdad es que no se porqué las tomo, debió ser esa duda que corrompe toda realidad de uno y hace dudar solo por un momento en todo lo que crees.

Más listo es él, porque sabe de la existencia de cura ante una equivocación en el pensar, si así fuere, claro, yo ante la duda las tomo con lo que conllevaría no tomarlas, no deseo vivir en la mentira, ya sea recibida o de mi propia mente, que eso, se que existe en otras personas y quizá también me escogió a mi. ¿Quién lo sabe?

Efectos secundarios respecto a todo, son que conozco más personas gracias a las salidas que hacemos los que vamos a ver al científico, creo investigan, aún hoy, los efectos curativos de las relaciones entre humanos y qué endorfinas segregamos al recibir un abrazo fraterno...

Lema: Eón



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