Revista Literatura

Mudo y con fulgor, me presento a la bestia

Publicado el 13 diciembre 2011 por Teorema

MUDO Y CON FULGOR, ME PRESENTO A LA BESTIA

No es una historia triste ni melancólica ¿Por qué han de ser tristes la mayoría de historias donde se asoma la cabecita rubia de un niño entre las líneas? El protagonista de este episodio apenas tiene siete años y patalea furioso mientras con su manecita señala hacia ese lugar donde el sol se está poniendo, y el oro se derrama por las nubes y las piedras. Los habitantes del entorno dorados quedaron también como armaduras y así brillaban los cabellos sueltos con reflejos de henna. En ese oro pálido, la brisa adquiere una ascención de espada desenvainada. Os preguntareís por qué. Pues porque es África y porque es así como es la silueta ecuestre del amante en la dulzura del ocaso.

Padre e hijo parten de viaje hacia esa ciudad rodeada de montañas y tranvías donde se encuentra ese famoso hospital donde el niño va a ser operado. Muy de mañana, abajo, en la pequeña aldea adormecida un gallo volaba y se posaba al borde de una ventana de adobe. Las gallinas espiaban. Más allá de las vías del tren había un ratón dispuesto a huir.

El niño lo ve todo, se da cuenta de todo, pero sabe callar y guardar el bendito silencio. La madre lleva un hermoso vestido muy favorecedor de lino blanco ajustado y unas gafas negras. No soporta ver la miseria ni los rostros de los nativos del lugar. Sabe que sus hermosos ojos azules despiertan codicia y admiración. La madre no les acompaña. Fué capaz de una lágrima, sin embargo.

- Tu madre es ciega.

- No, no lo es. Es francesa y le molesta la luz.

Padre e hijo viajan en primera clase desde donde se puede oler el aroma del té a la menta que los nativos están preparando en los vagones de cola. Como es primavera los viajeros han arrrancado ramas con flores de azahar para aromatizar aún más el delicioso brebaje, y tras ellos, le siguen enjambres de abejas con sus patas doradas de pólenes. Se oye perfectamente el zumbar de los insectos y el bisbiseo del agua en los recipientes. Un aroma que adormece y acuna.

El padre le cuenta al niño que cuando una abeja llevada por la codicia cae en el interior del vaso y muere ahogada... los hombres la hacen resucitar formando un volcán con las cenizas de sus pipas de kif. Tras sacudir las alas, el insecto revive y alza el vuelo.

- ¿Quieres que vayamos a comprobarlo?

- No.- El niño contesta rotundo, no aparta la vista de la ventanilla de su asiento. Espera ver a un hombre y su caballo en el horizonte. Postes, malditos postes.... la velocidad se come los postes cuando se viaja en tren.

- Papá, ¿vendrá Pierre como nos prometió? - ese "nos" le dolió

en el alma y le hizo sonrojar hasta la raíz del pelo. Había

desvelado su secreto. Un terrible secreto.

- ¿Pierre? no, es imposible. Estará con sus asuntos de caza por

los montes de Chaouen, o incluso aún más lejos. ¿Por qué me

lo preguntas?- El niño no contesta, no va a decir nada pero lo

sabe todo. El padre le acaricia el cabello liso ante la mirada

bobalicona de los viajeros de los asientos contiguos.

.

El niño es una criatura hermosa a pesar de su corta edad, rasgos delicados pero de una dureza distante y diamantina. El niño piensa. ¿Creéis que los niños no piensan? El niño piensa en Pierre y dice: "no, no puedo dejar de ir si él me llama. Y sé que de noche cuando él me llame iré". Un niño es capaz de pensar esto y mucho más cuando sabe que su madre se pone una gota de vaselina en los lóbulos de las orejas, muñecas, codos y escote para que el perfume quede mejor impregnado como el ámbar de esos insectos que oye zumbar por todas partes. Sabe que su madre está con el jinete por eso no se atreve a mirar a su padre.

"Quiero todavía que una vez más sea el caballo quien conduzca mi pensamiento. Y me presente, en la oscuridad, al caballo que se espera, caballo de un jinete rey, obediente a la bestia.


El niño salta de su asiento y grita: ¡Papá, pierre está ahí! ¿Lo ves en aquella loma? Justo donde "nos" prometió a mamá y a mí que vendría. El jinete es un hombre hermoso, joven, y valiente. Sus ropas, cabellos y sombrero adquieren a esa hora de la tarde una tonalidad dorada verdosacomo sus ojos. Pierre es francés, la madre del niño también. El padre mientras piensa saca demasiadas cosas de sí mismo y siente el vacío. Es en el vacío donde se pasa el tiempo. El padre está abandonado, pierde el contacto con la tierra, con el cielo. Ya no vive, y sin embargo, existe.

El niño ve el caballo desnudo, ve a Pierre como la libertad indomable que se torna inútil aprisionarlo para que sirva al hombre. Pierre no domestica a su caballo ni a Rolf, su perro guardían, que le acompaña en todos sus viajes. En otra parte, la mujer piensa que es demasiado tarde para tener un destino. Hacía veinte años que no lloraba, pero ahora estaba muy cansada y saciada. Si aquello era llanto. No lo era. Era otra cosa. Finalmente se sonó la nariz. Entonces pensó lo siguiente: que ella forzaría el "destino" y tendría un destino mayor. Se quitó las gafas oscuras y salió a pasear por la ciudad. No volvería a ver nunca más a Pierre.

El niño mira al padre y le oye decir: "Un hombre siempre cumple lo que promete". La silueta del jinete ya ha desaparecido en la lejanía... el niño abraza a su padre y rompe a llorar en sollozos.

Al día siguiente amaneció Domingo. Mañana azulada, día bruto en esa ciudad vocinglera, caótica y de tranvías. El hospital francés es un bello edificio rodeado de jardines y balaustradas de estilo colonial y repleto de monjas con esas cabezas aladas de un blanco inmaculado.

El niño ya está anestesiado y listo para entrar en quirófano. Pero surje un imprevisto: una familia entra en urgencias tras un brutal accidente de tráfico... se impone el protocolo de prioridades.

El padre sostiene a su hijo en brazos para que no pierda calor y no consiente que lo separen de él a pesar de los ruegos de las monjas y enfermeras. Se dirije a una ventana: la ciudad, los bloques cuadrados, los mercados de especias, la escalera vacía, la piedra.


Pasan seis largas horas y no consiente separarse de su hijo a pesar del terrible dolor que experimentan sus brazos. El niño comienza a despertar de la anestesia y vomita. Balbucea: Pierre te amo... tan niño y ya sabía lo que era el deseo, aunque no supiese que lo sabía. Lo vío en los ojos de su madre cuando se quitaba las gafas oscuras para mirar a Pierre.

El deseo era así: estar hambriento pero no de comida, era un gusto algo amargo que subía desde el bajo vientre y le alborotaba los delicados y sonrosados pezoncillos y los brazos vacíos de abrazos. Le dolía vivir ... "Pierre, je vous aime"

El padre no puede contener las lágrimas al escuchar a su hijo: "No pienso en Dios, Dios no piensa en mí. Dios es de quien logra llegar hasta Él. En la anestesia aparece Dios. Entre tanto, las nubes son blancas y el cielo es todo azul. ¿Para qué tanto Dios? ¿Por qué no un poco para los hombres abandonados?

- Señor, no debe preocuparse por nada. El niño no corre ningún riesgo. Lo hemos vuelto a sedar. La operación será breve y seguro que todo irá bien.

El padre abandona el hospital. Ha visto cruzar la silueta de su mujer por uno de los pasillos.

Pero hete aquí que surje un caballo. Es un caballo con cuatro patas y cascos duros de piedra, pezcuezo potente, y cabeza de caballo. He ahí un caballo.

Pero ya sólo es una sombra.



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