Revista Talentos

Música entre palabras

Publicado el 30 agosto 2015 por Isabel Topham
Siempre he soñado con ser músico, y desde pequeñita voy a clases de piano y solfeo. Aunque, a decir verdad, cada vez tengo menos ganas de dejarme la piel encima de un escenario. Pero, con la misma ilusión de siempre en volver a disfrutar y estar en él. Sinceramente, no sé cómo explicar esta sensación… es algo extraño lo que siento, y dudo mucho en que me puedas entender.
Ni siquiera puedo entender esa necesidad que tengo, a cualquier hora, de ponerme a dibujar letras sobre el blanco papel, lleven o no sentido entre ellas. Simplemente, me dejo llevar por ellas mismas. Es una sensación diferente a la que solía experimentar con normalidad cada vez que me sentaba frente al piano. Cerré los ojos, y al tiempo que escucho a las propias palabras cantar, esbozo una sonrisa. Mis manos se posan con sumo cuidado sobre ellas, mientras yo misma me imagino estar frente a un inmenso público y con muchísimos nervios en mi estómago que, sin saber por qué, es lo que menos me preocupa ahora; al tener en cuenta que, soy lo suficientemente tímida como para no echarme atrás por ellos. Pero, sigo sin creérmelo… ni creerme a mí misma. Aparento estar normal aunque por dentro me esté muriendo de la vergüenza, y a su vez disfruto del momento.
Una vez que terminé de interpretar la obra, me levanto y con cuidado para que no se me arrugara el negro y liso vestido que llevaba puesto, me incliné e hice la reverencia al público, acto seguido me fui consumiendo entre las sombras y las rojas cortinas que cubría el escenario a ambos lados. A medida que me iba alejando del público, empecé a escuchar alguna que otra voz llamándome y a ser consciente de la realidad, mientras alguien me da pequeñas palmaditas en el hombro para que despertara.
Es mi madre, quien ha entrado en mi cuarto después de llevar tiempo observándome de reojo por la puerta, la cual dejé minutos antes entreabierta. Había empezado a bailar, a hacer algún que otro gesto extraño con la mano, sin la necesidad de haber soltado el lápiz. A pesar de estar la casa en silencio, seguí escuchando la misma y agradable sinfonía que en el sueño. Parecía que aún no me había despertado, y seguía dormida. Al poco de verme, mi madre se llevó las manos a la boca, asombrada de lo que veía en mí, y con intenciones de llamar a papá para tomar conciencia de no estar loca por ser la única que viese lo que yo estaba haciendo.
Yo seguía bailando, sin ser consciente, entre mis letras, en un mar donde sólo cobraba sentido con la música que sonaba en mi cabeza. Era como si cada vez que sonaba en mí una idea, se encendía por ciencia infusa un aparato de música y me dejase llevar por el ritmo de las palabras.

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