Revista Fotografía

Muyeres siempre. Por Max.

Publicado el 08 marzo 2012 por Maxi

En día tan señalado, quiero recordar a esas viejas desamparadas, sin familia, curvadas en dos, que a veces descubres en las calles de la gran ciudad –y tal como van los tiempos cada vez más a menudo- seguramente vestida con andrajos, rebuscando en la basura, despojada de sus viejos ornamentos de cintas y flores, que un día ya lejano adornaron su juventud y fueron su orgullo. Que camina arrastrando sus pies tan penosamente, que te llega al corazón el dolor de sus pasos. Se apoya en un bastón y con la otra mano arrastra un renqueante carrito, pasa mirando al suelo sin ver a nadie, indiferente a la gente, al ruido del tráfico, al sol ¿A dónde irá? ¿Vivirá con suerte en un quinto sin ascensor? ¿O acaso sea su residencia habitual un cajero entre cartones? Dicen del terrible calvario de Cristo, pero no fue nada, comparado con lo que le espera.

 

Los más caritativos quizá se vuelvan a mirarla, murmurando; “Pobre muyer” después continuarán su camino. El harapo de su falda barre las aceras, mientras cuelga recto de un esqueleto, remedo de cuerpo. ¿Habrá algún pensamiento en aquella cabeza, que cubre un pañuelo negro descolorido? Supongo que no, ¡pero sí un sufrimiento callado, perpetuo, angustioso!

 

Gracias a los políticos tan miserables y criminales que padecemos, volvemos a marchas forzadas, a la miseria de los viejos sin pan, sin esperanza, sin dinero, sin otra cosa que el horizonte de la muerte delante de ellos, marcándoles la senda que deben seguir ¿Piensan esos roñosos, acaso en los miles de ancianos que viven solos, ansiosos y desesperados, con pensiones de miseria? ¡Que va! A ellos solo les incentiva el recortar las ayudas a la dependencia ¡Alguno de esos cabrones reparará en las secas lágrimas de esos ojos apagados, que fueron brillantes, emotivos y joviales en otros tiempos! Los miles de ojos encendidos por la fiebre, los cabellos blancos, las arrugas y la indigencia, dueños ahora de sus crueles y descarnados despojos.  Estas cosas te llenan de rabia y tristeza, a punto de llorar, como lo hacen las nubes sobre la tierra, un día de tormenta desatada. ¡La que nos espera a los que llevamos un buen trecho del camino andado, y los que vienen detrás más y peor!

 

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