Revista Diario

Naranja

Publicado el 31 enero 2012 por Anaesther
   «Eran las cinco de la tarde de un martes de finales de abril. Julio Orgaz había salido de la consulta de su psicoanalista diez minutos antes; había atravesado Príncipe de Vergara y ahora entraba en el parque de Berlín intentando negar con los movimientos del cuerpo la ansiedad que delataba su mirada».  
    Con esta apertura inicia Juan José Millás su novela titulada El desorden de tu nombre. En ella, se narra la forma de enamorarse de un hombre -esa forma de iniciar una dependencia consentida que tan pocas veces es real y tantas veces es fingida-. Julio, se llamaba. Pero podría haberse llamado Pepe, Lucas, Nicolás, Martín, David, Mario, Fulano, Vengano, Frutano... Pues bien. Este hombre se prenda de una mujer, Laura -que también podría haberse llamado Zulema o Zaraida, aunque sin desprestigiar a nadie, agradezco personalmente la elección del nombre al autor-. Una historia de amor, una novela rosa más.   
   En incontables ocasiones pensamos que la mejor aliada de la inspiración es la soledad. ¿Cómo puede ser que un sentimiento tan lúgubre ayude a componer obras con este tipo de carices? Obras que están cargadas de emoción. Obras que están cargadas de sentimiento. Muchos dicen que esta no es de las mejores obras de Millás, que se reduce a la predictibilidad e incluso, a la monotonía. No opino del mismo modo, siento discrepar. Al igual que para mí, El coronel no tiene quién le escriba es la mejor novela de Márquez, considero que por los mismos motivos, El desorden de tu nombre constituye el culmen de la obra de Millás.  
   Y es que se nace para dejar huella en el mundo, ya sea en una única persona o en ochocientas. Estas obras consiguen dejar una huella profunda en cada uno de los lectores a los que acapara, ya sea grande, pequeña, consciente o inconsciente. Y es que en ocasiones no nos damos cuenta de lo que bulle en nuestro interior, somos pura hormona revolucionada mucho más allá de la apoteósica pubertad. En ocasiones es necesario recibir unos golpecitos en el hombro que nos hagan percatarnos de que no todo tiene por qué ser negro, o gris. Las cosas pueden ser transparentes, translúcidas. Se puede ver a través del papel maché. No es necesario recurrir a la literatura para poder soñar. Dice Albert Espinosa, que «si crees en los sueños, ellos se crearán». Los sueños comienzan a transformarse en realidades en el momento en el que decidimos poner un pie fuera de la cama en la que dormita nuestro ser. No necesitas ser un niño para mantener las esperanzas, todos las tenemos bajo nuestra fachada de puritana frivolidad, es nuestra segunda piel, y como tal, dormita esperando el momento en el que el cerebro decida dejar de jugar y comience a ordenar al corazón que se despoje de ese traje de neopreno que, lejos de evitarle frío, le está haciendo mal. El corazón se hiela sin motivaciones, y esas motivaciones son los sueños.   
   En ocasiones te niegas a rectificar, piensas que estas ñoñerías solo suceden en las películas que las cadenas de televisión compran a precios irrisorios con el objetivo de paliar el tedio de las amas de casa. No sé cómo explicar el cambio, la transformación que se sufre desde toda aquella aparente pérdida de esperanza e ilusión, hasta el momento en el que algo que llevas esperando desde el momento de tu gestación, cuando ni tú mismo eres consciente de la envergadura de lo que se fragua... Aparece. Me viene un símil. Tal vez un tsunami podría emular ligeramente el torbellino de escalofríos y cosquilleos que recorre todos y cada uno de los órganos vitales en el momento del cambio. Es ese momento en el que, como dice Albert Espinosa en su novela El mundo amarillo, aparece tu amarillo, una de esas personas que te marcan para toda tu vida. Es entonces cuando la ficción literaria de la huella y el destino comienza a tomar forma, comienza a desarrollar una fisonomía. Cierra los ojos, ya puedes perfilar su contorno. Esa persona existe. A partir de ese instante, comienzas a experimentar tumultos hormonales que te indican que ese alguien es más que un simple amarillo, amarillos puede haber 23, según dice Albert. Como este solo puede haber uno. Uno en toda tu vida. Le caracteriza el color naranja. Su aura amarilla comienza a anaranjarse, para identificarse ante ti como lo que es: esa mezcla entre pasión exacerbada y el amarillo que es y será toda su vida para ti. Es amor. Y lo demás son tonterías.
   Busca a tu amarillo, tal vez un día comience a anaranjarse. Por el momento, no puedo contarte más. Mi amarillo ya se ha anaranjado. Se anaranjó hace ya tiempo, en un sueño ambientado en la plaza de una hermosa catedral. A día de hoy, aún no he creado una nueva palabra para definir la sensación que me produce su mirar. Espero no encontrarla nunca, porque eso significará que su color seguirá intensificándose a la par que mis sentimientos hacia él. Lo que siempre he sabido, es que es mi amarillo anaranjado, rojo, azul, verde, blanco, negro, beige, multicolor.
Dedicado a mi Sol anaranjado [ desdeleonconamor.blogspot.com ]

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