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National Geographic, manipulación mediática y prostitución intelectual por Adriana Acuña Zanazzi

Publicado el 21 noviembre 2011 por Georgeosdiazmontexano @GeorgeosDiaz

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National Geographic, manipulación mediática y prostitución intelectual

Por el Dr. César Guarde

Tuve el placer de conocer a Georgeos Díaz–Montexano el 21 de febrero de 2003 con motivo de su ponencia “La única ubicación posible de la Atlántida. La manipulación de los textos de Platón: cuestiones filosóficas”, una excelente e iluminadora discusión que se extendió durante cerca de dos horas, y que tuvo lugar en el Salón de Grados de la antigua Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona. Desde entonces nuestra relación, tanto a nivel académico como personal, fluctuó entre lo puntual y el frecuente intercambio de e–mails o llamadas telefónicas con motivo de sus cada vez más numerosos avances en el estudio de las fuentes antiguas, especialmente platónicas, relacionas con la Atlántida. El motivo de esta afinidad no se encontraba tanto en el interés común de ambos por el mundo heleno y, en general, por la historia y el pensamiento antiguo, como en la admiración que su fuerte personalidad y su certera metodología transmitían a quien, durante aquellas dos horas –demasiado breves–, seguía con fascinación a este Hermes de la lengua griega, palabra a palabra, llevándonos tímidamente desde la narración platónica contenida en el proemio del Timeo hasta ese póstumo fragmento que, a todas luces, representa su Critias.

Pero si algo quedó de su disertación, tan amena como erudita –cualidad única conservada por esos buenos comunicadores que rechazaron identificarse con la escuela educadora de John Dewey–, fue por encima de todo ese proceder meticuloso y científico que sirvió de vacuna a varios años de sombría carrera universitaria. En una disciplina tal como la Filosofía, con milenios de historia en Occidente y grandes logros intelectuales –piénsese, por un momento, en lo que seríamos sin un Copérnico y su transmisor, Giordano Bruno–, uno espera ante todo encontrarse inmerso en cierto caldo de cultivo primigenio, en donde el espíritu crítico se acicala con montañas de vetustos volúmenes en griego o latín, anotaciones rápidamente garabateadas sobre su aparato crítico, y todo ese falso encanto que rodea como un aura a ciertas materias humanísticas. No obstante, aquello que debería servir de base a todo ello, el motor ejecutor de toda filosofía, es precisamente despreciado por el alumnado y el profesorado a favor de unos más simplistas maniqueísmos marxistas y menosprecios hermenéuticos a la obra de Platón: la lógica formal –una fina línea invisible, de hecho, separa pasillo y despachos de los “lógicos” del “resto”, de “los otros”–. El desdén es mutuo, y no sin razón, pues mientras ciertas personalidades tienden a despreciar con resentimiento aquello para lo que no están capacitadas, otras, sin embargo, más nobles, buscan no ensuciarse con los hedores de la mediocridad y la prostitución intelectual de aquéllas. En un ámbito universitario en el que Carmen de Mairena es capaz de llenar varias salas con su inefable presencia y su verborrea pseudo–liberal, en el que se considera más importante aumentar el número de sillas y mesas de una biblioteca que su fondo bibliográfico, o en el que cualquier pastiche pseudocientífico es permisible siempre y cuando sea presentado en la lengua autonómica, la frescura y profundidad metodológica de aquella ya lejana ponencia de Georgeos sirvió como antídoto a todo ello, y su minuciosidad, su ir directamente a los manuscritos originales, a las fuentes, de autor en autor hasta transcender las barreras del mero texto, reclamando una genealogía filológica del mismo y de sus interpretaciones e interpretadores posteriores, dejó en los presentes una huella indeleble que nada tiene que ver con las mezquinas aspiraciones del ámbito humanístico universitario contemporáneo, español, pero también europeo.

Georgeos Díaz es, ante todo, autodidacta, esto es, no dispone de esas aburridas titulaciones universitarias tras las que se escudan en sus argumentaciones aquellos que nos venden sus productos fraudulentos, por todos conocidos: traducciones indirectas a través del inglés o del francés, ayudantes de traducción imaginarios con nombres exóticos, plagios de artículos originalmente publicados en idiomas poco accesibles, citas falsas, etc. El ingenuo lector podría pensar que poco importa, que las publicaciones académicas, como todos sabemos, siguen un proceso de revisión por pares completamente anónimo en el que unos evaluadores, expertos ellos, desconocen la identidad y titulaciones del interesado. Pero esta situación es, virtualmente, poco más que utópica, especialmente en campos tan científicamente poco relevantes como la filología clásica o la filosofía, en donde parece que todo cabe con tal de autoengordarse mutuamente el curriculumcon insustanciales contribuciones. El primero de estos casos de abuso, falsificación y deshonestidad intelectual sufridos por Georgeos tuvo su comienzo en septiembre de 2001 –dos años, por tanto, antes de su ponencia en la Universidad de Barcelona–, y alcanzó su cenit en verano del 2004, cuando el geólogo francés Jacques Collina–Girard ganó notoriedad con su apropiación de las teorías de Georgeos sobre la ubicación de la Atlántida en el sur de España. Ciertamente, Georgeos no es el primero, ni tampoco será el último, en defender tal emplazamiento para esa “historia verdadera”, como el mismo filósofo ateniense la denomina. Otros antes que él se hicieron eco de hipótesis semejantes y, entre ellos, el arqueólogo y filólogo alemán Adolf Schulten anticipó, sin duda sobre sólidas bases textuales, la vinculación entre los pueblos tartesios de este lado del Estrecho de Gibraltar y la narración platónica. Pero ninguno de ellos alcanzó a explicar determinadas discrepancias fundamentales entre lo que fue esa Tartessos y la concepción popular, abrazada entonces por muchos estudiosos del mundo antiguo, de una Atlántida descomunal, continental, incluso tecnológicamente avanzada, madre de mediterráneos y mesoamericanos –todo ello, como ha mostrado el historiador francés Pierre Vidal-Naquet, muy relacionado con determinados nacionalismos europeos de corte anti–semítico, a uno y otro lado de los Pirineos–. Georgeos fue, en este aspecto, el primero en darse cuenta y en documentar que la descripción platónica de la Atlántida se refería a una isla, y no a un continente, y que su situación nos la ofrecía Platón con una claridad inaudita a base de conocidos topónimos: Gadeira, Atlas, Columnas de Hércules. Su estudio de las fuentes primarias, del que gustoso participé, le llevó a eliminar éste y otros malentendidos filológicos que convertían la Atlántida en una isla perfectamente plausible, de menor tamaño y gran poder marítimo, y además dentro de una cronología perfectamente ortodoxa. Quitar méritos a Georgeos excusándose en teorías que Schulten no pudo demostrar sería equiparable –hablando siempre en términos absolutos de lógica formal– a otorgar a Demócrito el mérito conseguido por los teóricos del átomo, o a Anaximandro la evolución biológica de nuestro querido Charles Darwin.

Lo de Collina–Girard quedó ahí y nuevos proyectos salieron a la luz. Desconozco si su éxito permaneció o se apagó lentamente, pero ese mismo año apareció otra figura, Rainer W. Kühne, que a pesar de su impresionantecurriculum se codeaba, ya a finales de los 80, con el escritor de ficción y conocido farsante pseudohistoricista Erich von Däniken. Junto a Kühne, el doctor Richard Freund, especialista en historia judía y director del Maurice Greenberg Center de la Universidad de Hartford, entabló contacto con Georgeos interesándose no sólo por su trabajo, sino ofreciéndole a lo largo de 2009 la posibilidad de una colaboración que habría de gestarse en forma de documental, propuesta en la que Georgeos confiaría. La honestidad intelectual europea parece haber transcendido ciertamente las fronteras atlánticas y, tras navegar a la deriva cruzando 6.000 millas, haber alcanzado finalmente las costas de la National Geographic Society. Sólo así puede entenderse el reciente documental que, precisamente a cargo del doctor Freund y con la inverosímil participación de Kühne, la institución norteamericana ha proyectado bajo el título “Finding Atlantis”: ni una mención de Georgeos Díaz, sus investigaciones o la autoría original de la teoría esgrimida por Freund y Kühne. A lo largo de este plagio visual de 45 minutos se nos descubren ideas ya esbozadas un decenio atrás por Georgeos, ya sea a través de conferencias, publicaciones en diarios, notas de prensa o páginas de internet, con ese encanto que sólo la NGS sabe dar a sus creaciones y que, al final, no nos engañemos, nunca nos descubre gran cosa. La novedad es fundamentalmente económica: quien tiene los medios dispone los fines, y así la NGS puede permitirse el lujo no sólo de recrear la capital atlante proyectando anacrónicamente la Acrópolis de Atenas sobre diversas islas, sino también el realizar diversas mediciones para determinar la presencia de ruinas o restos que coincidan, más o menos, con la descripción dada por Platón.

No es este lugar, sin embargo, ni es tal la intención de esta breve columna, desmenuzar los errores históricos y metodológicos que Freund comete, auspiciados con los fondos de la NGS –y sin importar si al final los culpables últimos se encuentra en la universidad onubense, la responsabilidad recae sobre aquélla–, sino reclamar esa honestidad intelectual inspirada por elamicus Plato newtoniano, a la vez que extender nuestro más que incondicional apoyo a Georgeos como legítimo autor de estas hipótesis a las que, sin un estudio particular y bien documentado de las fuentes griegas, tanto anteriores como posteriores a Platón –lo que aquí discutimos no es la existencia física, real de la Atlántida, sino una correcta interpretación de lo que Platón nos ha transmitido–, jamás habrían podido llegar de forma independiente los fraudulentos autores y participantes de este documental. Sería pecar de ingenuidad afirmar que el tiempo pone a cada uno en su lugar, más aún cuando Cronos, como es bien sabido, gusta en devorar a sus hijos –y así Ovidio, “tempus edax rerum”–; mas podemos permitirnos extender la metáfora hesiódica y aprovechar la oportunidad para hacerle tragar de nuevo al enemigo ese ómfalos delfínico con el que Rea sació su hambre.


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