Revista Diario

No comment

Publicado el 21 septiembre 2016 por Karmenjt

La reflexión de Ana sobre la amplificación de las opiniones en las redes sociales me pareció muy interesante. Últimamente no sólo leo las noticias que se publican en dichas redes, sino que pulso sobre los comentarios para ver como sienta dicha noticia entre otros lectores como yo, es algo que antes no hacía, pero que ahora reconozco que me despierta cierta curiosidad. Da igual el contenido de la noticia, puede ser de política, o sobre un animal maltratado, o de hábitos alimenticios, y en la mayoría de los casos no puedo evitar asquearme ante el tono general de los comentarios.

Es curioso, porque el hilo se convierte en un debate agrio entre desconocidos que acaban insultando al contrario casi desde el primer toque de gong. Hay educadas excepciones que razonan su apoyo o disconformidad, pero hay mucho energúmeno que opta desde el primer momento por descalificar al que no opina como él.

Quiero pensar que además de la mala influencia de las tertulias televisivas donde contemplamos como unos y otros se desprecian, sin que atisbemos la más mínima intención de escuchar al contrario, y con escuchar quiero decir reflexionar sobre lo que uno dice al otro, no simplemente dejar que acabe de hablar para poder empezar a soltar el discurso propio. Sino también el estupendo anonimato que ofrecen las redes para el insulto sin consecuencias. Porque no nos engañemos, aunque al lado del comentario haya un nombre y una foto (que no siempre es real), nadie va a buscarnos en persona para pedirnos explicaciones por alguna frase malsonante (a menos que insultes a algún ministro, miembro de la familia real o hagas un chiste sobre terrorismo), con lo que no cuesta nada escribir lo que quizás no te atreverías a decir a la cara en una discusión, sobre todo porque al primer “mira el listo gilipollas que se cree que lo sabe todo” que le dijeras a un amigo o conocido se te acababan las tertulias, o acababas a guantazos.

Como comentaba Ana, sobra demasiada sensibilidad ante los defectos ajenos y falta más autocrítica ante los propios. Nos sentimos con autoridad moral para emitir juicios de valor sobre los demás, para creernos por encima de los que no piensan como nosotros y por tanto despreciar o ignorar sus opiniones. De vez en cuando hay que pararse, respirar, y dejar que la empatía y la tolerancia ocupen su sitio, que la diversidad tiene eso, que cabe todo, y que nadie tiene toda la razón, sino que cada uno tenemos la nuestra, sin que tenga que excluir la de los demás.

O como dijo algún filósofo “Tolerancia es esa sensación molesta de que al final el otro pudiera tener razón”

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