Revista Diario

No dormirás

Publicado el 27 septiembre 2010 por Blopas

Esta es una anécdota en partes.

La 2a en la saga de la Señora W.:
Oniromancia | Continuará…

y también la 13a en la saga del Dr. Kovayashi

A la luz de las tinieblas | Continuará…

A pesar del dolor por la muerte de Scalisi, la visita que la Señora W. y Rómulo le hicieran a Kovayashi había tenido su lado positivo. Hacía tiempo que W. no se sentía tan cuidada como después de que el Dr. le recomendara el sedante para caballos. El simple acto de recibir de él la pastillita disparó una carga de recuerdos, posiblemente tan inexactos como antiguos, en los que ella se veía como una niña despreocupada junto a sus padres, en diferentes situaciones. Por eso atesoró la pastillita entre sus dedos y al entrar a su casa se la metió bajo la lengua. La Señora W. tenía por costumbre subestimar los cuidados que le prodigaba Rómulo; si bien se los agradecía en el momento, al rato los borraba por completo de su memoria.

Esa mañana no era una excepción. Con gran preocupación, Rómulo vio cómo su esposa tomaba la pastilla, y en un mismo impulso cerró el puño hasta clavarse las uñas, apretó las mandíbulas y la golpeó en la nuca con tanta furia que poco faltó para que el mentón se le clavara entre los voluminosos pechos. La pastillita saltó de su boca y rodó hasta perderse bajo el trinchante. Ella también rodó, pero no tan lejos.

_ “Vos me querés joder, W. Me querés joder la vida…”, le dijo Rómulo mientras la ayudaba a levantarse. Hablaba con calma, pensativo. La expresión de su rostro era la de sus ojos negros, que miraban en derredor sin enfocar nada en particular. “Soy yo el que tiene que quedarse despierto cuando te asaltan las pesadillas, soy yo el que tiene que tranquilizar tus gritos, el que debe hablarte con calma para que no quedes tonta al despertar, el que te alcanza el vaso de agua, el que tiene que escuchar esas cosas retorcidas que soñás, el que se queda despierto abrazándote después de que te volvés a dormir… ¡Y querías tomarte esa pastilla! No, si está claro que vos me querés cagar la vida.”
_ “Tenés razón, amor, y te pido perdón. Sólo que hace casi una semana que no duermo por miedo a que vuelvan las pesadillas”, respondió entre sollozos la Señora W. mientras se masajeaba la nuca, donde le había crecido un chichón del tamaño de un rodete.
_ “Ya mismo llamás un taxi y nos vamos a lo del médico ese que te vio la otra vez…”
_ “Alberto P.”
_ “Como se llame. Vamos ya.”

Cuarenta minutos después, el taxi paraba en una calle de otro barrio, frente a la puerta metálica de una fachada plana y desabrida cuyas paredes habían perdido la blancura bajo miles de pintadas y graffitis. El edificio se alzaba dos pisos sobre la calle, sus ventanas habían sido clausuradas y no poseía ni un balcón ni un árbol en el cantero. Por fortuna el frente miraba al Norte, con lo que el sol, la luz y el calor eran sus mayores encantos. La puerta daba acceso al taller de fotografía de Micaela, justamente donde el día anterior habían estado Hannimal y Daisy, y varias semanas antes la mismísima Señora W. cuando visitara a Alberto P. para pedirle que interpretara sus pesadillas.

La chicharra precedió el chillar de las bisagras y los pasos de la pareja al subir la escalera. Arriba, en un pequeño recibidor los esperaba Micaela. Rómulo y W. no descubrieron su presencia hasta que sus ojos alcanzaron el nivel del rellano. El interior del recibidor era oscuro y el aire tenía trazas de olor a excremento.

_ “Pasen, Daibushi los está esperando”, les dijo Micaela al tiempo que los guiaba hacia una robusta puerta de madera en la pared medianera, al lado de un estante en el que ardía una vela en un pequeño altar repleto de fotografías, vasijitas con semillas y flores. Rómulo no podía bajar sus pulsaciones. Todo aquello lo excitaba, y no entendía cómo podían estar esperándolos si no habían llamado para pedir turno. ¿Por qué Micaela le hablaba como si lo conociera, cuando en realidad apenas se conocían?

_ “Tranquilícese, Rómulo. En esta honorable casa nada es ni malo ni bueno. Mientras procedan con corrección, sólo se toparán con las buenas. Ahora entren, que no es bueno hacer esperar a mi padre.” Micaela abrió de par en par la gran puerta de madera, descubriendo ante W. y Rómulo un extenso pasillo al estilo de los viejos hoteles de provincia. Las paredes estaban empapeladas con motivos florales sobrios en dorado, rojo y crema, y la moquette, desgastada, era de un rojo profundo. Tampoco había allí ventanas, únicamente puertas a ambos lados y unos pocos farolitos de mala muerte. Micaela cerró sorpresivamente la puerta, y así la pareja quedó sola y hundida en la incertidumbre.

Mientras tanto, en su casa, Kovayashi hacía raudamente sus valijas.

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Filed under: Lugares, Personas, Sucesos Tagged: anecdotas, cuentos, cuentos cortos, Daibushi, ficción, historias, Kovayashi, literatura, literature, magia, micaela, relatos, Señora W, stories, writing No dormirás No dormirás No dormirás

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