Revista Diario

* no le busques el sentido

Publicado el 07 junio 2012 por Chinopaper

Soy yo otra vez. Te escribo esta segunda carta porque descubrí que estoy atravesando por un período que denomino de “negación bíblica”. Notarás que tardé tiempo en volver a escribirte, y no fue por vergüenza o falta de ganas, fue porque dejé correr los días sin darme cuenta, aturdido quizás por la cotidianidad aplastante, y retomar la escritura se me hizo bastante dificultoso. Vuelvo ahora, entonces, a divagar y a buscarme a mí mismo. No es que crea que vaya a  encontrarme, ni siquiera se trata de un método establecido. Se trata de nada, se trata de mí. La letra, ya ves, parece ser la misma, pero advierto poca firmeza en el trazo y menor contundencia en las palabras. Es un pozo. Un pozo ciego. Una abertura hacia otro lugar. Una escotilla que se abre y se cierra según conveniencia de mi estado de ánimo. Yo no controlo, ¿cómo podría?, nada de eso, ni la escotilla ni mi estado de ánimo. La humedad no me ayuda. Me destroza los huesos. Reconozco el dolor y siento los músculos cansados, atrofiados. Me sé atrofiado. Veo el camino descendente. Veo aproximarse el final de la línea. Me veo morir sin haber logrado absolutamente nada. Reconozco mi propia mediocridad y no puedo pelear contra ella. Monstruo. No le encuentro sentido a semejante lucha. Y en todo caso te recomiendo no apostar por mí. No me voy a parar en ese ring, no porque no quiera sino porque no puedo. Alegría. Dilato el momento de ponerme a escribir. Me disperso, lo admito. Es como si hubiera desarrollado un mecanismo de defensa que me aleja de la angustia que me provoca la acción de escribir. La cabeza estalla y los fragmentos se alejan entre sí, desaparecen, y me quedo vacío sin poder rellenar ningún espacio. Es difícil encontrar el rumbo, el propósito. Me distraigo. Elijo la distracción como placebo para aguantar, para sentir. Pero todo es mentira, o casi, digamos que ese placebo es una realidad disminuida, segmentada. Viñetas de una historieta sin gracia y sin remate. Así estoy, casi desvanecido.

Entonces, quizás, (pensé) que si me relajaba y me ponía a contarte algunas cosas podría sacarme de encima muchas de las trabas que siento como condicionantes. Elegí este segundo párrafo para aflojar un poco después de toda la mierda que tiré en el primero, espero que todavía sigas leyendo (las posibilidades existen, y asustan, pero ese es otro tema). No sé, puede suceder que todo esto termine en una notita de amor guardada entre las páginas de un libro y que encuentres muchos años después, sin recordar mi nombre pero reconociendo mi letra al instante, letra de zurdo enrevesado y desprolijo, o tal vez el destino infame  de estas líneas sea el de engrosar un tratado filosófico o algún ensayo social aburridísimo. Pero lo más seguro, creo yo, desde mi pequeña óptica, es que se convierta en un campo de batalla, escenario de una justa deportiva, el tablero de un juego de mesa complejo y agotador. No te asustes, juego contra mí mismo, te necesito sólo para que observes y no me dejes hacer trampa. Tiro dados.

Y ahora disimulemos. Juguemos. Hagamos de cuenta que “lo importante es competir”, aunque los dos sepamos que eso funciona sólo en el plano de lo ideal y que lo tangible difiere bastante de semejante barbaridad. Juguemos. Que nada tenga sentido es parte de mi estrategia. No es foul, no es foul. Sigo escribiendo buscando la inercia. Desconozco de dónde procede pero lo intuyo. No tengo noción alguna de física. Ni de cinética. Ni de dinámica. Líneas cortas, meditadas. Imprecisas, sí, llenas de dudas, sí, también, y de ideas a medio terminar. A medio pensar. Me pregunto si es posible pensar a medias (pensalo, es enfermante), si en nuestra cabeza elaboramos bocetos inconclusos que descartamos al instante sabiendo, mediante una proyección velocísima, que por más que llevemos esas ideas o pensamientos hasta el límite, nunca llegarán a ser nada. Ese es el sentimiento de fracaso más irreversible. El fracaso de la ida. Surge una nueva pregunta, mucho más terrible (que no voy a hacer, no me animo a escribirla siquiera). Los convencidos me dirán que no hay fracaso mientras haya intento, y yo les diré que con mucho gusto visitaré su iglesia. Nada. Habrás notado que escribo y escribo y escribo, como drogado, narcotizado, como preso de furia y de grito y de espasmo. Así funciona. Lo bueno de escribirte estas cartas es la impunidad. Perdón, es un atropello, lo sé. Nadie puede resistirse a leer algo que le fue destinado, por eso sé que vas a leer hasta el final (de hecho, en esta instancia del juego lo que estoy haciendo es manipular tu interés para que me sigas acompañando, en soledad todo es mucho más difícil). La comunicación es energía, es un impulso eléctrico. Es una necesidad, somos transmisores hambrientos que buscan la devolución, el rebote, el feedback. Pero no cualquiera. Buscamos la onda magnética que confiera a nuestra emisión la entidad que creemos que merece. Aunque no sepamos cuál sea el deseo incluido dentro de esa onda, podemos identificar en el instante cualquier reflejo de la misma que nos complete esa necesidad; y también podemos identificar, por pequeño que sea, el germen de esa respuesta, lo que nos obliga a intensificar la señal y escarbar y escarbar hasta estar seguros, y a veces no, de que ese destino es el apropiado.

Voy terminando mi turno, es bueno saber cuándo replegarse. Lamento no haber sido tan locuaz como en mi anterior misiva (¿misiva? ¿dónde y cuándo habré aprendido esa palabra?), pero como te conté al principio, allá arriba, en el primer párrafo, no se me está dando con facilidad el asunto este de la coherencia. Me despido pidiéndote un favor enorme: no trates de encontrarle ningún sentido a todo esto. Posiblemente sea todo mentira. Y en definitiva, ¿qué sentido tiene perseguir la verdad? Avanzo tres casilleros.

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