—¡No! —y le clava el cuchillo que tan útil hubiera sido para evitar conflictos

—Esta es de jamón y queso—No, de pollo—¿Pero no ves que tiene este pliegue en la punta?—Es de carne—Pero si nadie pidió de carne ¿o sí? La de carne siempre tiene la misma terminación porque es la primera que apareció. Después con tanta variedad ya no supieron qué inventar y así estamos.—Es de jamón y queso, pasáme el papelito. A ver… Jamón y queso: de acuerdo al dibujo tiene el repulgue arriba y en el costado una puntita doblada. Si pedimos… ¿Cuántas? Tres, entonces, la puta que lo parió no puede ser tan difícil—¡Dámelo!— y le manotea el papelito con las referencias rompiéndolo en el tirón — ¿De qué carajo te reís? — Como si todo transcurriera en cámara lenta, uno de los comensales en vez de buscar un cuchillo, lo más lógico entre tanta confusión, agarra una y le da un mordisco dejando un puente de baba entre la empanada y su boca, masticando todavía, la abre dejando asomar los pedacitos de masa y queso —Esta es de tomate, creo. Yo no pedí. —y la devuelve con la impronta de su mandíbula. La mesa queda suspendida en silencio, espera que alguien reconozca su gusto y se anime a retomar la mordisqueada. Se miran, se presienten, se tocan, se apelmazan. Pero otra mano se lanza, toma una empanada, la prueba, la devuelve. La guerra ha comenzado. Se tiran encima de la bandejita de cartón hasta que provocativamente todas han quedado mordidas, marcadas. Nadie ha dado con su empanada. —¿Ven? ¿Quién dijo que pizza no? Se quedan todos quietos. Voy a llamar al negocio para que alguien nos explique cómo reconocerlas.—Pero si ya están abiertas, ¿no te das cuenta? Fijate y reconocé, idiota.—La verdad es que yo ni siquiera me acuerdo qué pedí—Yo sí, ¿sabés? Y no estoy dispuesto a que te comás cualquiera porque sos tan infeliz que no podés recordar qué pediste —Epa… tranquilidad, señores. Cortemos las mordidas y empecemos otra vez.
Identificación a base de euforia vacía entre lo que se ve y lo que hay.