Se va de un sitio a otro pero aún no sé si se continua siendo la misma persona que cuando estábamos en el país de origen. Muchos me dirán que sómos los mismos pero yo tengo mis dudas. Creo que algo cambia, a veces mucho y a veces poco, pero existen cambios.
Para empezar, el que se va de su país se encuentra con un mundo totalmente distinto en el que tiene que dar sus primeros. Se ve ante el hecho de agrandarse o achicarse como ser humano. El apredisaje lo llevará a modificar muchas creencias, muchos rasgos adquiridos. Descubrirá que es capaz de hacer aquello que nunca pensó, se descubrirá como individuo.
Es lo que me ocurrió a mí al llegar a Francia, la oriunda de Palma Soriano se quedó allá y nació una nueva cubana en el país galo. En mi pueblo todo era eso…de pueblo. La vida se encuentra arropada por todos, y más aún en Cuba que los vecinos forman parte de tu familia. Cada paso que das llevas contigo a todo un barrio.
La cubana, en Francia, tuvó que enfrentarse al monstruo del desarrollo, de las libertades. Un monstruo capitalista, aunque yo no estoy de acuerdo con la dictadura comunista no puedo negar que no soy una admiradora del capital. Frente a mí tuve de golpe a un “mundo de fieras” en el que tenía que quitarme la piel de la pueblerina para poder sobrevivir.
Francia se fue convirtiendo en un maestro sín igual. Con el pasar de los años le tengo que agradecer el haberme permitido conocerme mejor. De lo bueno y de lo malo del exilio hay que estar agradecido, de cada lucha que se libra se sale más fuerte.
Cada humillación sufrída, cada “patada en el tracero” me hicieron dar un nuevo giro a mí existencia. Los galos no han sido avaros en cuanto a porquerias hechas, se han mostrado con una imaginación sumamente fértil.
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