Obras maestras habituales

 Son las cumbres habituales de las artes y el pensamiento, producidas por una sociedad en las que el genio se aclimata de una forma muy natural, siempre con el esfuerzo y el trabajo como enseña, para constituirse lentamente en lo que es, lo que fue siempre, en su perfecta circularidad: genio sin tacha. Y diluirse en la tranquila multiplicación de obras maestras, frutos de una bien sostenida inspiración que, en todo caso, retroalimenta su propia durabilidad, así como su crecimiento, su avance exponencial.
   Y dejar de existir, en apariencia, porque viene para quedarse y estar en todos sitios: ¿con qué podría, entonces, comparársele, todo ese espítitu del tiempo que hemos descubierto agazapado en algún sitio del multiverso y de la posibilidad, mientras lo relatábamos, para considerarlo genio, continua y renovada obra maestra?
   Oh, mira, dice alguien, vienen ya los aprendices. Quienes tratan de hacerlo y se equivocan. Son la nueva materia frágil por la que hay que luchar. Para ayudar a mantenerla, y conservar a quienes la trabajan; proteger la forma en que enseñarán al resto de esforzados fabricantes los valores de lo fallido y la equivocación, aquello que hace tiempo se sentía cuando frustrarse en el camino era el mejor camino, la mejor enseñanza y acicate.
   Pero, ¿quiénes se han atrevido a ser sus responsables? ¡Enmascarada imperfección! ¡Los nuevos héroes del error serán anónimos! Y todos los genios los imitan, secretos, de espaldas a su consumada habilidad y su acabado pensamiento. Agotados de perfección, las gentes vuelven sus miradas a los profetas involuntarios del fallo y la renuncia, y del recomenzar. Quizás este relato no aborda algún futuro improbable, sino un pasado mucho más probable, aunque igualmente fabuloso.