Revista Diario

Oda zx

Publicado el 04 mayo 2010 por Sergiodelmolino

Hace apenas un año yo era un tipo joven, feliz, dicharachero. Un tipo que acababa de sacar su primer libro y podía beberse hasta el agua de los tiestos en una noche de parranda. Un tío despreocupado por el mañana, ignorante de muchas de las miserias que atolondran a adulto medio. Un tipo trasnochador, enamorado y con toda la vida por delante.

Un año después, soy un padre de familia que se acaba de convertir en copropietario de un coche nuevo. Siento el peso del planeta sobre mis rígidos homoplatos. Me siento como un Atlas cansado, de sonrisa apagada, sin brillo en los ojos.

Hace apenas unas semanas, mi conocimiento del mundo automovilístico se reducía a tres categorías: había coches pequeños, medianos y grandes. Los había también negros, grises, rojos, azules y hasta verdes. Los había también nuevos y viejos, y limpios y sucios. Y ya.

Desde hace unas semanas, gracias al proceloso empeño de comprar coche -que no se compra como el resto de las cosas: tienes que aguantar chapas de tíos con corbata y regatear como en un zoco-, distingo marcas y modelos. Veo pasar uno y valoro sus características y puedo calcular mentalmente su precio. También puedo calcular si el carrito de Pablo cabe o no en el maletero.

Si hace un año me dicen que iba a ser capaz de procesar mentalmente todas estas informaciones, me habría quitado la vida en el acto. A lo grande, eso sí, en plan Leaving Las Vegas, hasta que el hígado se me saliera por la boca hecho grumos.

En fin, amigos, estoy acabado.

Y lo peor de todo es que ni siquiera conduzco. Hace un par de años intenté sacarme el carnet de conducir y me apunté a una autoescuela. Pagué unos 400 euracos y me dieron un tocho lleno de dibujicos y preguntas tipo test.

¿Cuál es la tara de un semirremolque?, dices mientras clavas tu pupila en mi pupila azul.

El primer día empollé algo.

El segundo día hice como que empollaba. Al menos, me leía las hojas (había apoquinado 400 euros que empezaban a dolerme en el páncreas). De reojo, eso sí, con música de fondo y parando para merendar y comer galletitas.

El tercer día desistí, pero esperé una semana a decírselo a Cris.

Perdí 400 euros y me quedé con la dignidad seriamente dañada.

Y ahora yo, el peatón incapaz de contestar a una sola pregunta del teórico, se ha convertido en copropietario de un coche nuevecito.

Ni a Cris ni a mí nos entusiasma la automoción. Mientras nuestros amigos y familiares contribuían a renovar el parque automovilístico del país, nosotros persistíamos en nuestro viejísimo Citröen ZX cubierto por una espesa capa de mierda de varios países.

Con él hemos recorrido casi toda España, casi todo Portugal y buena parte de Francia. Hasta que no ha podido más.

Nos dio un susto gordo en Francia, donde un señor con bigote de un taller de Tours nos sopló 600 euros por dos transmisiones rotas. Entonces decidimos que no merecía la pena otra reparación por un coche que no valía ni 400 euros.

-A la siguiente avería, al desguace -convenimos con pena.

La siguiente avería llegó hace unas semanas. Así que nos fuimos de concesionarios, que es un plan espantoso para un lunes por la mañana.

Este es nuestro viejo ZX, a punto de ir al cielo de los coches:

ODA ZX

Sin aire acondicionado, sin cierre centralizado, sin airbags, sin ABS, sin ordenador de a bordo, pero con un buen rollo de morirse que ya quisieran muchos turismos de gama alta.

Pocos coches habrán escuchado tantas carcajadas en su interior. Incluso cuando sus ocupantes cruzaban una meseta abrasada por el sol de agosto desde Huelva a Zaragoza con las ventanillas bajadas a tope y Lynyrd Skynyrd a toda pastilla en la radio. O cuando su conductora se tensaba maldiciendo las cordilleras europeas al tomar las cerradísimas curvas de los pasos fronterizos del Pirineo navarro.

O cuando, en un viaje a Asturias, se nos rompió la cerradura de la puerta del copiloto y me vi obligado a entrar y salir por la ventanilla durante una semana.

-Joder, ¿no os pagan lo bastante para comprar un coche nuevo? -nos reprochaban de cuando en cuando los propietarios de los monstruos de metal que rugen en las autopistas.

Pues claro que nos pagan lo bastante, pero preferimos gastárnoslo en gominolas.

Hasta que no ha habido vuelta atrás.

Descanse en paz, ZX. Contigo muere también nuestra juventud.


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