La historia de la “malafollá granaína”, ese rasgo agridulce del carácter de todo granaíno que se precie, ha sido escrita a lo largo de los siglos tanto por gentes de a pie de todo tipo como por personajes de lo más célebres de la ciudad de Granada. Porque esto de la “malafollá” no es flor de un día, ni fruto de los sinsabores de los siglos XX y XXI. No, amigos, esto viene de lejos, probablemente desde el mismo momento en que los árabes decidieran fundar la ciudad, hace ya casi mil años. Así, y por poner un ejemplo remoto en el tiempo, ¿quién no recuerda aquello que le dijera Aixa, la madre de Boabdil, a su hijo cuando abandonaban para siempre estas tierras?: “Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”. ¡Eso es rencor y lo demás son tonterías! Y si encima te lo dice tu madre, peor que peor.
Pues sí: Aixa (o Fátima, pues por los dos nombres se le conoce) tenía muy malas pulgas. Pero la verdad es que no es para menos, pues antes de ver como los cristianos se hacían con su amada ciudad, ella ya había tenido que sufrir lo suyo al ser repudiada por Muley Hacen, el padre de Boabdil, a favor de la que sería su segunda esposa, Isabel de Solís, una jovencísima esclava cristiana.
Palacio de La Reina.
Pero Aixa no era una mujer de la que uno deshacerse así como así, ni siquiera siendo un rey. Aixa era una señora influyente y fuerte, y lo más que pudo hacer Muley Hacen fue mandarla al Albayzin, a un pequeño palacio que pasaría a llamarse “Dar al´horra” (el palacio de la mujer honrada, sobre nombre con el que se conocía a Aixa). Desde allí, no sé si discretamente o no tanto, la poderosa Aixa siguió conspirando con sus aliados mientras observaba la Alhambra, el gran palacio al que nunca volvería como gran señora, tal vez soñando con una venganza que tampoco nunca se materializaría. Porque Aixa se marchó con su hijo Boabdil, como decía antes, para no volver más. Su pequeño palacio, sin embargo, quedó para siempre en el Albayzin, de cara a la Alhambra, tan altanero y digno a pesar de quedar aprisionado entre diversas construcciones y pasar casi desapercibido (a no ser que subamos al mirador de San Cristóbal, y otros puntos altos del barrio). Para aquellos que no lo conozcan diré que se trata de una casa compuesta de dos plantas y un torreón. La casa, como sucede con el resto de casas de la época, se organiza en torno a un patio, pequeño y discreto en este caso. Los techos son de artesonado, los capiteles son los típicos nazaríes, y aún se conservan gran cantidad de decoraciones florales en columnas y entorno a las ventanas. Sus paredes rezuman historia, serenidad y arte. Pero, ¿cuántas personas suben a visitarlo hoy en día? Muy pocas, ni siquiera muchos granadinos saben de su existencia. Las instituciones no lo patrocinan, los horarios, siempre cambiantes, imposibilitan cada vez más la visita. Los grafiteros se afanan por afear sus muros externos y, en definitiva, el palacio parece languidecer sin remedio en una ciudad que se empecina a veces en menospreciar el enorme patrimonio que guarda. ¿Es de extrañar entonces que los granaínos de nacimiento o adopción que nos preocupamos por lo bueno que hay en esta ciudad, por todo lo que tenemos pero que ni conservamos ni queremos siquiera ver, impotentes como nos sentimos a veces por más que protestemos, estallemos a veces en ataques de auténtica “malafollá”? ¿No son estas cosas que suceden en una ciudad como la nuestra y tantas otras motivos actuales más que suficientes para tenerla? Yo creo que sí, pero tampoco me extenderé mucho más en ello.Olvidada fue la reina, olvidado su palacio. Pero olvidados por ellos, los que desdeñan sistemáticamente, que no por nosotros. Sigamos luchando por el recuerdo, con malafollá o sin ella, por nuestro legado, por la valorización de un patrimonio rico y único, el patrimonio granadino. Llevemos a todos los que no lo conocen a ver el palacio de la señora honrada, aunque haya que hacer un esfuerzo ante tan estrafalarios horarios. Hablemos de él en internet, dejemos que la gente lo vea a través de nuestros ojos y nuestras fotos. Y tal vez así algún día, espero que en un futuro no tal lejano, aquel palacio de Aixa, aquella casita preciosa y altanera de cara a la Alhambra, vuelva a brillar como antaño en compañía de niños, adultos y ancianos, granadinos y de todo el mundo.
Cristina Monteoliva colabora con Abracadabra y es directora de La Biblioteca Imaginaria.