su figura, entre las vías.
Pensé en la vida que pasaba, como el tren,
y, también pensé, en mi alma contemplandoaquel misterio.
Porque yo estaba allí, de espectador,
con la vida y mi latido,ante aquella imagen,
que pasaba rauda, en un instante,
pero también estaba y ocupaba
un lugar en la misma, participando,
de una manera directa o indirecta
en aquel escenario.
Pasaba el tren y con él se marchaban
primaveras y veranos,infancia y juventud,
y todo un rosario de vagones
con nombres propios,
para dejarnos, en el otoño de la vida,
esa sensación de impotencia
y soledad, ante el vacío de la nada.
La noche se acercaba lentamente
y con ella el interrogante de las sombras,de la niebla y de la bruma
que se agarraba a los corazones,
impidiéndoles reír y soñar,
incluso llorar y maldecir,
si fuera preciso.
Pasaba el tren y atrás quedaba yo,
sintiendo el temblor de las floresa su paso,
y mirando al cielo, en el atardecer,
para buscar esa estrella fugaz
que no acababa de llegar y pasar
y así poderla pedir
ese deseo que grita mi corazón,
en su silencio.
Rafael Sánchez Ortega ©
14/10/17