Revista Talentos

Pequeños placeres mundanos

Publicado el 12 mayo 2014 por Perropuka

Pequeños placeres mundanos

Luego, Mr. Hyde me dirá si mi desayuno es equilibrado y saludable


Los domingos son un día especial para mí. ¿Acaso no dicen que es el Día del Señor?... pues eso, siempre procuro darme trato de gran señor, por lo menos empezando la jornada. 
Es indispensable que salga el sol, que se ilumine la mañana con las primeras llamaradas de su energía inagotable. A recargar pilas es el mandamiento inapelable, luego de una noche quizá entregada a la bohemia, a una sesión cinéfila hasta muy tarde (créanme, aguantar algunas películas enrevesadas por su toque filosófico tiene su componente agotador) o, como en mi caso, horas y horas pegado a la pantalla del computador porque resulta que generalmente los sábados algún vecino imbécil estropea mis planes de dormir con su fiestecita a todo volumen. Pasa en todas partes hasta en los barrios más residenciales. 
Mientras el domingo, casi todo el mundo duerme la mona o sigue durmiendo por puro perezoso placer, yo me levanto esperanzado con los primeros rayos. Esa tranquilidad que subyace en el ambiente es el mejor aliciente para comenzar bien el día. No entiendo a la gente que sigue en el dormitorio con las cortinas bien cerradas hasta bien entrada la mañana, perdiéndose horas preciosas. Desayunar tarde para mí no tiene gracia ni ningún componente placentero, a menos que la culpa de ese retraso se deba a la compañía de una bella dama. 
Como no abundan las bellas compañías, toca nomás entregarse al placer de una buena mesa. Es indispensable comenzar el rito por un buen aseo personal. Me enferma ver a una mujer con ruleros, con redecilla en la cabeza o con las greñas desordenadas y la bata puesta preparando un desayuno. El día que me case y vea a mi mujer con esta pinta le pido el divorcio al instante, aunque luego me corra a sartenazos. El amor como la comida me entra primero por los ojos. No estoy diciendo que me convertiré en un solemne jefe de familia esperando que le sirvan. Manos tengo y nunca me hice problema de ser autosuficiente. Además, siempre será un placer para mí preparar el desayuno para una fémina que me quite el sueño, mientras ella reposa todavía sus delicados huesos en el lecho, esperando que el olor del café destilando o de unas tostadas me la despierte. Y si ella no supiese apreciar mínimamente el detalle, ¡patadita en el culo y fuera de mi vida! La vida es una colección de pequeños detalles que hacen la pena vivirla. Y sufrirla.
Con todo, estos pequeños placeres no son gratis ni tan sencillos. Un desayuno como este me lleva por lo menos una hora, desde exprimir las naranjas, preparar el café y los huevos fritos. Lo que más jode es lavar los trastos. Pero el esfuerzo siempre es recompensando por un cúmulo de sensaciones. Eso es impagable e indescriptible. Un momento así vale más que cualquier posesión material. Procuro que todas mis jornadas empiecen de esta manera, con más o menos los mismos ingredientes y según acompañe el tiempo. Un desayuno regio - como reza el adagio- es de importancia capital para mi desempeño y para lidiar con los conflictos cotidianos. De lo contrario, los que me rodean pueden terminar pagando.
Mi hermano sigue durmiendo mientras estoy a punto de hincarle el diente a estos cubitos de aguacate y al revuelto de huevos humeante. El yogur y el zumo siempre dejo para el final a manera de postre. Ni pienso dejarle un poco después de comprobar que tiene cajas de hojuelas de todos los colores y cargado el refrigerador de leches de soya saborizadas para acompañarlas. Sería premiar a la holgazanería. Así no, por muy hijo que sea de mi madre. Y ahora, permiso, que se me enfría el café.
 

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