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Peregrina (Relato sobre los extraviados de la eternidad)

Publicado el 14 septiembre 2011 por Guchi77 @gustavomurillo7

Frente a un parde policías, bajo la triste epilepsia de una amarillenta bombilla eléctrica,Elena observa el lento vuelo de una mosca. A pesar de lo habitual del hecho, nopuede evitar un principio de nausea ante el movimiento en cámara lenta delinsecto. La mosca circunda la habitación y sus alas aplauden el aire agradeciendola liviandad que permite su vuelo. Lenta va moviéndose alrededor del oficialque interroga a la loca. Se encuentra a medio metro del rostro de ese policíasentado frente a ella. En unos minutos ha de posarse en su mejilla, cuando esoocurra el uniformado va a golpearse el rostro con la palma y solo conseguirá quesu rostro brillante, lampiño y grasoso se coloree lentamente, de cobrizo a undelicado violáceo. Eso acabara por ocurrir cuando al fin él termine de desgranarsu inacabable pregunta…Elena abandonóBermejo hace incontables años luego de conocer el destino de su pueblo en losarcanos de una baraja marchita.Hoy, mientras elcalor de la tarde cocina un pueblo remoto, un policía le está preguntando sobreel crimen de una joven mujer quemada viva mientras bailaba en un bolichedecadente. Elena no sabría del crimen si no se lo estuvieran describiendo ahora,no le importa el caso más de lo que la molesta mosca que aún continuagravitando el rostro oscuro. Insoportable lentitud con que la vida ronda a lavida, extravío de los seres que huyen de su propio vacío abismándose en otrovértigo, buscando una finalidad necesaria y equivoca. ¡Tan diferente la elecciónde la bailarina fatal del destino de las moscas que surcan las penumbras!Hace muchos añosElena fue maestra hasta que perdió su trabajo al caer en desgracia Bermejocuando el país decidió empezar a devorar uno a uno los pueblos pequeños que locircundaban. Se refugió en los libros de su biblioteca, en las novelas rosas ylos versos del romanticismo lirico que la sostuvieron hasta el día en que losvecinos llamaron a su puerta para avisarle que debía ir a recoger el cuerpo de suexmarido que, perdido en el alcohol se había colgado de un viejo árbol cercanoa la abandonada Terminal de trenes.Luego deencargarse de las obligaciones del velorio colmado de amigos con borracheratriste y aun del solitario entierro Elena comprendió que no podía permitirse másdías de encierro en esas palabras almibaradas y narcóticas. Hizo una pira en elpatio de su casa y quemó sus libros junto a las ropas del muerto. Habíadecidido cambiar su vida y de acuerdo a esa decisión empezó a leer la baraja.No solo para ganarse el pan sino buscando darle un sentido a sus días. Para encontrarseverdaderamente ella en el interior de esos símbolos eternos.Hoy, continúa elsol asfixiando la tarde y confirmando que dormir una siesta es allí unimperativo. Elena observa el rostro del oficial. La mosca aun le ronda y el,sin saberlo le está ofreciendo la otra mejilla. ¡Tan diferente de la verdaderaluz emitida por esa bailarina en llamas! Elena no la conoció pero estáíntimamente de acuerdo con lo ocurrido. Es probable que un viejo adinerado la persiguiera,pero, ¿de qué le servían sus cenizas? Ella no cree que haya habido allí unasesinato. El policía aún no terminó de contar la historia. El policía noterminó aun de preguntarle si ella sabe algo. El policía no confirmó aun sunaturaleza de buen cristiano golpeándose la otra mejilla para maravilla de lamosca que hipnótica lo rodea en lenta orbita. Está segura de que la mujerquemada era como ella. Elena la imagina prisionera de la desesperanza de unmundo construido en la desgracia, la imagina entrando al baile para olvidar suspenas en cualquier tugurio miserable, la ve recibir invitaciones de bebida delos gauchos que la admiran por su corazón libre, la imagina oír los lentoscompases de las chacareras y las cumbias que en sus oídos resuenan aún máslentos transformándose la melodía amodorrada en una jalea espesa y ve como derepente la mujer decide participar y empieza a bailar con su propio ritmointerno, a una velocidad desquiciada y fatal, con movimientos incomprensiblespara su público, con una energía insostenible para su propio cuerpo que seenciende y se consume como la Lira de Rubén Darío, como las novelitas de CorínTellado, como la ajada Biblia de una desempleada maestra de Bermejo.Si, Elena estásegura de que esa pobre mujer compartió su locura y su sino.En Bermejo losclientes hacían fila frente a su puerta para conocer su nebulosa suerte. Atadostodos al destino del pueblo, ella debía hacer malabares verbales para dejarlos conformes,para mentirles alguna sencilla esperanza. Como ella también deseaba albergaralguna luz interior, esperaba la llegada de la noche para conocer su propiodestino. Dos veces barajaba, dos veces preguntaba. Una para conocer su fortuna,otra (no podía sustraerse de ese sentimentalismo) para preguntar por el amor.Las cartas eran tan confusas como la suerte del pueblo agonizante. Cansada, unanoche preguntó por la suerte de su pueblo. Lo que le mostraron las cartastrastocó su cordura y su destino. Huyendo de un apocalipsis eterno juntó unaspocas ropas y se marchó con el primercamionero que la encontró agraciada.Una baraja estádiseñada para mostrar un instante en el eterno devenir de los fenómenos. Elena,sobrecogida vio que el fin del pueblo de Bermejo no era un acontecimientofuturo, más o menos cercano sino un proceso encadenado a la estructura mismadel pueblo. Su derrumbe no era una desgracia futura sino, más bien su materiaconstante. Cada ladrillo, cada torre petrolífera, cada barrio y cadainstitución eran una configuración de la condena del pueblo. Su desastre erapermanente y esa negra hemorragia dinamizaba la energía de la región.Al momento de conocerel destino del pueblo debió reprimir su primer impulso de salir a la calle ygritar a los cuatro vientos su alarma. Es que, ¿Cómo expresarle a los vecinosesa condena eterna? Era parte de la estructura misma de sus vidas y no había másque dos salidas. Como Elena no quería pasar la eternidad limpiando los vómitosdel borracho de su marido en el infierno, eligió la segunda. Eligió huir.Solo al bajardel camión de su azaroso caballero, a muchos kilómetros de Bermejo, Elena descubrióque sus esperanzas estaban tan perdidas como el devenir de su pueblo natal. Encada lugar en que la pobre mujer posó sus pies desde la partida reencontró lasmismas señales tangibles del desastre que cuyas señales había percibido en las callesy edificios de su pueblo, al iniciar su huida. Los cielos para Elena fuerondesde ése día rojizos como preanunciando el general incendio prefigurado. Lasparedes de casas y edificios se mancharon para ella de pegajosa brea, losrostros hepáticos, apergaminados, denotaron siempre una fatalidad intrínseca y,poco a poco, notó como el mundo a su alrededor empezaba a ralentizarse. Lalentitud de un universo agotándose ya de su propio apetito. No pudo más que continuarviviendo como fugitiva.Siempre se lasapaño para conseguir ser “levantada” por vehículos en las rutas porque lostrayectos en que se vio obligada a marchar a pie le fueron insoportables: lavisión de cuerpos semienterrados, tanto moribundos como cadáveres, en losarenales le era insoportable. Al costado del camino ella solo encontró miseriay desolación. En su largo vagabundearElena ha conocido encierros. ¿Esquizofrenia? ¿Qué peso podría tener esa palabrafrente a la condena del mundo entero? Devolviendo esa palabra como una monedafalsa continuó su camino buscando reencontrarse alguna vez con los cielosazules que vio en su juventud, antes de que se perdieran en los secretos de labaraja.Observa hoy alhombre de discurrir lento, un muñeco ya casi sin cuerda, que le continúa hablandoen la comisaria. ¿Para qué va a intentar explicarle sus visiones y su simpatíapor La Quemada? Sabe perfectamente que ese hombre transcurre en una dimensiónde lentitud agonizante y cuando ella hable el solo escuchará un farfullarsilvestre, incomprensible. Elena también se sabe obligada a volvercircularmente sobre ciertos acontecimientos nodales. El no comprenderá jamás sudiscurso. Elena simplemente se levanta de la silla y se dirige a la puerta desalida sin que su interlocutor termine aun sus preguntas. Ya está en la calle,ya se ve rodeada del aire hirviente, el cielo rojizo. Los pocos hombres casiinmóviles, los pájaros llevados por el viento como lentas hojas.Helena debecontinuar su huida. Camina hasta encontrarse con los ojos fijos de un inmensogato pardo que la observa con inteligencia, desde una mesa de bar, situada enla vereda desierta. El gato le sostiene la mirada con extraño entendimiento.Ella solo lo roza acariciándolo al pasar junto a la mesa y continúa su marcha.Peregrina (Relato sobre los extraviados de la eternidad)
Horas más tardese aburre con la cháchara informe del camionero que la levantó. El hombre narralentamente (por lo menos para los oídos desequilibrados de Elena) una historiade camino sin paradas, la obsesiva aventura de adelantarse siempre a algún otrovehículo. Ella lo observa continuar su infantil cantilena. Observa su tic deapretarse enérgicamente las aletas de su nariz, como si sufriera de unaconstante comezón y sonreír con la mandíbula dura de excitación por lavelocidad. Observa sus ojos rojos, idénticos a aquellos que vio en el gato quela despidió del último pueblo que abandonó. De pronto, la cabina y el rostrodel conductor también se tiñen de rojo. Elena ve con alarma que el firmamentose oscurece de un color mucho más pronunciado que el habitual en losdespoblados. Seguramente el imbécil que conduce el camión la está llevando deregreso a Bermejo. Entonces, y fiel a su desesperación Elena recuerda y rebuscaentre sus ropas el pequeño cuchillo que le ofreció aquel gato providencial.

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