Revista Talentos

Poderoso caballero, pendientes, hotel Central

Publicado el 09 abril 2015 por Ptolomeo1

En el mundo materialista que nos circunda, el empleo cotidiano del dinero aleja a los seres humanos de la posibilidad de examinar la relación que nos une con la cultura que se establece en torno a su existencia. Algo sabía del tema Francisco de Quevedo, quien lo dotó de mayúscula y título en su poema “Poderoso caballero es Don Dinero”.

La personificación y el estatus que le otorgara el poeta habla a las claras del lugar que ocupa el dinero y de su injerencia directa en la construcción de roles sociales. Poseer dinero como un fin en sí mismo no ha sido objetado y aún se ha reivindicado dado que resulta imprescindible para obtener bienes y acceder a determinados servicios, aún cuando haya recibido despectivamente el mote de vil metal.

Dotar al dinero de poder implica otorgarle una trascendencia que debería reservarse para cuestiones ubicadas en las antípodas de esta concepción. “No se puede servir a Dios y al dinero”, señala la frase bíblica para promover una reflexión al respecto, porque la seguridad que se persigue con su posesión es ilusoria y se basa en la falsa certeza de felicidad que proporcionan los bienes materiales.

Cada uno sabrá cual es el camino para servir a la deidad o a la propia evolución. Tal vez prescindir poco a poco de aquello que se torna sobreabundante, de cualquier especie que se trate, sea la manera de ir despojando del título de caballero y de la condición de poderoso al dinero, atributos que le fueron otorgados desde nuestra humana inseguridad.

Pendientes

PendientesTambién llamados aros o zarcillos, los pendientes se utilizaron tradicionalmente como ornamento del lóbulo de las orejas, siendo uno de los primeros adornos con los que se ha investido a las niñas a los pocos días de nacidas. En la actualidad son utilizados por adolescentes y jóvenes en cejas, nariz, lengua, ombligo y aún zonas íntimas sin distinción de sexo con la técnica denominada piercing, del verbo inglés to pierce, perforar.

Su aparición se remonta al año 3000 A.C. e implicaban para los hombres un signo de pertenencia al clan o tribu, aunque con el transcurso del tiempo marcaron diferencias sociales: en las culturas asiria y egipcia eran privativos de las clases nobles y en otros pueblos como Grecia y Roma eran un adorno propio de los niños, pero se empleaban en una sola oreja.

Recién durante la Edad Media comienzan a ser distintivos del sexo femenino, tanto más labrados e importantes cuanto más noble era la familia de la que provenía la fémina en cuestión. El pendiente se convirtió en signo de fiereza y valentía para los corsarios, quienes portaban un solo zarcillo de oro cuando habían navegado mares bravíos. Los marineros lo adoptaron como un seguro: si morían y su cadáver llegaba a la costa, quien los encontrara podía emplear la joya para darles digna sepultura.

Un buen par de pendientes constituye el broche de oro de la indumentaria y dará una imagen visual o bien de circundar de manera etérea los oídos si se utiliza un enlace para sostenerlos, o de pertenecer al cuerpo de quien lo emplea si quedan fijos al lóbulo mediante una rosca o mariposa. Sea cual fuere el gusto del usuario, los hay de infinitos modelos y diversos materiales, como corresponde a un ornamento casi tan antiguo como el ser humano.

Hotel Central

Hotel Central Me gustan los hoteles antiguos, que conservan el aire familiar de sus inicios al que adunan el confort de los tiempos que corren. En la localidad de Junín, al noroeste de la provincia de Buenos Aires, el hotel Central reúne ambas características.

En el año 1900 Junín constituía un atractivo para los inmigrantes que buscaban un lugar donde recalar a fin de construir su futuro. El hotel Central los recibía y les brindaba alojamiento mientras la población comenzaba a crecer, hasta que la llegada del ferrocarril y la instalación de un polo universitario durante la década del ´30 determinó la necesidad de reformar sus instalaciones para adaptarlas a la demanda de la época.

El nuevo siglo encontró al hotel con las generaciones actuales de la familia Ferrúa al frente, que conservaron la estructura tradicional de la finca con patio central y amplias habitaciones que se abren al pulmón de aire, al mismo tiempo que las dotaron de camas mullidas y cómodas, servicio de internet y amenities múltiples con el sello del establecimiento. Para descansar y disfrutar de un edificio centenario que creció al ritmo de la ciudad.


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