Revista Literatura

Por la ventana

Publicado el 11 junio 2013 por Raula

Muy buenas a todos. ¿Cómo andamos?

Hoy os traigo mi último relato. Espero que os guste. Con que disfrutéis, la mitad de la mitad de la mitad, que yo escribiéndolo, me conformo.

No se me ve ni el ombligo de hundido que lo tengo. Seguro que si meto ahí un boli se sujeta perfectamente.

Pensaba, mientras pellizcaba los michelines con ambas manos.

Creo que aguantaría hasta el mástil de una bandera, con bandera y todo.

Ya lo dice mi madre: se te está pasando el arroz, que se te pasa... ¿Qué arroz? ¡Si no he cumplido ni los treinta! ¿De qué puchero? Además, el mío es de ese que no se pasa, del que te ponen en los bares en el menú del día.
El arroz...

Yo no había visto nada igual en mi vida.

-¿Has visto qué calabacín? Ja, ja...- ¡y se partía el culo la tía! Se creería muy graciosa comentando el tamaño desproporcionado de la hortaliza con su compañera, calabacín en ristre y en voz alta para que tuviera conocimiento de ello hasta el miembro más rezagado de la cola.

-Hija, tú has ido a por el más grande, no podía ser otro... ¿qué vas hacer con él?

-Lo quiero para satisfacer mis fantasías sexuales de hacérmelo con un superdotado, pero cómo veo que te ha gustado mucho, si quieres te lo regalo, a lo mejor te hace más falta-, me dieron ganas de decirle... eso, o una burrada por el estilo; de todas maneras la idea ya había pasado por la cabeza de todos los presentes...

Puede que alguno de los presentes me reconozca un día por la calle y piense: 'Mira, ahí va la del calabacín gigante, ¡vaya calentona!' No lo veo tan difícil...

El caso es que una contestación de ese tipo podría haber sido un poco excesiva, sobretodo teniendo en cuenta que la cajera en cuestión no era gran cosa, sino más bien tirando a 'feucha'. Tampoco quería herirla, sólo que se callara la boca; ya bastante tenía la pobre con lo suyo.

Porque desde luego que su vida no debía de ser muy apasionante para darle tanta importancia a una hortaliza gigante...

De todos modos, esta vez, decidí morderme la lengua. Y ahí estaba yo, con la cara colorada, intentando explicarle a una cajera de supermercado con muchos farolillos y pocas luces, que lo quería para hacer una crema.

A lo mejor es que me estoy haciendo mayor y me pienso más las cosas...

Por cierto, la cena ya debe estar casi lista.

Se puso el camisón que había tendido en la cama, se enfundó las zapatillas y salió del cuarto. Un olor dulce a hortalizas hervidas ganaba en intensidad según se iba acercando a la cocina.

Qué suerte he tenido con el director, poco más de tres semanas y ya me tiene enfilado. Y sin haberle hecho nada que es lo peor.

-Mira que te lo dije el otro día que había que mandarlo...- mentira.

-Mira que te dije que necesitábamos esta firma...- mentira cochina.

-¿Cuántas veces te he dicho...?- ninguna.

Y hoy dándome la lata con el dichoso informe que había dado problemas, y ni siquiera lo había rellenado yo.

Menos mal que ya es viernes ¡Qué larga se me ha hecho esta semana! Pero ahora pasas el sábado y el domingo y ni te enteras... y cuando te quieres dar cuenta ya es lunes otra vez. Los lunes... cada vez odio más los lunes. No hay ni uno bueno. Como los políticos.

Eses sí que son unos sinvergüenzas. Son todos iguales, prometen el oro y el moro y al final todo se queda en nada. Siempre se trata de lo mismo, de favorecer a los ricos y a las grandes empresas y putear lo máximo posible al don nadie, y a don perico de los palotes.

Las diminutas pero abundantes gotas que salpicaban el cristal comenzaban a dificultarle la visión por lo que accionó el limpiaparabrisas que se desplazó por la superficie pulida emitiendo un leve zumbido.

¿Qué echan hoy en la tele? No sé, alguna sandez, seguro, algún famoso en bañador tirándose a una piscina desde un trampolín, o alguna otra chorrada que se le pudiera haber ocurrido al guionista más haragán del planeta. Cómo está la tele.

Accionó el mando del garaje y la puerta automática se abrió lentamente. La lluvia ya había cesado por completo.

Hace más de tres semanas que me he mudado y todavía tengo cajas por deshacer. Qué desastre. A ver si este fin de semana viene Sara y me echa una mano a colocarlo todo.

En cuanto llegue la llamo; seguro que ya ha llegado de trabajar.

Se bajó del coche, cogió el ascensor y pulsó el botón de la segunda planta.

Huele a rancio, desde el primer día, pensé que serían cosas mías, pero no, este ascensor huele raro, seguro. Parecer, parece que está limpio.

Miró en rededor y todo parecía estar en orden.

El ascensor frenó en seco y las puertas se deslizaron. Salió, caminó por el estrecho corredor mientras sacaba las llaves del bolsillo. Abrió la puerta y entró sorteando las cajas que se amontonaban en la entrada, a la vez que intentaba no teorizar sobre el posible origen de aquel aroma embriagador que parecía haberlo perseguido hasta su propio hogar.

Caminó hasta el salón, cogió el teléfono inalámbrico y se dejó caer en el sofá.

Al cuarto tono, una voz femenina se escuchó al otro lado de la línea.

-Sí, ¿estás bien, por qué no contestabas? Aún no tengo tu número grabado y no estaba segura... ¿estás ahí?

-Sí, pero creo que voy a tener que mudarme.

-Pero... ¿qué me estás contando? si acabas de irte a vivir ahí. ¿Te pasa algo?

-¡No sabes lo que estoy viendo por la ventana!

Depositó la cuchara de nuevo en el plato y se abanicó el interior de la boca con la mano, mientras con la otra cogía la copa de vino. Tomó un pequeño trago.

Creo que me he quemado la lengua.

Está muy caliente aún.

Hablando de caliente... hace demasiado tiempo que no me dan un buen meneo. Normal, de la oficina a casa y de casa a la oficina... y los fines de semana estoy tan reventada que no me apetece ir a ningún lado.

Y lo cierto es que tengo que empezar a buscar candidatos, pero, ¿quién? Porque cómo no me ligue al frutero o al carnicero del super voy lista, y la verdad, tampoco son nada atractivos. Uno es un señor que roza los cincuenta -o eso parece- bajito y calvo; y el otro es un semi-adolescente con unos alerones de serie la mar de llamativos -me refiero a las orejas- y la frente llena de granos.

Echó más vino en la copa y volvió a beber.

¡Elchico de enfrente!

¡El de enfrente! Ése sí está cañón. ¿Cómo dijo que se llamaba? No me acuerdo.

Cada vez que me lo encuentro por el edificio se muestra muy simpático conmigo, sólo han sido poco más que un par de veces, pero puede que le guste.

¡Qué tontería Mary! ¿Cómo no le vas a gustar? Te habrá salido un poco de michelín, pero sigues estando de muy buen ver. ¡Tendría que ser ciego!

Aunque... un poco rarito sí que parecía: cuando entramos en el ascensor no paraba de arrugar la nariz y mirar a todos lados.

A lo mejor es por el tufo que hay allí dentro, al ser nuevo aún no se ha acostumbrado... yo hay días que ya ni lo noto. Lo más seguro es que alguna rata o algún tipo de animal pequeño se ha quedado atrapado entre los recovecos de las paredes, se ha muerto, y ahora apesta. Es lo más probable, aunque esto es sólo una teoría, claro.

¡Coño! Está bueno el vino este.

Cogió de nuevo la botella y volvió a rellenar la copa.

De todas maneras el tío está de toma pan y moja, eso no se puede negar. Siempre tan arreglado que va, con su camisa y su traje... y parece estar fuerte, y no como esos que parece que los han inflado como a una colchoneta de playa. Además, creo recordar que un día mencionó que trabajaba en banca o algo así. Seguro que tiene un buen sueldo.

-¡Qué buen partido Mary!-, ya estoy oyendo a mi madre. Mejor no hablarle de él, ni mencionarlo, no quiero darle ninguna excusa para que empiece a martirizarme con lo de siempre.

¿Tienes novio? ¿Cuándo te vas a casar Mary? Se te va a pasar el arroz... o mi favorita, después de un suspiro de resignación suelta:

-No voy a tener nietos, Dios me ha castigado con dos solteronas...

Y con esto sólo puede provocar dos cosas:

Que nos casemos alguna de las dos y le demos enseguida un nieto por puro aburrimiento de escucharla.

O que las dos desarrollemos con el paso de tiempo un absoluto auto-control y unos nervios de acero más propios del que se dedica a desactivar bombas profesionalmente.

Levantó la copa viendo truncada su intención de beber de ella.

¡Se me ha llenado de aire otra vez!

Ahora no puedo quitarme al tío ese de la cabeza. Sebas, dijo que le llamaba Sebas, ahora me acuerdo.

De todas maneras ¿quién sabe? Por probar... tampoco digo que vaya a casarme con él...

Inesperadamente, una luz iluminó la ventana del salón.

¡Anda! Hablando del rey de Roma...

Pues ahora se va a enterar... pero de verdad.

Apuró el último trago, se levantó de la mesa y se puso a bailar. Sí señores, a bailar, y de una manera bastante provocativa por cierto.

-¿Qué pasa? ¿qué estás viendo?

- Hay una mujer medio desnuda bailando en la ventana.

-Bueno, en mi ventana no, está en el piso del otro lado del patio, en su cocina.

-Estará escuchando música.

-No sé lo que está escuchando, pero creo que intenta seducirme...

-Te digo que sí, no para de mirar hacia aquí, sabe que la estoy viendo, lo está haciendo a propósito.

-Bueno, tiene puesto un camisón.

-Me he cruzado un par de veces con ella, nada más.

-¿Y que le has dicho?

-¿Yo? Nada. Charlas banales entre vecinos... se habrá ella imaginado cosas... o tendrá algún problema de hormonas... a lo mejor está borracha.

-¿Y no piensas hacer nada?

-¿Y qué quieres que haga?

¿Qué hace? ¿Porqué no cuelga el teléfono, con quién habla? Otro ya estaría llamando a la puerta.

Pues creo que se lo estoy dejando bastante claro... estará intentando asimilarlo todavía, pero no creo que se resista mucho más.

Le interesa, seguro, si no ya habría corrido las cortinas, o podría haber disimulado como si no me hubiera visto, y no estaría ahí sentado mirándome fijamente.

Cómo no va a interesarle Mary, ¡esto es la fantasía de cualquier hombre!

De todas maneras voy a poner más carne en el asador por si le queda alguna duda.

Juntó los brazos y con un leve contoneo dejó que el camisón se deslizara suavemente por su cuerpo hasta caer al suelo.

-No te lo vas a creer...

-¿Qué pasa? ¿Qué hace?

-Se ha quitado el camisón.

-Pero haz algo... echa las cortinas, o vete de la habitación o algo...

-Es la vecina de enfrente, tampoco quiero ser grosero y que se ofenda. Voy a tener que verla a menudo...

-¡Qué bueno! Ja, ja, ja, ja, ja...

-¿De qué te ríes ahora?

-¿No me dirás que no tiene gracia? ¿A qué edificio te has ido a vivir tú?- consiguió decir sin que cesaran las carcajadas.

-No lo sé, lo único que tengo claro es que esa chica quiere tema y se va a llevar una decepción.

-No tiene porqué, podrías hacer una excepción... ja, ja...

-Qué graciosa está hoy mi hermanita, aunque... ahora que lo dices... la chica está muy bien, muy muy bien...

-¿No me digas que ahora te vas a cambiar de acera?

-No, sólo digo que de hacer una locura, sería con una chica como ella.

-Pues adelante ¿a qué esperas? Corre, te lo está poniendo en bandeja.

-Sí pero no, me faltan al menos un par de mojitos en la sangre.

-Pues tendrás que ir a hablar con ella, por lo de cruzarte por el pasillo con ella y todo eso...

-Sí claro, tú desde ahí lo ves muy fácil, ¿y qué le digo?

-No sé, empieza diciéndole que tu superheroe favorito es Robin a ver si lo pilla...

-¿Qué pasa, que te has comido un payaso? ¿no?

-Tranquilo hermanito. Creo que con que seas amable bastará. ¿Qué está haciendo ahora?

-Está bailando en ropa interior...

Le gusta Mary no te quita el ojo de encima, lo tienes como una moto, ya no puede tardar mucho en decidirse.

Mary se contoneaba despacio, doblando las rodillas, mientas con las jugaba con su pelo con las manos y se acariciaba todo el cuerpo, insinuante, permitiendo que los traviesos tirantes del sujetador de encaje se deslizasen por sus brazos.

Se va a entrar el tío este, le voy a hacer el número de su vida

A continuación, sin parar de bailar, se acercó una de las tres sillas que había acopladas en la mesa y se sentó en ella echando la cabeza hacía atrás.

Y quién sabe si por fruto de la mala fortuna, del excesivo ímpetu que le proporcionaba su libido, o de un mal cálculo debido a una mala pasada que le habían jugado las traicioneras copitas que se había tomado; ejerció demasiada fuerza en el respaldo y se precipitó hacia el suelo agitando los brazos en círculos en un cómico intento de violar las leyes de la física y proclamarse el primer humano que vuela usando solamente sus propios brazos. En uno de estos últimos gestos, una de sus manos cazó al vuelo el mantel de la mesa, del que tiró con desesperación lanzando la copa y botella por los aires y provocando que el contenido del plato (con plato incluido) terminara derramándose sobre su cuerpo ya tendido sobre el mármol.

-¡Tengo que dejarte, después te llamo!

-¿A qué viene tanta prisa ahora?

-¿Qué se ha caído, quién?

-La chica ésta, se ha caído. Estaba jugando con una silla y se ha dado una torta contra el suelo impresionante. Tendré que ir a ver cómo se encuentra...

-Puedes aprovechar para decírselo.

-Vale, lo que tú digas. Te dejo hermanita, después hablamos.

-Pues claro, sino te llamo yo.

Colgó y salió disparado, sorteando de manera ágil las cajas de la entrada; en menos de un minuto estaba pulsando insistentemente el timbre de su vecina.

Pobrecita, espero que no se haya hecho daño.

La puerta se abrió y Mary apareció tras ella. Tenía una toalla en las manos con la que trataba de eliminar los restos de comida verde claro de su melena.

-Hola... es que he visto que te caías y... bueno... ¿te has hecho daño?

Ella bajó la cabeza avergonzada.

-No, creo que sobreviviré, gracias.

-¿Seguro que estas bien?

-Sí, sólo son un par de magulladuras- dijo, y se le dibujó una pequeña sonrisa de agrado en la cara, como una pequeña muestra de gratitud por su preocupación.

-Esto... antes de nada decirte que... estoo... eres muy guapa y me siento muy alagado pero...

Mary levantó la cabeza con rostro desangelado y ambos se miraron durante unos instantes a los ojos. Entonces, él la cogió entre los brazos y la besó muy dulcemente en los labios; duró sólo un momento, sólo unos pocos segundos, pero a Mary le pareció que contenían la intensidad de todo un siglo.


Sin decir nada más, se dio la vuelta y se fue por el pasillo ante la mirada atónita de Mary, que permanecía en el umbral, incrédula, sabiendo que habían dado el beso más increíble que le habían recibido, y que posiblemente, recibiría nunca.

Al final, sí que ha sido el número de mi vida.


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