Revista Literatura

Porque no todas las coincidencias te llevan al Nirvana.

Publicado el 19 diciembre 2016 por El Perro Patricia Lohin @elperro1970
Porque no todas las coincidencias te llevan al Nirvana.

© Jerry Schatzberg

Estamos en el siglo del auge de las coincidencias: sincrodestino, sincronario, sincronicidad y demás yerbas.  Todo tiene un por qué, un para qué y aparentemente está tallado en alguna estrella polar inaccesible a nuestra tecnología circundante.

En este afán de querer explicarlo todo,  con este temita de que así tenía que ser, es que surgió este delirio.

¿Cuál puede llegar a ser el índice de coincidencia o sincronicidad en un pueblo desvencijado y con escasez de habitantes? Estás cruzándote todo el día con el prójimo.  Las mismas calles conducen a la misma gente a casi los mismos lugares. Tal vez la única coincidencia rescatable haya sido llegar a ese lugar, haber nacido allí o haber caído desde una astronave en esa longitud y latitud exactas.

Pero… ¿existencia de encuentros coincidentes? Tengo mis serias dudas. La gente que se acopló lo hizo totalmente adrede, planificando citas, encuentros y yendo de una a la base.

La ciudad donde vivo es como un pueblo agrandado, rodeado por las míticas cuatro avenidas, cuatro plazas, cinturones asfálticos, arroyos  y pocos accidentes geográficos más. El caserío se encuentra contenido, y fatalmente va creciendo para arriba, creando sombras a los edificios vecinos.

Pero vayamos al análisis de la noche en cuestión, cuando se desencadenaron los hechos que …  ¿estaban predeterminadamente sincronizados?

¿Cómo es que te encuentras en un lugar con una persona sin haber efectuado una cita previa?

Por casualidad, por correspondencia de horarios, por fortituidad, porque sí y punto.

Desde niña hay un factor personal que atenta contra cualquier cosa que pueda llegar a ocurrir en mi vida: es imaginarlo o pensarlo. Los que escribieron El Secreto están más que equivocados conmigo, pues en mi universo todo funciona al revés.  Si ese día hubiese salido directo al lugar donde terminé con el deseo de encontrar a esa persona no hubiera sucedido nada. Lo puedo jurar.

Eso de que justo pensabas en alguien y entra en tu trabajo, es otra mentira atroz. La otra persona viene cuando quiere.  Aunque también puede ser que el poder de mi mente sea menos que limitado, no quiero pincharle el globo a nadie con tanto deseo tele dirigido.

Ese día no estaba pensando en nada. 22 hs. Noche post maratón de actividades y pre “vayamos a la jungla asfáltica a buscar algo de comer”.

Hago un circuito comercial alimenticio, y algo me incita a agarrar el celular y llamar a una amiga para hacerle una pregunta muy banal. Los que se quejan de que con los mensajes de texto se ha perdido la comunicación, pues los insto a usar el beneficio de las llamadas libres a otro celular de la misma compañía. Son una delicia que sólo un arma de destrucción masiva puede llegar a terminar. Luego de mis tres minutos de gloria, durante los cuales hice mi pregunta y me explayé con un par de sensaciones que no vienen al caso, lo que parecía una conversación breve y casi protocolar, se transformó en una catarsis de media hora del otro lado del parlantito.

Pensando en la sobrevivencia de mi tanque de combustible, decidí estacionar y dedicarme completamente a la conversación. Dicen que hay que aprender a escuchar, y que escuchar para contestar no es una vía que nos lleve a suelo fértil, debí recordar eso la otra noche. El caso es que a los treinta minutos reloj, un beep estalló del otro lado y luego fue el silencio absoluto. Había detonado la batería del otro teléfono.

Normalmente para esas horas yo estaba en casa, cenada, bañada y acurrucada mirando alguna mala película de Navidad en Universal Chanel. Pero aún me encontraba en veremos, en la puerta de un destacamento alimenticio del centro.

Lo vi de espaldas ni bien entré. Encuentro raro si los hay, traté de dilucidar en tres décimas de segundo la reacción inicial al encuentro: ¿Sorpresa? ¿Indiferencia? ¿Confusión? Definitivamente sorpresa. Luego de tan escueto análisis sobrevino el diálogo más breve entre dos personas conocidas, mientras uno escogía y el otro pagaba la cuenta, ambos mirando hacia direcciones totalmente opuestas. Y para rematar hubo retirada oportuna.

Moraleja: porque las historias de lo que no fue también se merecen un lugar en lo absurdo de mis escritos.

Mejor terminemos con el texto de la película El Extraño Caso De Benjamín Button:

 “A veces, estamos siendo golpeados y no sabemos por qué. Ya sea de manera accidental o por decisión propia, no hay nada que puedas hacer.

La mujer en París se iba a hacer compras. Pero se olvidaba del abrigo y regresó a buscarlo. Cuando agarraba el abrigo, sonó el teléfono, se detuvo a contestar y habló por un par de minutos. Mientras la mujer hablaba por teléfono, Daisy ensayaba para una presentación en la Ópera de París. Y mientras ensayaba, la mujer que hablaba por teléfono salía a tomar un taxi. Un taxista que acababa de dejar un cliente, se detuvo a beber un café. Y todo esto mientras Daisy ensayaba. Y el taxista que había dejado al cliente y se había detenido por un café, recogió a la mujer que iba de compras y había perdido el taxi anterior. El taxista tuvo que detenerse por un hombre que cruzaba la calle que iba a trabajar cinco minutos más tarde de lo habitual, porque había olvidado ponerse el despertador. Mientras ese hombre que llegaba tarde al trabajo cruzaba la calle, Daisy había terminado su ensayo y tomaba una ducha. Mientras Daisy se bañaba, y el taxista esperaba delante de una tienda a que la mujer recogiera un paquete que no estaba envuelto aún, porque la chica que se suponía debía hacerlo, había peleado con su novio la noche anterior y se olvidó. El paquete fue envuelto y la mujer regresó al taxi que fue bloqueado por un camión de entrega mientras que Daisy se vestía. El camión de entrega salió y el taxi pudo moverse mientras Daisy, la última en vestirse, esperaba a una de sus amigas a la que se le había roto un cordón de su zapato. Mientras el taxi se detuvo por la luz del semáforo, Daisy y su amigo salían por detrás del teatro. Si sólo una cosa hubiera ocurrido diferente. Si el cordón no se hubiera roto. O el camión de entrega se hubiera movido antes. O el paquete ya hubiera estado envuelto porque la chica no hubiera roto con su novio. O el hombre hubiera puesto el despertador y salido cinco minutos antes. O si el taxista no se hubiera detenido por un café. O si la mujer hubiera recordado el abrigo y hubiera tomado el primer taxi. Daisy y su amiga habrían cruzado la calle, y el taxi hubiera pasado al lado de ellas. Pero siendo la vida como es una serie de imprevistos incidentes te alcanzan, y sin el control de nadie, ese taxi no pasó al lado de ellas sino que el taxista se distrajo un momento antes. Y el taxi atropelló a Daisy. Y su pierna fue aplastada. Su pierna se había roto en cinco lugares. Y con terapia y tiempo podía volver a caminar, pero nunca más bailaría.”


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