Revista Talentos

Pretendientes

Publicado el 20 noviembre 2014 por Mayte Leal @MayteLealRomero
Hacemos mal pensando que hacemos bien. Qué paradoja.
Marta se había enredado en una historia complicada. Un novio poco saludable, y unos suegros aún menos deseables. Malos tratos, drogas, y un sinfín de desencuentros tóxicos, comenzaron a inundar la vida de la joven Marta. Apenas había cumplido los dieciocho y su aspecto correspondía al de alguien avejentado. Un rostro pétreo, unos andares pesarosos y un discurso aprendido: “No pasa nada, estoy bien”.
La chica se esforzaba en aparentar serenidad cuando sus niveles de ansiedad la delataron.
Sus padres, que observaban a diario su declive emocional y físico, estaban desesperados. Buscaron el modo de acercarse a ella, pero sólo obtenían una esforzada sonrisa acompañada de un “de verdad, no os preocupéis, si no me pasa nada”.
Indagaron, interrogaron a las amigas de Marta en busca de información que les ayudara a entender. No descubrieron más de lo que ya sabían: las historias de amor cuando dejan de serlo (si lo fueron alguna vez), se convierten en algo malo. Y ésta no era una excepción, a la que, para su desgracia, se añadía un retorcido juego familiar de exigencias ambivalentes por parte de la familia del novio hacia ella.
Nada enloquece más que el sufrimiento por amor, cuando éste no está. Si el otro lo sabe y es hábil, aprovechará la desdicha para minar hasta el recuerdo de lo que fue, y activará en el otro, con sutil maestría, la sensación siempre tiránica del “siéntete en deuda conmigo”, un pago que no se salda sin el perdón del otro.
Si Marta hubiera encontrado el modo de defenderse a sí misma de personas que no le hacían bien, sus padres, no hubieran sentido la necesidad de movilizarse para salir a su rescate.
Negarse uno mismo el propio cuidado, obliga a los otros a cuidarlo a uno. Con o sin permiso.
El resultado: “Cuanto más indefensa vemos a la víctima, el culpable nos parece más culpable, y la necesidad de actuar en su nombre será mayor. En consecuencia, se aumenta el número de inocentes sufriendo y la intensidad del dolor, del resentimiento y del sentido de injusticia”
Y así fue como Marta descubrió que pretendiendo no preocupar, preocupaba, y pretendiendo evitar, no evitaba.
Hacemos mal pensando que hacemos bien. Qué paradoja.

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