Revista Diario

Puertas y ventanas cerradas

Publicado el 20 enero 2019 por Elizabeth Garcés @Elizabe18542408

En Cuba las casas permanecen abiertas prácticamente día y noche, la vida en la vecindad se desarrolla en la calle.  Penas y alegrías ocupan el exterior como lo más natural del mundo. Una mujer comienza a limpiar su casa pero afirmar que acabará con su labor a una hora precisa es de ilusos: la escoba es recostada en un rincón porque pasó la comadre Angelita con los últimos chismes del barrio y otros exportados del pueblo de al lado, figúrese usted, no hay quién se lo pierda.

Dos o tres movimientos a la escoba y es el turno de la vecina Paca que tras pegar un estruendoso alarido anuncia que hizó café e invita a fulanita y menganita a que vengan a tomar una tacita con ella. Una de las invitadas es la que limpia su casa así que la escoba se queda otra vez en el rincón, aunque lo más seguro es que en está ocación sea una de las que corre a tomar el café. La mujer cubana suele andar con su escoba como si de una amiga sincera se tratase.

La vida exterior falta en Francia. En el país galo se existe a puerta cerrada y de vez en cuando se ve una silueta, alguien que aparta una cortina para mirar hacía la calle.  Un francés deja que su mirada recorra el exterior antes de dejar caer la cortina en signo de alejamiento del mundo de los vivos.

Las puertas y ventanas se cierran antes de las siete de la tarde y una o dos personas surcan las calles como fantasmas, en una desolación total. Se podría culpar al intenso frío:  el invierno  impide que la gente se sienta a gusto en el exterior pero igual ocurre durante el verano: el mismo número de personas deambula por las calles y sin el menor insentivo.

Un francés que es invitado a una cena o a una simple merienda dirá después que se encuentra en la obligación de devolver el gesto. Un fastidio monumental.

Como un rebaño bien organizado se ve a los galos correr a sus casas a la hora de comer. No puede pasar ni un minuto de la hora estípulada: las doce del día y las siete de la tarde. Aunque la ansiedad por llegar les cueste un ataque al corazón, la tradición no puede ser rota.

Los hábitos legados, los gestos y momentos repetitivos hasta el aburrimiento y las imposiciones que recogen con alegría hacen de un francés,  un ser aparte

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