Revista Literatura

Pulcro elefante

Publicado el 13 abril 2011 por Gasolinero

En 1974 se emitía por el primer canal de la bifronte televisión de entonces  un programa llamado «35 Millones de Españoles», que enarbolaba como subtitulo el lema «Mirando la Peseta» . Lo presentaban Alfredo Amestoy, icono televisivo del momento y José Antonio Plaza, corresponsal que fue en Londres y guapo oficial de aquella tele y esos años. En el espacio realizaban una protección de la calidad de vida de los ciudadanos, o lo que fuésemos, criticando fundamentalmente los precios y la índole de los productos de consumo. Fue el primer programa en defensa de los sufridos consumidores y por entonces creaba mucha polémica

En una de las emisiones comparaban marcas de papel higiénico. Mediante una singular prueba en el circuito del Jarama, unas azafatas vestidas como pilotos de automóvil, tiraban del  extremo de los rollos, sujetos a una barra, para ver cual llegaba más lejos, o lo que es lo mismo, cual tenía más cantidad. Ganó «El Elefante», una suerte de papel de estraza con la que entonces nos acariciábamos el trasero, a varios metros de distancia de todos los papeles de celulosa contra los que competía y que por entonces empezaban a ser de uso y venta común.

A la mañana siguiente a la emisión del citado programa, me mandaron a comprar. A una tienda de barrio, con estanterías de madera, bascula de aguja, sacos abiertos apoyados en la pared, ramos de plátanos colgados del techo y un tendero de los de entonces, o quizás anterior. Uno de esos comerciantes que se consideraban los listos del barrio y como tales, estaban por encima de la mayoría de parroquianos, solo se dignaban confraternizar con los que consideraban en igual o superior nivel que ellos. El de está tienda  parecía sacado de «13 Rué del Percebe».

Esa mañana se encontraba en la tienda el señor K, la personalidad más preclara, digna y brillante del barrio, a la sazón cajero del Banco Hispano Americano. Este señor cubría su cráneo con cuatro pelos teñidos y grasientos, estratégicamente colocados y pegados al mismo con fijador, o tal vez pegamento Imedio (artículo que por entonces hacía furor en el ramo de la papelería).  Ornaba el bozo con lo que parecía una línea trazada con lápiz de ojos y  que en realidad era un fino y tétrico bigote, emblema de su adscripción política. Vestía un viejo y anticuado traje con los pantalones por los tobillos, lo acompañaba con una horrible y corta corbata y unos zapatos brillantísimos, con puntas como puñales.

El señor tendero con el servilismo que guardaba para las grandes ocasiones, comenzó a entablar conversación con el citado señor:

—¿Vio usted «Mirando la peseta» anoche, señor K?

—Sí, lo estuvimos viendo un rato. —sin hacerle mucho aprecio al comerciante.

—¿Qué le pareció? —melosamente, el tendero.

—Entretenido —cambiando el tono, el grasiento— ¡No sé como aguanta tanto el régimen!

—Y lo del papel higiénico. ¿Lo vio? –el tendero, ya sin atisbo de dignidad en su tono.

—No estuvo mal —dice el faro del barrio.

—Los de «El Elefante», que se conoce que han untado a los de la tele para que hablen bien de ellos —dijo el melifluo tendero poniendo cara de pillo.

En aquel momento de la conversación y a pesar de mi corta edad,  se me vino a la cabeza el famoso adagio:

«Quien no se fía, no es de fiar»

www.youtube.com/watch?v=kLlBOmDpn1s


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