Revista Literatura

Recreaciones (1)

Publicado el 05 julio 2016 por José Ángel Ordiz @jaordiz
Años más tarde, Marino y Antón recordarían la tarde lluviosa en que los muertos del cementerio viejo salieron del osario como para dar la bienvenida a José Lucinio, también conocido como el Meca. -¿Te acuerdas, Antón? -Claro que me acuerdo.

Aún no había nacido yo, aunque ya me quedaba menos para nacer a mi aire, sin madrugar.

-¿Que los muertos salieron del osario?

-Pues sí. Se derrumbó el muro de contención del cementerio viejo justo cuando iban a enterrar a José Lucinio y, hala, calaveras por aquí y tibias por allá. Que lo creas o no es asunto tuyo, pero así fue.

Aún faltaban muchos años para que yo naciera sin nocturnidad cuando sucedió lo que Marino y Antón recordarían.

Fue María, la madre de Marino, quien se empeñó en que el hijo hablara con el cura de la parroquia durante aquellos años de la posguerra para ofrecerse como monaguillo. -¡Que no quiero! -Tú en este plan y tu padre por los montes. Pero vas a obedecerme, vaya si me obedecerás. Escúchame, tonto: si te portas bien, el cura puede salir por nosotros en caso de apuro. Así todos sabrán que el rojo es el padre y no los hijos. Qué trabajo te cuesta hacerme caso. Hazme caso, Marino, hazme caso y verás... Mañana mismo bajarás hasta la iglesia y... -¡Que no! El cura me echará de la iglesia, seguro que me echa. -Allá él con su conciencia si hace eso. Inseparables ya por entonces, Antón acompañó a Marino y juntos se detuvieron ante la puerta de la casa rectoral tras comprobar que la iglesia estaba cerrada. -Oye, Antón. -Qué. -Preséntate conmigo. -Bueno, está bien. Pero lo dejo si no me gusta. El propio sacerdote, y no el ama, les abrió la puerta. Les preguntó qué deseaban, se quedó pensativo un instante, les pidió que entraran finalmente. El cura, entrecano el pelo, remangadas las mangas de la sotana, estaba comiendo en la sala contigua a la cocina. Les mandó que se sentaran a la mesa y llamó al ama para que trajera el pote con el cocido sobrante y dos platos más. -Nosotros ya comimos, señor cura -indicó Antón. -Pues comeréis otra vez. El cuerpo os lo agradecerá, que estáis creciendo. Y vaya si crecéis vosotros dos, ahora que me fijo. Bueno, y a qué se debe vuestra repentina vocación, si puede saberse. Porque vosotros no venís mucho por la iglesia. -Venimos a misa los domingos y las fiestas de guardar -replicó Antón. Para no mentir, iba a puntualizar: algunos domingos y algunas fiestas, pero calló. -Sólo faltaría eso. El ama vació el pote en las escudillas de los invitados. -Comed -les ordenó el cura-. Después os examinaré aquí mismo, a ver si me convencéis. Entre regüeldo y regüeldo, el párroco les pidió que recitaran el padrenuestro, el credo, la salve, y Antón, con muchas lagunas en la memoria por falta de práctica, dejó que Marino llevase la voz cantante y en la sabiduría del amigo camufló sus ignorancias lo mejor que pudo. -Una pena, sí -cabeceó el sacerdote. Los chicos lo miraron sin comprender. -Una pena lo de tu hermano y lo de tu padre, Marino, una pena. Lo de tu hermano así lo quiso Dios, pero lo de tu padre... Marino agachó la vista, susurró: -Entonces, ¿no me quiere? -Cómo no voy a quererte, hijo mío, cómo no. -¿Y a mí? -preguntó Antón. -Tú, por lo que sé, me acabarás con el vino de consagrar, pero es igual. Vendréis conmigo a la sacristía y allí lo pensaremos mejor.

Marino no tendría hijos ni llegaría a viejo, Antón sí tendría hijos -por eso estoy yo entre dos mundos- y a viejo llegaría.

Ambos fueron monaguillos durante un tiempo.

-¿Más de un año?

-Más de un año es lo que llevo yo en WP. Ellos duraron mucho menos en activo. El cura era bueno, imbécil no, o eso me contó mi padre.

RECREACIONES (1)

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