Revista Diario

Regalo de Reyes

Publicado el 06 enero 2012 por Evagp1972
Regalo de Reyes
                 Basado en un hecho real
Voy en tren. En la ventana a mi izquierda, bajo un cielo naranja y rosa, brilla con fuerza un sol poniente del que algunos pasajeros se protegen con gafas de sol, otros bajando las delicadas persianas gris perla. El asiento a mi izquierda está vacío, y frente a mí se sienta una mujer en sus treinta y pocos, piel muy blanca, delgada, elegante sin ostentación, media melena caoba de graciosos rizos.
Entre nosotras hay una mesilla blanca desplegable sobre la cual corrijo las galeradas de un libro dedicado a explicar el proceso de creación de diversos inventos: cortacésped, puerta giratoria, coche para bebés... He de presentarlo a la editorial la semana que viene. En una pequeña libreta de hojas cuadriculadas, voy apuntando con rotulador rojo los términos o giros sobre los que tengo dudas, y que consultaré en diversos diccionarios especializados cuando llegue a casa.
Primera parada. La desconocida cambia de asiento y se coloca en el de mi izquierda. Quizá se aburra -no veo que haya traído lectura - y le hayan despertado la curiosidad mis historias de inventos. Pasan quince minutos en silencio hasta que suena su móvil -una Blackberry Torch-. Parece que su interlocutor/a (¿Una empresa de telefonía, quizás?) está respondiendo a una queja que ella les planteó hace un par de meses. Educadamente le comenta su desacuerdo con el tiempo que han tardado en responder y pide tener resuelta la incidencia lo antes posible. 
¿Un número de incidencia? Uf, lo siento, estoy en un tren y no tengo ahora nada para tomar nota, tendrá que llamarme más tarde...
Arranco una hoja en blanco de la libreta, la dejo frente a ella y le paso mi rotulador rojo. Silencio. Sorpresa en sus ojos, sonrisa. ¡Oh, gracias! Sí, ahora puedo tomar nota, dígame. 
Nuevo agradecimiento al terminar la llamada. Me confiesa que ha estado leyendo los folios que voy dejando sobre la mesa a medida que los reviso, y me pide permiso para seguir haciéndolo. No hay ningún problema por mi parte. Retomo pues la corrección, pero la sensación es distinta. Como si, de algún modo, respiráramos a compás. Como si entre las dos se hubiera establecido alguna especie de pacto. Una complicidad, una conexión agradable, como una caricia franca, sin segundas intenciones. Recuerdo haber sentido antes esa sensación, aunque hace ya mucho tiempo. Debía de tener unos ocho o nueve años. Yo dibujaba en mi libreta de hojas cuadriculadas -generalmente un caballero con armadura, un gigante o un dragón-, y mi amiguito Jorge se quedaba muy cerca, inmóvil y en silencio, con los ojos fijos en el dibujo hasta que yo lo terminaba. Entre los dos, sólo el tenue sonido del lápiz deslizándose sobre el papel, como ahora el del rotulador rojo sobre las hojas de la pequeña libreta. A Jorge le encantaba verme dibujar. Y a mí que me mirara haciéndolo.
Casi no puedo creer que ya estemos en la penúltima parada. Sólo diez minutos me separan de mi destino.  Se nos acaba el tiempo. Se pone el sol. Lástima.
Mientras recojo mis cosas, me consuelo pensando en el abrazo cálido e intenso que me espera (¡Cuánto tiempo hija!¡Qué guapa estás!) y en la cercanía de mi querida, antigua capital del Imperio romano, con sus altas murallas erguidas sobre rocas ciclópeas y su balcón modernista de hierro, desafiando a los vientos sobre un precipicio abierto al mar. Mañana pasearé con calma y ascenderé, una vez más, la amplia escalera de piedra hasta la catedral que empezó siendo románica y acabó siendo gótica; perdida en el barrio judío, buscaré la inscripción en hebreo bajo una ventana o las aras romanas incrustadas en paredes medievales que, de niña, me descubrió mi padre... 
Regalo de Reyes
Un leve toque en mi hombro me devuelve al vagón de tren. Es mi bella desconocida.
-¿Bajas en la próxima, verdad?- Sí, así es.- Pues antes de que te marches... ¿Quieres? 
Me ofrece una cajita diminuta, de cartón azul, con una flor de lis dorada en relieve en la parte superior. Al abrirla descubro un bombón de chocolate negro surcado de líneas verde pálido. He visto antes estas deliciosas esferas. Sé que en su interior me esperan notas de menta y pétalos de rosa. 
Las dos somos ya mayorcitas para saber que sería absurdo -y bastante infantil- pasarnos el número de móvil. Nos hemos caído bien, nos une un hermoso quid pro quo, pero este inicio de una gran amistad queda, de momento, aquí. Pero es noche de Reyes. Quién sabe. Tal vez nos reconozcamos un día, comiendo bombones o corrigiendo galeradas en la mesa de madera blanca de un Catalunya Exprés o en un café del Paseo de Gracia, y retomemos entonces el hilo de estos cuarenta y cinco minutos en perfecta armonía, en un vagón de tren entre Barcelona y Tarragona, el 5 de enero de 2012, al atardecer.
   
Regalo de Reyes

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