Revista Talentos

Relativa coincidencia

Publicado el 12 agosto 2015 por Isabel Topham
Llevaba tiempo sin salir de casa, estaba en depresión, y cada vez que cogía el teléfono se notaba que estaba llorando. Esa tarde, y después de la insistencia de sus amigos, dijo que sí tras mucho tiempo. Le hablaron de una sorpresa preparada, pero hizo oídos sordos al ver su figura femenina y alocada en el cabello de cualquier mujer en su cabeza. Aún la echaba en falta, y ya habían pasado dos meses desde que lo dejaron. Por un momento, volvió a sonreír como solía hacerlo cada vez que pensaba en ella antes de empezar su relación. Se detuvo el tiempo, y los problemas que tuviese encima le daban igual. Se imaginó aquel encuentro tan inesperado pero preparado al mismo tiempo, en aquel cruce de semáforos en el que se solían ver muy de vez en cuando; y, siempre que se veían sentía los mismos nervios en el estómago que le hacía pararse en seco, e incluso que, alguna vez, se haya comido el bordillo de la calle de lo rápido que va hasta ese momento. Imaginó absolutamente todo lo que había hecho para verla de nuevo, hasta la propia conversación que… ni tuvo.
Dejó sonar la alarma varias veces, hasta que por órdenes de su madre, la apagó con mala gana y se dio la vuelta en la cama, refunfuñando. Sólo cinco minutitos más, sólo cinco minutitos… pensaba hasta que le vencía el sueño, y la pereza. Pero, cada cierto tiempo, volvía a vivir la misma lucha con el despertador hasta que, al fin, sin ganas, se desperezó. Eran y siete, tenía que lavarse la cara, vestirse, preparar la mochila, desayunar, cepillarse los dientes, peinarse… y en tiempo récord, si quería volver a verla. Sabía que siempre pasaba sobre las 8:20 am por aquel cruce de peatones, ni un minuto más ni menos, era puntual; y si la quería ver tenía que aprender a serlo. Ya eran las 8:10 am, y sólo le quedaba la mitad de cosas que debía hacer para estar listo antes de irse a clase. Siempre seguía el mismo orden, hasta para lavarse los dientes, era un maniático del orden y la perfección. Su habitación relucía de lo limpia y bien ordenadita que la tenía, se ponía hecho un furia como viese una mota de polvo, o un pelo, por allí estorbando. 8:14 am y aún le faltaba desayunar, lavarse los dientes, y peinarse. Pero, no tenía tanta hambre así que cogió un par de manzanas para comérselas a media mañana, y tan sólo se tomó un vaso de leche con cola cao. Se relamió el bigote, dejó el vaso en el lavaplatos y se fue directo al cuarto de baños.
Cuando, al fin, terminó todo su reloj marcaba las 8:17 am cuando dio un leve portazo con la puerta al tirar después de despedirse de su familia como cada mañana antes de marcharse a clase. Se tenía que dar prisa si quería cogerle en el cruce, tan sólo faltaban tres minutos y aún le quedaba un parque que cruzar antes de llegar allí. Empezó a correr. El parque estaba tan solitario como de costumbre. No había nadie por allí, a excepción de un señor que paseaba a su perro. De vez en cuando miraba el reloj para ver qué hora sería y si ya habría pasado, pero nada. Aquellos tres minutos fueron los más largos de su vida. Sin darse cuenta empezó a acelerar, inconsciente. En cuanto llegó al cruce, no había nadie aunque se podían ver una delgada silueta a lo lejos, entre los soportales, haciéndose a sí misma sombra. Se paró en seco, e hizo como si retrocediera en el tiempo para volver a llegar allí y verla más de cerca. Miró una vez más su reloj, y éste comenzó a marcar las 8:20 am, justo cuando le pudo ver enfrente, en la otra acera, y a la que él mismo tenía que cruzar para poder ir a clase. Pero, como siempre, volvió a notar el pulso acelerado, sentir los mismos nervios en el estómago, tenía dificultad para tragar saliva… y mil síntomas que sentía cuando ella estaba cerca.
Una vez más la dejó pasar como oportunidad, quedándose allí, pasmado, en silencio, sin saber qué hacer, viendo cómo se iba alejando poco a poco de la realidad que le gustaría compartir con ella.
Las casualidades no existen.

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