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REMINISCENCIAS DEL” PATIO NEIBERO” Wilson A. Acosta S.A L...

Publicado el 03 febrero 2018 por Wilsonacosta
REMINISCENCIAS DEL” PATIO NEIBERO”
Wilson A. Acosta S.
A LA MEMORIA DE DIÓGENES NOBOA LEYBA
En una anterior entrega hecha por mí en las páginas de este blog expliqué el origen del “Patio Neibero.” Me referí a los motivos íntimos que empujaron a mi pariente Diógenes Noboa Leyba, EPD, a convertir una parte del patio de su residencia en el Ensanche Luperón de la ciudad capital en un lugar donde junto a un selecto grupo de sus parientes cercanos y sus más Íntimos amigos pudiera someterse a una saludable catarsis, dando rienda suelta al recuerdo de su patria chica, a los hechos más relevantes acontecidos en el curso de su historia, bajo los efectos de un buen whisky que con moderación libaban, aderezado con una rica “picadera,” precedido de un suculento sancocho criollo. Corrían los años de la década del mil novecientos sesenta con sus serias complicaciones político-sociales que mantenían un estado de permanente conspiración en el país…
Para estos buenos y agradecidos hijos, empeñados en evocar los años de su juventud disfrutados a pleno pulmón en las verdes veredas de El Tanque o en las calles empolvadas de su natal Neiba, qué mejor, se decían, que el “Patio Neibero” como escenario propicio para dilucidar esas añoranzas y a la vez discutir sobre las distintas soluciones que entonces se planteaban públicamente a la delicada situación imperante.
Ellos en sus acostumbradas juntas de todos los domingos hablaban de la vieja aldea como si la hubiesen conocido desde su fundación, daban fechas, describían personajes y escaramuzas, manteniendo el interés de los que sólo escuchábamos, como yo, ávidos de empaparnos de la sabia dialéctica de estos neiberos de pura cepa desbrozando las páginas de nuestro pasado. En sus palabras quedaban impresos los colores y el olor acre de la tierra blanca humedecida a veces por escasas lluvias, del aroma de las flores del abrojo, del cigarrón, de la Resedá, de la Sangre de Cristo.
Cómo les fluían los sentimientos de solidaridad con la ruralidad de aquellos personajes de leyenda a que aludían, transportándose a la hermosa llanura, cubierta de polvo, de sol y pobreza, tal como si se desarrollara el drama en el presente, recreando sus correrías y travesuras llenas de interesantes episodios épicos, incluso cuando el relato se hacía con sobria expresión si así lo demandaba el argumento y la importancia de los protagonistas… Porque también la sobriedad es elocuente si se expresa con sinceridad y gozo.
Estos hombres describían las memorias pasadas con la misma exactitud con que se las habían descrito sus padres y sus abuelos el día que estos entendieron llegada la ocasión de ponerlos al tanto de los hechos domésticos que engrosaban un prontuario de pintorescas historias, o de los hechos más trascendentes acaecidos en la aldea.
Una aldea construida de tablas hechas de roble, palma cana y pisos de tierra artísticamente adornados y apisonados con sacos de cabuya , una cocina a unos cinco pasos de la casa, y la letrina en el fondo del patio para evitar que el hedor “ofendiera” cuando la brisa soplase. El breve trino de nuestros pequeños y autóctonos ruiseñores, “serenateando” el sueño de aquellos seres rezagados en las madrugadas claras y tibias de Neiba, armonioso canto que llegaba desde el monte cercano repleto de baitoas, bayahondas, olivos y cayucos con profusión de nidos; las incursiones de las iguanas tratando de convivir con la familia en los patios amplios, desguarnecidos, en busca de sobras para alimentarse, el vuelo rasante del guaraguao amo de las alturas en la sierra, depredador de las crianzas de las aves domésticas. ¡Una aldea configurada y habitada por verdaderos hombres y mujeres hechos de hierro!
Resulta que el neibero, carente de riquezas materiales dada la situación geográfica del terruño con su naturaleza avara, se vió obligado a buscar el sustento a fuerza de inauditos sacrificios, pero también dispuso su corazón decidido a construir un tesoro de amor y reconocimiento a los valores que en esa lucha consolidaron con su esfuerzo, guardando con orgullo en la conciencia común para el disfrute de las generaciones sus buenas victorias ganadas unas en la cotidianidad y otras en los desvelos por la patria grande.
¡Ah!, olvidaba el corral de los chivos, situado un poco más lejos del hogar, donde en las mañanitas se “arreñalaban” con un cántaro vacío las amas de casa en pos del ordeño de las chivas paridas, para confeccionar temprano con la leche calientita el desayuno de los rezagados que aún dormían, y hacer el queso. ¡Eran heroínas esas matronas de Neiba!
En ese entonces Neiba se dividía en dos mitades separadas por una franja de terreno casi deshabitada: Pueblo Abajo y Pueblo Arriba, este último, el vetusto y primigenio Neiba, donde nació Manuel de la Candelaria y Apolinar Perdomo Sosa traído al mundo por Dolores Sosa en la vieja casa solariega de su padre el general Francisco Sosa, situada en la esquina noroeste del parque que lleva el nombre del insigne poeta’” frente al hoy abandonado palacio de la gobernación que nos legó el generalísimo después de darle categoría de provincia al municipio en 1943; entre otros símbolos se hallaba la vieja comandancia de armas, la casa de hospedaje de la señora Ñañán Recio y la antigua iglesia donde el padre Meriño ofició su primera misa.
Pueblo Abajo, que comenzó a crecer vertiginosamente con visos de modernidad, con casas techadas de zinc con bellas galerías, con pisos, aceras de cemento y calles bien trazadas, convirtiéndose en un franco desafío a la primacía que ostentaba el centenario e histórico “Pueblo Arriba”. Iniciándose luego el futuro centro comercial con la tienda de Alberto Perdomo Sosa, una Botica o Farmacia cuyos propietarios procedían de Azua, entre otros establecimientos de no menos importancia.
Era la época de los gorriones, frágiles y pequeñas golondrinas hoy desaparecidas, que nublaban el cielo con su muda alegría de hermosas piruetas, que atraían a los niños que lanzaban al aire la inútil trampa de un trozo de papel con un orificio amplio y redondo en el medio, ayudados por un pequeño palo, con la inocente ilusión de que el ave en una de sus locas piruetas introdujera la cabeza en él y quedara prisionero precipitándose irremediablemente al suelo; o aquellos días de ensueño cuando las aves migratorias luciendo sus bellos colores hacían vibrar con su algarabía nuestro pedazo de cielo, tras su largo peregrinaje desde la florida, hasta alcanzar nuestro lago Enriquillo y otros humedales de la región.
Época de fuertes remolinos que nublaban de polvo toda la aldea, que arrastraban los cacharros de los patios y hacían volar llevándose lejos la ropa mojada recién tendidas al sol del mediodía, obligando a los mayores a cerrar puertas y ventanas, y a los niños a hacer la santa cruz, cruzando sus dedos índices con sus pulgares, porque según la tradición en el vórtice de aquel fenómeno viajaba un demonio y era obligación del buen cristiano despedirlo oponiéndole la cruz para evitar ser raptados.
Época del “San Lorenzo amarra tus perros y manda el viento” dicho a viva voz en los meses propicios del año, cuando el mango maduraba sus frutos en los cercanos conucos de El Tanque, El Tejar y Las Jabillas, todos apelaban al santo para que con la ayuda de la brisa hiciera caer la preciada fruta de los enormes árboles que muchas veces suplió el pan en los más pobres.
Comentaban los contertulios, que cuando aquella comunidad semi-rural celebraba con apasionada religiosidad las fiestas del santo patrono, sus habitantes experimentaban una sublime transformación, se amenizaban fiestas con la orquesta de San Juan de la Maguana o la orquesta de Azua, esta última llegaba como un obsequio del Presidente Lilís a la sociedad de un pueblo que consideraba amigo. Nos decía nuestro pariente Diógenes Noboa Leyba que los músicos de San Juan antes de irse daban un “pasa día bailable” en casa de doña Justa Peña, casada con un sanjuanero, como muestra de afecto al pueblo y a la familia de su compueblano.
Según los contertulios del “Patio Neibero” los días que duraban los festejos en conmemoración del patrono San Bartolomé eran los mejores y más esperados del calendario, contaban con satisfacción que en cierta ocasión apadrinaron la candidatura de una hermosa joven cuya ascendencia no pertenecía al pueblo, ellos la hicieron reina de las fiestas patronales venciendo a una candidata no menos agraciada, preferida por un sector chauvinista de la juventud que pretendía que ese privilegio debía ostentarlo solo una joven nativa.
Era la época en que los poetas en cierne estrenaban sus mejores poesías en honor a la reina y a su corte, pues es bueno que se sepa que Neiba desde siempre ha sido un pueblo de poetas, tanto así, que “hasta los locos rimaban sus desvaríos”, fue una cualidad que heredamos de los azuanos fundadores llegados en el año 1735 y reforzada por la cantera de maestros y maestras que en el discurrir del tiempo llegaron de allí y de otras latitudes con la palabra alada a flor de labios, la pizarra, la tiza, y ese deseo de superación personal e intelectual que inocularon en la juventud.
Diógenes Noboa Leyba fue un correcto militar, poeta, conocedor de la historia de su región, excelente conversador, que con su comportamiento afianzó el sentido de solidaridad en nuestra familia. Cargaba en su alforja de militar itinerante las remembranzas de su Neiba querida. Cierto día al referirse con orgullo a la evolución de su pueblo nos decía: Quiero que sepas Wilson que los terrenos donde hoy está enclavado el parque Duarte primero fue una propiedad agrícola que se beneficiaba de las aguas que bajaban de la sierra, luego, fue el mercado público, y en la década de los años cuarenta el ayuntamiento del municipio mudó el mercado construyendo en esos terrenos el parque al cual la dictadura le dio el nombre de “Presidente Trujillo.”
Cierto domingo en uno de esos encuentros, como cosa intrascendente, se habló de los locos que pululaban por las escasas y polvorientas calles de la población: “come mangos”, “pancho petaca”, “Calderón,” “perfecto nova…” éste último inmortalizado por Armando Sosa Leyba en uno de sus escritos.
Alguien afirmó que todos nuestros enfermos mentales eran inofensivos. Entonces surgió la voz disidente del anfitrión:
¡Un momento señores!
¿Han olvidado ustedes al loco ilustre? Aquel descendiente de una familia representativa de la comunidad, cuyos ascendientes procedían de Azua, que al empeorar su peligrosidad fue recluido en una habitación y atado a un horcón…Cuando éste solía soltarse todos los habitantes del pueblo, niños viejos y jóvenes huían despavoridos a encerrarse en sus respectivas viviendas. El loco recorría en un santiamén el pequeño pueblo que encontraba desierto…Entonces se detenía y con evidente expresión de disgusto exclamaba:
¡Coño carajo! ¿Por qué me ha tocado vivir en un maldito pueblo de locos? Donde todos viven huyendo o escondidos en sus casas, trancados a “jacha y machete”, huyéndole a un hombre tan serio e inteligente como yo.
Afirmaba mi pariente que ese pobre hombre en sus momentos de tranquila soledad, le afloraban los recuerdos de un amor perdido, y solía declamar así:
No fue sólo una ilusión de un día
Tampoco el fruto de una fugaz pasión
¡Oh, apiádate de mí Leoncia mía!
¡Dueña absoluta de mi corazón!
Otro domingo, recordando algo más reciente, la década de los años cincuenta, se trajo a colación las colonias de españoles de húngaros y japoneses establecidos por Trujillo en la región.
En el municipio de Duvergé se asentaron españoles y húngaros, al municipio de Neiba se llevaron japoneses. Semanalmente un camión del Ejercito Nacional llevaba a la colonia de Duvergé un cargamento de plátanos enviados por el régimen para cooperar con la alimentación de los colonos. Los españoles se encontraban disgustados porque al llegar lo que encontraron defraudó sus expectativas, no era ni sombras de lo que se le había prometido, así lo manifestaban públicamente…Por lo que en una de esos días en que llegaba el ya odiado camión con su carga de plátanos, un colono español se pronunció de esta manera:
¡”Este hijo de puta [refiriéndose a Trujillo] es idéntico a paco [refiriéndose a Francisco Franco] nos ha traído engañados a su país a darnos de comer madera!”.
Duraron poco estos españoles en la colonia, todos abandonaron la región, según se rumoraba algunos volvieron a España, con excepción de unos pocos jóvenes que formaron familias con hermosas muchachas de las comunidades cercanas.


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