Revista Literatura

Río Hondo

Publicado el 11 febrero 2016 por El Perro Patricia Lohin @elperro1970

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Imagen: Pinterest

12 de diciembre. Amanece.

Llora el cielo con intermitencias y ráfagas fisgonas de luz solar.

De a ratos moja y de a ratos seca a las angostas calles de pedregullo y tierra.

Desde las cumbres bajan los pueblerinos con cargamentos de adornos florales y frutales que liberarán en el Río Hondo en los primeros minutos del décimo tercer día de diciembre.

En la orilla, las mujeres intentan barrer el suelo de arcilla donde ubicarán sus puestos. Ya adornadas desde temprano con escotes y volados, brillos con sabor a cereza en los labios, loción de verbena en el cuello y hermosas trenzas enredadas en lo alto de sus cabezas.

Tienden almidonados manteles naranjas y amarillos sobre largos tablones de madera, donde retozarán cuencos abundantes de frutas y verduras de estación, mezclados con estampitas y rosarios en honor a la Virgen Niña del Río Hondo.

Reza casi como en un canto a los visitantes y vecinos la comadrona del pueblo, mientras se hamaca detrás de su puesto de albahaca y frutillas:

“Pide un deseo, tú niña y tú también que ya no eres niña ni volverás a ser joven. Pídelo con el corazón abierto y la virtud de los ojos que aún han visto muy poco al otro lado de la orilla. Cuenta los días de tu espera con inmensa fe, reza, frota por día una cuenta de tu rosario de piedra coral, que al terminar los cincuenta y nueve días y los cincuenta y nueve rezos, agradecerás sin pedir más y volverás a empezar la cuenta.”

Bajo el arco de enredaderas que marca el comienzo del sendero,  que guía hacia el sector de la orilla del río desde donde partirán las ofrendas, Pedro –mecánico de herencia y encantador de abejas por pasión- relata entusiasmado a una pareja de forasteros, que a falta de manantiales y nacientes, a falta de Minerva y Coventina, sobra río Hondo y Virgencita para arrastrar penas, lágrimas y peticiones, que volverán condensadas al cielo en la tercer luna llena del próximo año nuevo.

“Pide un deseo muchacho, y tu también mi querido hombre gris, suelta la plegaria que un día juraste olvidar de cara a los leños ardientes del brasero, y que la Virgen Niña que ahora camina bajo la sombra de los sauces, enternezca tu alma y puedas al fin volar con el mismo aleteo suave y etéreo de las mariposas blancas. ¡Pero tienes que creer buen hombre!” Y la matrona le suelta un guiño al señor mientras sigue fiel a su tarea de vocera espiritual.

Guadalupe seca las gotas de su cara, mezcla de llovizna, transpiración y lágrimas. Sus ojos de miel lo recorren todo y sus pies descalzos se deslizan suaves mientras repara en los tristes acordes del violín de Padre Alfredo. Paco, el niño ciego del pueblo, extiende alegre un tacho de metal y sueña con escuchar el tintineo de varias monedas que imagina doradas,  sin  entender que un billete mudo son muchas monedas.

Mientras ella recorre los puestos y saborea las frutas elegidas con su paladar austero, se esfuman las acuarelas del día, dando paso a ocres, profundos negros  y grises pinceladas acrílicas.

Él espía a Guadalupe desde el sendero arbolado que sigue la línea del ferrocarril, pero no se animará a salir de su escondite hasta que todas las almas no estén recostadas en sus colchones de cotín.  Luego se despedirá del río acariciándolo con la punta de sus dedos, y con lo puesto se marchará sin mirar atrás. Pero esa es otra historia que ella aún no imagina.

Antes de su partida, se despiertan las fogatas, y las faldas de las muchachas se contonean al ritmo de la bandurria. “Sirenitay” canta la mujer de mediana estatura venida de Cusco, que de pasada hacia el sur,  se quedó sólo para ofrendar su voz y un cuarto de su larga cabellera a la corriente esperanzadora que arrastra el río.

Pasadas las doce, ríe la Virgencita Niña al llegar al mar danzando con la corriente, rodeada de ornamentos, luces y flores, rezos y pedidos, alabares y gracias eternas. Y allí, entre aguas dulces y saladas, entre amor y desamores, esperas y esperanzas, parte la Inmaculada a otras aguas; para volver al Río Hondo a juntar plegarias un nuevo amanecer del próximo 12 de diciembre.


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