Revista Literatura

Robledo Puch, el lobo de la humanidad

Publicado el 01 septiembre 2010 por Jalonso

Robledo Puch, el lobo de la humanidadPor Juan Alonso

Este es un libro donde la mirada del asesino avanza como un látigo de viento por las celdas.

La mirada del asesino es la voz omnipresente.

Logra meterse en los andrajos de los presos y camina caliente por la nada.

La mirada del asesino anda cómoda por el corazón del intoxicado.

Y es en el espejo en donde lo envenena y lo perturba. Porque el asesino sabe que infunde su aura de recuerdos infantiles, matizados con coletazos de felicidad en amarillo (que la tuvo) como tuvo el amor, una madre y un padre en colores sepia.

La novia y el perro que abandonó.

El amigo que mató por la espalda.

Los guardias que murieron baleados en el sueño.

Los hijos sin padre, las esposas sin fe, el destino, el pasado, la procesión del dolor.

Materia que come el ácido del tiempo: una moto, dos revólveres, una navaja, un reloj, plata, oro.

Una lluvia de junio, tuvo, y billetes, y vértigo.

Con estas inquietantes imágenes de un mundo que se cae a cachos, Carlos Robledo Puch logró instalarse en los ojos de su narrador.

Y hay que desterrar a la bestia.

Se sabe que meterse hasta los huesos en una historia puede traer consecuencias inesperadas.

El periodista Rodolfo Palacios realizó un libro tan espectacular como perturbador. Cada página está escrita con esmero apasionado poco común.

Por eso, Palacios es (de hecho) uno de los mejores cronistas de su generación. Narra tan normalmente, tan fácil parece que le sale todo, que Robledo lo toma como amigo de confianza, confidente, silencioso cómplice de sus delirios más extremos, aunque en el fondo sabe –lo sabe, claro que sí, por supuesto que lo sabe- que Palacios está obligado a revelar cada pliegue oculto de su personalidad alucinada y tóxica.

Y es en ese ir y venir hasta el Penal de Sierra Chica, abunda el sin sentido por los bordes del círculo del periodista habituado a la tragedia de los demás.

Si bien, Palacios describe, vive, persigue, come, comparte, escucha, camina y viaja hasta la humanidad insidiosa de un criminal que no conoce la piedad, esa voz se le pega en la memoria como una sombra maldita.

El libro está hecho también con sufrimiento.

Porque Robledo se alimenta de la incertidumbre de los demás.

Los ojos del miedo corren carreras de locos por los pabellones. El sonido atronador del portón que se cierra en la espalda puede ser el camino hacia un lugar indefinido.

Palacios toma notas que serán horas, días, semanas, meses, de fatigoso trabajo.

Decide seguir hasta que cumplir el objetivo: nos deja estupefactos por el dramatismo de su relato de cirujano.

Sin adjetivos, sin pretensiones de artista, sin renuncias; el narrador cumple con cada uno de los preceptos que se trazó.

Tiene un costo. Robledo sobrevive ya no sólo en los escondrijos de la mente del entrevistador, sino que se pasea por el inconsciente del lector.

Lo hace conmigo ahora. Me habla cuando salgo en el ascensor. Me quiere joder la vida.

Es su objetivo final y único.

Ya no importa si cita a Perón y lee los clásicos, o estudia Derecho, no importa nada de nada.

El libro de Palacios nos devela la cabeza compleja de un psicópata.

Un timador de voluntades, un ladrón de sensibilidad.

Aunque no lo admita, Robledo Puch sigue aniquilando gente desde el pabellón evangelista con la Biblia en la mano.

Es eso lo que describe Palacios: el laberinto de un hombre manchado con sangre.

Un hombre como lobo de la humanidad.

leyendadeltiempo.wordpress.com


 


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