Revista Literatura

Romance de hielo, primera parte

Publicado el 25 septiembre 2011 por Edrielle
Romance de hielo, primera parteLa muchacha iba a embadurnarse con la magia de la sabiduría del pasado. Una sabiduría tan escondida y temida que con el paso de los años había sido modificada justo como querían los humanos. Al fin y al cabo el dogma no era más que la perfección de sus deseos para así contribuir entre todos a crear una fe bondadosa donde la compasión y la bondad prevalecía ante todo.Pero lo que encontraría en aquellas páginas sería algo diferente.Así pues, la muchacha abrió el libro y comenzó a leer las primeras páginas.
Varlenda era una gran ciudad de piedra blanca que se extendía a lo largo de las faldas de las montañas conocidas como Atalaya de Hadánae. Su zona más elevada, cuna de la monarquía y los templos, se encontraba en un saliente de la cordillera. Una enorme flecha de roca, losas de piedra y hielo que se extendía hacia el noroeste, quedando así por encima de los tejados del pueblo.
Y fue en aquella elevada zona ventosa donde Mairy y Délesor fueron visitados por el cuerpo de luz al que su pueblo tanto adoraba y tantos templos habían sido erigidos en su nombre.La diosa Hadánae, señora de los vientos, del clima y de las nubes, se presentó en la casa del matrimonio, puesto que ambos eran sacerdotes, bajo la apariencia de una agradable muchacha de no más de veinte años. Con su hermosa voz de campanas les comunicó un  mensaje.
"El tiempo en este mundo está a punto de terminar para mí y mis hermanos. No se nos permite, igual que ocurrió con nuestros benditos padres, el estar aquí por más tiempo. No os abandonaré, pues mi esencia quedará aquí para siempre en forma de cristal. Pero debéis saber que aunque mi espíritu se cristalice mi poder menguará y las fuerzas de la naturaleza se descontrolarán. Si no queréis que tanto vuestro pueblo como vuestra gente muera tenéis que traer al mundo un niño en mi nombre. Criadlo en las buenas costumbres del sacerdocio y despedíos de él cuando lleguen las primeras lunas de sus veinte años y traedlo a la cima de mi trono."
El sumo respeto y devoción que Délesor y Mairy tenían hacia su señora les obligó gustosamente a acatar los deseos que tenía Hadánae. De este modo, unos meses más tarde, Mairy dio a luz a una preciosa niña de cabello dorado y ojos claros como el cielo a la que llamaron Nivalda, pues en el idioma de la región su nombre significaba "hija de las nieves".
Desde su más tierna infancia Nivalda fue educada como las princesas, pues su alto rango y su postura como Elegida de Hadánae le había infundido una popularidad que incluso había eclipsado la de la Suma Sacerdotisa  Lhiannon.Pero, además, cada día los sacerdotes de los templos la instruían en su propósito: desde antes de nacer Nivalda había sido escogida por la diosa para ser su mensajera de la paz.
Una fría mañana invernal -aunque siempre era invierno en aquella región del sur-, el sacerdote Nocros llamó a  la puerta de los aposentos de Nivalda. Ella se desperezó y bostezó, luego miró hacia la ventana y se puso de rodillas frente al pequeño altar para recitar su oración matinal.Acto seguido caminó hacia la puerta y se encontró con el viejo sacerdote.
-¿Estás preparada? -Nocros vestía casi igual que todos los demás sacerdotes y sacerdotisas: gruesas capas de piel cubriéndole el cuerpo menos los pies y una tiara de adamantino adornando su frente.-Por supuesto -contestó ella-. No conozco otro objetivo ni mayor plenitud que celebrar mi vigésimo cumpleaños en presencia de mi señora Hadánae.
Aquellas palabras sirvieron para infundir de ánimo su alma. Estaba eufórica. Y cuando las sacerdotisas de rango inferior terminaron de vestirla la joven Nivalda estaba radiante. Tanta belleza sólo era posible por la intervención divina de la señora de los vientos.Se despidió de sus padres y entonces Mairy se preguntó si estaba obrando bien. Una lágrima rodó por su rostro y Nivalda la recogió con su delgado y pálido dedo índice. Una sonrisa glacial en su rostro obligó a su madre a recomponerse y sonreír. Era la voluntad de la diosa.
Finalmente un grupo de sacerdotes escoltó a Nivalda hasta un carruaje tirado por dos de aquellos lobos enormes de pelaje de plata y armadura con piedras preciosas.Su travesía sería larga y difícil. Serían tres días de camino ascendente y accidentado hacia la cima de la montaña. Tal y como los sacerdotes Mairy y Délesor habían ordenado.
Pero, igual que en muchos viajes de largo recorrido, los peligros surgieron de las sombras acechando y amenazando incluso a la elegida de Hadánae. Pero Nivalda no iba acompañada por simples sacerdotes. Los mensajeros de la palabra de los dioses del sur eran, además de eminencias espirituales, poderosos luchadores cuerpo a cuerpo. El carromato se detuvo y Nivalda escuchó el rechinar del acero, los impactos del puño y hasta el sonido que hacían los pies al arrancar la nieve y el hielo del suelo. Se escuchaban gritos de guerra y fuertes golpes. Los lobos habían sido liberados de sus riendas y comenzaron a atacar ferozmente a la banda de enemigos, que a juzgar por el número de gritos y pasos debían ser más de cincuenta.
Con movimientos lentos Nivalda retiró la cortinilla de la ventana y observó la batalla que se estaba librando contra un grupo de bandidos enmascarados. Y parecían verdaderamente poderosos, pues en cuestión de minutos el número de sacerdotes fue mucho menor que el de bandidos.
-¡Rápido, princesa -llamó un joven sacerdote con el rostro cubierto parcialmente con sangre y nieve sucia-, venga conmigo!-¡Pero no podemos huir! ¡Hadánae está esperando! ¡Tenemos que cumplir su voluntad!-¡No hay tiempo! ¡Coja mi mano!Romance de hielo, primera parte
Con la fuerza del sacerdote Nivalda salió del carromato al encuentro de la fría montaña. La ventisca arrastraba filosos trozos de hielo que abrían brechas en la piel. Pronto Nivalda se estremeció de dolor y entonces el sacerdote se quitó sus pieles para cubrir a la muchacha. El clamor de la batalla iba menguando pero los rugidos de los bandidos se acercaban, por lo tanto Nivalda y el sacerdote se apremiaron en correr. 
Pero aquel sistema montañoso era más que un montón de roca y hielo surgiendo entre las nubes. Además de las montañas contaban con una gigantesca red de túneles escavados años atrás por los primeros habitantes de la región. El sacerdote aprovechó el laberinto de hielo para conducir a Nivalda por lugares poco accesibles, hasta que finalmente escaparon de las garras de los malhechores.
Una hermosa cueva rodeada por cristales de hielo que emitían frías luces de todos los colores sirvieron de escondite para los fugitivos.El sacerdote extrajo unos pequeños troncos y ramas de su morral y encendió un fuego. Nivalda observaba las llamas con rostro apenado.
-¿Por qué han hecho esto? -preguntó ella. Él lanzó otra ramita al fuego crepitante y las llamas lamieron su fría superficie.-Lo más seguro es que fueran radicales de la Señora Oscura. No tiene mucho sentido que sesenta hombres ataquen una peregrinación religiosa para robar o asesinar. No tendría sentido.-¿Pretenden desestabilizar al mundo?-Así es. Los radicales oscuros anhelan el caos y no pararán hasta obtenerlo. La única manera de detenerlos es cumpliendo la voluntad de los dioses. Se rumorea que en las tierras del este, donde el Averno escupe fuego en forma de líquido, los deseos de la diosa de las llamas ya han sido cumplidos.-Entonces deberíamos partir ya.-Aguardaremos aquí hasta que la ventisca se apacigüe un poco -Nivalda observó el rostro del sacerdote con resignación y luego suspiró.-¿Cuál es el nombre de mi salvador?
-Valius. Aunque entre los sacerdotes me llaman Vali.
Romance de hielo, primera parte-Es un placer conocerte, Vali -y Nivalda sintió que realmente así era. ¿Cómo no se había fijado antes en la belleza de Vali? Era un joven muy apuesto, servicial y caballeroso. Pero entonces pensó que el hecho de no haberse fijado hasta entonces en él se debía a que nunca lo había hecho con ningún hombre o mujer. Nunca antes había sentido la necesidad de fijarse en los demás. Desde pequeña le habían enseñado que su único propósito era servir a su señora del modo que ella había pedido.
Y Vali no pudo reprimir tampoco a sus ojos. La belleza de la muchacha era tan magnífica que incluso podría competir con la misma Hadánae. Un largo mechón de oro cayó por su hombro y Nivalda se lo puso detrás de la oreja con timidez. Ahora ambos sabían que se estaban mirando y que, de algún modo, se atraían.
Nivalda sentía un imperioso deseo de besarle, de hundir sus labios en los de él y fusionarse en un solo cuerpo pero, ¿sería aquello posible? ¿Rompería sus votos, sus obligaciones, sus propósitos, con tal de besarle? Era demasiado arriesgado, pero sus rostros ya se estaban acercando.
Lo que ninguno de los dos sabía era que, no muy lejos de la cueva, una partida de soldados y sacerdotes habían emprendido un viaje para buscar a la elegida de Hadánae.
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Romance de hielo, primera parte por Jessyca Mayorgas Arrabal se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España.
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