El hombre mira desde la segunda planta del hotel donde se hospeda desde hace una semana a la calle. Digamos que la calle está mojada por la lluvia que desde la mañana no ha cesado. Digamos que si le importara algo las tres llamadas que ha recibido, hubiera contestado sin dejar que estas murieran en su contestador. Por ultimo y solo para que el lector comprenda la situación este domingo es extraño para él, él que se descubre sentimental esta tarde, se nota más vulnerable que de costumbre.
La combinación de domingo, lluvia, nostalgia por un verano que se muere lentamente, la soledad de dormir en una ciudad extraña, y la resaca que le provocó el bourbón de la pasada noche hacen que se sienta así. La ventana le muestra una ciudad que resiste mal el pasado del tiempo, una ciudad que vive ya en un otoño frío y aspero, aunque sea primero de septiembre.
Se fija en una mujer que cruza la calle, despreocupada, hablando por el móvil, sin darle importancia a la lluvia, parece que un escudo invisible la protegiera de mojarse, tiene una belleza etérea, casi irreal, el hombre calcula que tendrá unos treinta y algo. Ella levanta la vista y al sertirte observada sonrie, una sonrisa fugaz, una sonrisa que dura apenas un segundo. El hombre con un tonto acto reflejo la saluda con la mano. Ella no contesta el saludo, pero el hombre sabe que esa sonrisa, esa pequeña sonrisa le ha salvado el domingo lluvioso.
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